miércoles, 7 de marzo de 2018


UN CONCIERTO DE ALTO VUELO

            El 25 de Febrero próximo pasado tuvo lugar la inauguración del Ciclo de Conciertos de la Orquesta Estable del Teatro Argentino de La Plata, a cargo del Director estable de dicho organismo- Pablo Drucker- en el podio, quien eligió dos obras de difícil ejecución e interpretación, tales como la Sexta Sinfonía en Re menor, Op. 104 de Jan Sibelius y el célebre Concierto para Orquesta de Béla Bartok, que, habitualmente, no se ejecutan con frecuencia en las principales salas de conciertos del país.
            Debido a las reformas que se están llevando a cabo en dicha entidad, sus organismos estables están realizando una temporada itinerante por diferentes salas de conciertos y coliseos. En este caso particular, el concierto tuvo lugar en la sala sinfónica de la Usina del Arte, cuya acústica es ideal para este tipo de conciertos.
Desde el inicio, la Orquesta demostró una afinación perfecta, un sonido sólido, un equilibrio muy bien logrado y gran profesionalismo, tanto por parte del director como de sus músicos.
La Sexta Sinfonía de Sibelius se estrenó en Helsinski en 1923.  Cecil Gray (biógrafo del compositor) se refería a ella como “sentido de serenidad y pureza, donde se evitan los extremos”. En efecto, su colorido no es opulento ni ascético, ni brillante ni sombrío. Los temas no son ni extremadamente rápidos ni muy lentos, y se dan en tonos intermedios. Esto se aprecia desde el inicio del 1° movimiento (Allegro molto moderato), donde las cuerdas arrancan con un sonido suspendido, que remeda la polifonía del Renacimiento. Posteriormente, recobra su energía con fuerza y finaliza bruscamente con un tutti orquestal, antes de dar lugar al 2° movimiento (Allegretto moderato), que evoca la atmósfera brumosa del paisaje nórdico bajo la tibia luz del inicio de la primavera. El autor se refería a ella como “la más representativa de la esencia del pueblo finlandés”. El scherzo del 3° movimiento estuvo absolutamente bien logrado por parte de la agrupación, para luego finalizar con un vibrante Allegro molto, donde se retoma el tema inicial de la obra hasta desembocar en un final a cargo de las cuerdas. La concertino Ana Cristina Tartza tuvo una destacadísima actuación, al igual que Pablo Rubino (solista principal de los segundos violines).
Compuesto en 1942, el Concierto para Orquesta de Béla Bartok consta de cinco  movimientos, siguiendo el siguiente esquema: Vivo- Moderado- Lento- Moderado- Vivo. Según el propio compositor, “se produce una transición gradual de la austeridad del primer movimiento hasta la afirmación vital del último”. En efecto, la grandilocuencia y vitalidad característicos de esta obra representan el triunfo de la mente sobre el cuerpo (hay que recordar que Bartok estaba gravemente enfermo de leucemia cunado lo compuso). En la presente versión, el acorde inicial del 1° movimiento (Mi- La-Re- Sol) sonó muy compacto por parte de violoncellos y contrabajos, que luego es retomado por las maderas. Lo mismo sucedió con el Allegretto scherzando del 2° movimiento, interpretado magistralmente por el dúo de fagots y continuado por el resto de la Orquesta. Luego de la trágica Elegía del 3° movimiento, Drucker y los músicos a su cargo tuvieron un magnífico desempeño en los pasajes más brillantes y más conocidos de la obra Allegretto y Finale: pesante- presto, con un equilibrio perfecto entre los tutti y el contrapunto.
Cuando una orquesta está bien afinada, bien afiatada y ofrece un sonido seguro y sólido desde el primer momento, es una señal que impresiona bien de entrada y una garantía de calidad. Y eso fue exactamente lo que sucedió: la Orquesta Estable del Teatro Argentino de La Plata sonó como una orquesta europea, magistralmente dirigida por un músico de alto nivel y sólida formación como Pablo Drucker, quien contagió su energía, demostró su profesionalismo y ofreció un concierto memorable. Y que quedará resonando en nuestros oídos por mucho tiempo.
                                                        Martha CORA ELISEHT

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