UN CONCIERTO DE ALTO VUELO
El 25 de Febrero próximo pasado tuvo
lugar la inauguración del Ciclo de Conciertos de la Orquesta Estable del Teatro
Argentino de La Plata, a cargo del Director estable de dicho organismo- Pablo
Drucker- en el podio, quien eligió dos obras de difícil ejecución e
interpretación, tales como la Sexta Sinfonía en Re menor, Op. 104 de Jan
Sibelius y el célebre Concierto para Orquesta de Béla Bartok, que,
habitualmente, no se ejecutan con frecuencia en las principales salas de
conciertos del país.
Debido a las reformas que se están
llevando a cabo en dicha entidad, sus organismos estables están realizando una
temporada itinerante por diferentes salas de conciertos y coliseos. En este
caso particular, el concierto tuvo lugar en la sala sinfónica de la Usina del
Arte, cuya acústica es ideal para este tipo de conciertos.
Desde el inicio, la Orquesta demostró una afinación
perfecta, un sonido sólido, un equilibrio muy bien logrado y gran
profesionalismo, tanto por parte del director como de sus músicos.
La Sexta Sinfonía
de Sibelius se estrenó en Helsinski en 1923. Cecil Gray (biógrafo del compositor) se
refería a ella como “sentido de serenidad
y pureza, donde se evitan los extremos”. En efecto, su colorido no es
opulento ni ascético, ni brillante ni sombrío. Los temas no son ni
extremadamente rápidos ni muy lentos, y se dan en tonos intermedios. Esto se
aprecia desde el inicio del 1° movimiento (Allegro
molto moderato), donde las cuerdas arrancan con un sonido suspendido, que
remeda la polifonía del Renacimiento. Posteriormente, recobra su energía con
fuerza y finaliza bruscamente con un tutti
orquestal, antes de dar lugar al 2° movimiento (Allegretto moderato), que evoca la atmósfera brumosa del paisaje
nórdico bajo la tibia luz del inicio de la primavera. El autor se refería a
ella como “la más representativa de la
esencia del pueblo finlandés”. El scherzo
del 3° movimiento estuvo absolutamente bien logrado por parte de la
agrupación, para luego finalizar con un vibrante Allegro molto, donde se retoma el tema inicial de la obra hasta
desembocar en un final a cargo de las cuerdas. La concertino Ana Cristina
Tartza tuvo una destacadísima actuación, al igual que Pablo Rubino (solista
principal de los segundos violines).
Compuesto en 1942, el Concierto para Orquesta de Béla Bartok consta de cinco movimientos, siguiendo el siguiente esquema: Vivo- Moderado- Lento- Moderado- Vivo.
Según el propio compositor, “se produce
una transición gradual de la austeridad del primer movimiento hasta la afirmación
vital del último”. En efecto, la grandilocuencia y vitalidad
característicos de esta obra representan el triunfo de la mente sobre el cuerpo
(hay que recordar que Bartok estaba gravemente enfermo de leucemia cunado lo
compuso). En la presente versión, el acorde inicial del 1° movimiento (Mi-
La-Re- Sol) sonó muy compacto por parte de violoncellos y contrabajos, que
luego es retomado por las maderas. Lo mismo sucedió con el Allegretto scherzando del 2° movimiento, interpretado
magistralmente por el dúo de fagots y continuado por el resto de la Orquesta.
Luego de la trágica Elegía del 3°
movimiento, Drucker y los músicos a su cargo tuvieron un magnífico desempeño en
los pasajes más brillantes y más conocidos de la obra Allegretto y Finale: pesante- presto, con un equilibrio
perfecto entre los tutti y el
contrapunto.
Cuando una orquesta está bien afinada, bien afiatada y ofrece un sonido seguro y
sólido desde el primer momento, es una señal que impresiona bien de entrada y
una garantía de calidad. Y eso fue exactamente lo que sucedió: la Orquesta
Estable del Teatro Argentino de La Plata sonó como una orquesta europea,
magistralmente dirigida por un músico de alto nivel y sólida formación como
Pablo Drucker, quien contagió su energía, demostró su profesionalismo y ofreció
un concierto memorable. Y que quedará resonando en nuestros oídos por mucho
tiempo.
Martha CORA ELISEHT
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