lunes, 21 de mayo de 2018


Memorable concierto ofrecido por la Filarmónica en el Centro Cultural Kirchner

TRADICIÓN ROMÁNTICA Y EXCELENCIA INTERPRETATIVA

            Dentro del Ciclo de Conciertos fuera de sede de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, la mencionada agrupación hizo su presentación el  pasado viernes 18 del corriente en la Sala Sinfónica del Centro Cultural Kirchner (CCK) bajo la dirección de su titular- Enrique Arturo Diemecke-  con entrada libre y gratuita.
            En esta ocasión, actuó como solista el organista Matías Hernán Sagreras, quien se desempeña como organista de la Basílica del Santísimo Sacramento de Buenos Aires, para interpretar dos obras que incluyen a dicho instrumento como parte de la orquesta: el poema sinfónico Vitrales de Iglesia, de Ottorino Respighi, y la Sinfonía n° 3 en Do menor, Op. 78 (“Sinfonía del Órgano”), de Camille Saint- Saëns.
            Ambas obras se representan en muy pocas ocasiones. En este caso, el hecho de poder contar con el órgano Klais dentro del majestuoso marco y la imponente acústica de la Ballena Azul brindó la oportunidad perfecta para la ejecución de este programa, que ha sido de una calidad sonora increíble y una interpretación magistral – tanto por parte de la orquesta como del instrumento solista-.
            Ottorino Respighi compuso su poema sinfónico Vetrate di Chiesa (Vitrales de Iglesia) en 1926. Está basado en los Tre Preludi sopra melodie gregoriane (composición para piano del mismo autor, 1919) y que relatan las impresiones del autor sobre diferentes imágenes religiosas de los vitrales de las iglesias de Buseto. Consta de 4 movimientos (La Huida a Egipto, San Miguel Arcángel, Los Maitines de Santa Clara y San Gregorio Magno) que se representan sin interrupción, donde el órgano se ensambla con la orquesta en una armonía perfecta, brindando color local, pero sin opacar al resto. Es una obra de difícil ejecución, que requiere de un equilibrio delicado en los tutti orquestales y en los acordes fortissimo (en algunos pasajes, la percusión puede ocultar al resto de los instrumentos), pero que supo ser interpretada con seguridad y maestría. (En el caso particular de esta cronista, era su primera audición en vivo).
            Saint- Saëns compuso su Sinfonía n° 3 en Do menor (“Del Órgano”) en 1886, en forma casi simultánea con su Concierto n°4 para piano y orquesta. Pero en vez de usar el órgano como instrumento solista en diálogo con la orquesta, el compositor prefirió emplearlo como sonido de fondo para brindar color y resaltar ciertos pasajes orquestales. Sobre todo, se pone de manifiesto en el 4° movimiento de esta obra, donde un poderoso e imponente acorde del órgano -en Do mayor-  anuncia el comienzo del final. Si bien esta obra posee los 4 movimientos típicos, se agrupan en dos partes: la primera, que comprende – luego de un preludio lento- un Allegro moderato y un Adagio, mientras que la segunda abre con un Scherzo y concluye con el Finale (marcado por la entrada del órgano, anteriormente descripta). El preludio comienza en forma oscura, para dar juego de luces y sombras en el Allegro moderato inmediatamente posterior al mismo, donde por momentos, hay elementos de calma y momentos de clímax, interpretados magistralmente por el ostinato de las cuerdas. Posteriormente, Saint- Saëns realiza una maravillosa transición hacia el Adagio –en Re bemol mayor-, donde por primera vez, el órgano proporciona color local a la atmósfera brindada por las cuerdas y las maderas (muy buena la definición del Maestro Diemecke: “en tono de plegaria”, al brindar la explicación previa a la ejecución de la Sinfonía). Y fue una auténtica plegaria en todos los aspectos, donde la orquesta sonó magistralmente, en perfecta armonía con el instrumento solista. El Scherzo que abre la segunda parte de la Sinfonía sonó compacto y triunfal, con un excelente desempeño de las cuerdas y precisión en los golpes de timbal. Por último, Matías Sagreras ejecutó el acorde del órgano de forma potente y majestuosa en el Maestoso que abre el último movimiento de la obra, que culmina en un Allegro caracterizado por la fuga en Do mayor, para cerrar con un crescendo en forma de himno, dentro de la misma tonalidad. Fue una excelente conjunción entre órgano y orquesta, que recibió un aplauso vigoroso y vítores en forma unánime por parte del público presente.
            Cuando se ofrece un programa de alta calidad, dentro de una sala que posee todos los recursos técnicos y acústicos como para hacerlo y además, se cuenta con excelentes intérpretes, el público responde positivamente. En este caso, la Ballena Azul ofreció el marco perfecto para que se produjera una magnífica conjunción entre calidad interpretativa y tradición romántica. Y una vez más, la Filarmónica demostró que posee las dotes como para poder hacerlo. Fue una versión magnífica, que quedará resonando en los oídos de quienes se dieron cita aquella noche por mucho tiempo. 
                                                                                             Martha CORA ELISEHT

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