TURANDOT – Teatro Colon 28/06/2019
En 1926,
a solo dos meses de su estreno en La Scala, el Teatro Colon llevó a
escena Turandot, la opera póstuma e inconclusa de Giacomo Puccini. Desde
entonces, Turandot se presentó en 15 temporadas previas a la presente. En cada
una de esas 15 temporadas, grandes sopranos representaron a la princesa; Muzio,
Raisa, Milanov, Callas, Nilsson, Udovic, Dimitrova, etc. Y otros tantos tenores
de renombre interpretaron a Calaf; Lauri
Volpi, Thill, Merli, Del Monaco, etc.
Esto muestra la importancia, no solo por su
belleza edilicia, que nuestro primer coliseo, supo tener en una época.
En las representaciones del primer elenco,
que se llevan a cabo en estos momentos, destaca el nombre de una gran figura,
al nivel de las que se mencionaron anteriormente, por la importancia de su
carrera internacional y su calidad artística; Maria Guleghina.
Guleghina compone un personaje. No es la
“Princesa hierática” que muchos suelen asociar a este rol; expresa cada una de
las emociones que el texto o la situación argumental le pide a lo largo de la
obra. Tal vez su voz no suene tan lozana como cuando la vimos en su recital,
hace 14 años, pero suena vigorosa y contundente, resolviendo los pasajes más
difíciles con la maestría y la experiencia que le dan sus 35 años de carrera.
Por el contrario, Kristian Benedikt, que
interpreta el rol de Calaf, muestra lozanía y potencia vocal, pero lejos está
de componer un personaje. No hay ductilidad en su canto. Se sabe poseedor de
potentes agudos, y se prepara para emitirlos como para que el público los
espere, los reciba y se asombre, y a veces sale bien, otras no tanto. El
“Nessun dorma”, solo pareció una excusa para llegar al agudo final esperando la
“apoteosis” que nunca ocurrió. De todos modos, esto es solo lo que diferencia a
un cantante que cumple, con un artista que canta; y Benedikt, cumplió con su
compromiso.
Otro tanto ocurrió con Verónica Cangemi en
el rol de Liu. De gran trayectoria internacional y una especialista en música
barroca, Cangemi incursiona en el verismo cumpliendo bien con un personaje
fuera de su especialidad. Absolutamente exagerada en la muerte de Liu y con
algunos sonidos fijos típicos del barroco pero no del verismo pucciniano.
El bajo James Morris ya no es el Wotan, que
supimos ver en el 96. Sus casi 50 años de carrera se reflejan en su voz que ya
perdió el color de su cuerda. A pesar de ello, dadas las características de
Timur, su personaje, resolvió todo muy bien con lo que enseña la experiencia.
Raul Gimenez, otro artista de destacada
actuación internacional, nos sorprende interpretando al Emperador Altoum. Lo
hizo de manera irreprochable, dándole expresividad a cada palabra de su texto.
Ping, Pang y Pong, son una trinidad,
tratada por Puccini como un solo personaje. Como dice Mosco Carner en su libro
sobre Puccini: “Estas conforman un coro
en miniatura, pues Puccini las trata no tanto como personajes individuales,
sino como un grupo que canta la misma
música”. El contraste principal reside en sus voces, en efecto, Ping es
barítono, y los otros dos tenores.
Sin embargo, es en Ping, y fuera del trío, en quien recaen
algunas frases importantes en el tercer acto, que deben ser dichas con
autoridad y presencia vocal. Dicho esto, el rol de Ping interpretado por el
barítono Alfonso Mujica, dejo mucho que desear. Su voz es buena, pero su
performance carece de la relevancia y la experiencia necesarias para un artista
de primer elenco en el Teatro Colon. Lo mismo vale para Santiago Martinez, en
el rol de Pang. Correcta la actuación de Carlos Ullan, artista ya probado, y
con años de trayectoria en el teatro. Correcto también el resto del elenco;
Alejandro Meerapfel, como el Mandarín y Laura Polverini y Gabriela Ceaglio como
Doncellas.
La dirección musical del Maestro Christian
Badea, no conformó totalmente. No hubo fraseos ni matices. La solemnidad y
pomposidad de las grandes escenas en la corte imperial, se convirtieron en
simples marchas por los tiempos elegidos por el maestro.
Muy buen trabajo del Coro estable y el de
niños del Teatro Colon, a quienes aún les restan 8 funciones prácticamente
seguidas, de una opera agotadora.
La magnífica escenografía que dejara el Maestro Roberto
Oswald, fue la utilizada para esta reposición de Turandot. Matías Cambiasso y
Anibal Lapiz, con la reggie y el vestuario, nos permitieron ver Turandot de
Puccini. Para esta época, ver la opera como fue pensada por sus autores, es
todo un logro.
Roberto Falcone
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