Un final brillante en la última representación de
“TURANDOT” en el Colón
LOS ÚLTIMOS SERÁN LOS
PRIMEROS
Martha CORA ELISEHT
Tras haber ofrecido 9
representaciones de la obra póstuma de Giacomo Puccini con diferentes elencos,
el pasado domingo 7 del corriente se ofreció la última representación de “TURANDOT” en el Teatro Colón, con el
siguiente reparto: Nina Warren (Turandot),
Arnold Rawls (Calaf), Jaquelina
Livieri (Liú), Lucas Debevec Mayer (Timur), Gabriel Renaud (Emperador Altoun), Juan Font (Mandarín), Sebastián Angulegui (Ping), Iván Maier (Pang), Sergio Spina (Pong), Gabriel
Centeno (El Príncipe de Persia), Analía
Sánchez y Cintia Velázquez (Dos
doncellas). La dirección musical estuvo a cargo de Christian Badea- quien ya dirigió a la Orquesta Estable
en varias oportunidades- y con reposición de la puesta en escena de Roberto
Oswald (1933-2013) llevada a cabo por Cristian Prego y Matías Cambiasso, bajo
la dirección escénica y vestuario de Aníbal Lápiz e iluminación de Rubén Conde.
Sin lugar a dudas, la reposición de
la magnífica puesta en escena anteriormente mencionada fue el marco perfecto
para el desarrollo de la obra póstuma de Puccini en la China imperial, acorde
al cuento de Carlo Gozzi sobre el cual se basa el compositor de Lucca para componer
su ópera, con libreto de Giuseppe Adami y Renato Simoni. Desgraciadamente,
Puccini muere antes de concluirla en 1924, motivo por el cual Franco Alfano
termina la orquestación y el final sobre temas propios del compositor. La
perfecta iluminación de Rubén Conde y el imponente vestuario de Aníbal Lápiz
completan una combinación magistral de lujo y buen gusto. Inclusive, se tiene
en cuenta el significado de los colores en la tradición china: Turandot es fría y déspota y gobierna en
un reino donde cunde la muerte- representada por el blanco, color de luto- ,
mientras que en el último acto, al caer rendida por el beso de Calaf, se le coloca un manto rojo –símbolo
de alegría y fiesta-. Por eso, el Príncipe
de Persia aparece vestido de blanco ante su inminente muerte, mientras que
el dorado es símbolo de vida y justicia impartidas por el Emperador Altoun. Un efecto muy bien desarrollado,
con un sinnúmero de figurantes en escena ayudaron a completar una puesta en
escena digna de los mejores teatros de ópera del mundo. En este aspecto, cabe
recordar que el Colón no es una excepción a la regla.
En cuanto al desempeño de la
orquesta y el coro, tanto el Coro Estable como el Coro de Niños del Colón
–dirigidos por Miguel ángel Martínez y César Bustamante, respectivamente-
tuvieron una excelente preparación y brindaron una perfecta composición sonora,
actuando como si fueran un protagonista más –acorde a la concepción
pucciniana-. Christian Badea demostró sus dotes de director de ópera brindando
una versión correcta, con un sello personal un tanto sui géneris, pero que no por eso dejó de ser brillante. Respetó los
momentos de mayor dramatismo en las arias principales y brindó el clima de
misterio en el preludio del 3° Acto de la obra- previo al célebre Nessun Dorma- . También supo marcar
perfectamente las entradas de los personajes principales y la diabólica escena
del verdugo Pu Tin Pao (Gira la cota,
gira, gira!) en el 1° Acto. Y ofreció un final a toda orquesta en la escena
de la boda de Turandot y Calaf. Personalmente, una cree que se
reivindicó luego de haber obtenido críticas iniciales un tanto adversas.
Acorde al título de esta nota, los
roles principales a cargo del segundo elenco también supieron hacer justicia a
la música de Puccini –al igual que la versión ofrecida por el elenco nacional
que, desgraciadamente, una no pudo apreciar- y su correspondiente
reivindicación con respecto del primer elenco. Nina Warren fue una Turandot espléndida, con muy buenos
matices e inflexiones de la voz en las arias principales (In questa reggia y en el Aria
de los Enigmas del 2° Acto, al igual que en el dúo del 3° Acto). Posee una
coloratura y una tesitura dramática soberbia, al igual que sus excelentes dotes
histriónicas, que se conjugaron para brindar una magnífica interpretación del
personaje. El tenor Arnold Rawls posee una voz muy bella, con buenos matices y
color tonal –por momentos, imitando el estilo de Pavarotti, tal como Rolando
Villazón a Plácido Domingo-. Si bien el caudal de voz sonó muy justo en el 1°
Acto, su fraseo y su línea de canto fueron impecables. Su personaje fue
creciendo vocalmente en intensidad a medida que avanzaba la obra –un tanto justo en “Non piangere, Liú!” y perfecto
en las respuestas del Aria de los
Enigmas, para llegar a la apoteosis en el Nessun Dorma (donde el público comenzó a aplaudir y vitorear antes
de la culminación del aria)- y en el último cuadro (“Principessa de morte” ) logró su consagración total. Jaquelina
Livieri brindó una muy digna interpretación de Liú, que descolló por el aspecto emocional –a más de un oyente se
le cayeron las lágrimas en el “Signore,
ascolta!” y en “Tu, che de gel sei
cinta”- . Y en la escena de la tortura, en vez de gritar –también acorde a
la concepción puccianiana- dio un grito ahogado junto a la expresión de dolor
en su rostro. Actoralmente y vocalmente perfecta, también recibió la ovación
del público ni bien terminadas sus arias. Pero el plato fuerte de la función
fue Lucas Debevec Mayer, quien brindó un Timur
de antología: vocalmente perfecto, con una voz de caudal y potencia arrolladoras y perfectas dotes histriónicas
para interpretar a un viejo emperador ciego y destronado. También fue soberbio
el trío de máscaras compuesto por Sebastián Angulegui, Iván Maier y Sergio
Spina, donde actuaron en conjunto como si fueran una sola voz, pese a que cada
uno tiene sus matices y, en el caso particular de Ping, la única aria que canta este personaje (“Ho una casa nell’ Honan”). Se destacaron por la simpatía con la
cual encararon a sus respectivos personajes y el buen nivel de canto. Juan Font
cantó muy bien su parte como el Mandarín
–maravillosamente caracterizado- y Gabriel Centeno hizo su aparición en escena
como el Príncipe de Persia –que no
canta- con solemnidad, enfrentándose
a su muerte. Y Gabriel Renaud ofreció un
correcto Altoun.
La
última representación ha sido una función brillante para cerrar esta nueva
versión del clásico póstumo de Puccini, que estuvo ausente de las Temporadas
del Colón durante 13 años y que debe ser interpretada por excelentes cantantes.
Y acorde al título de la nota, los últimos elencos fueron los primeros en
excelencia vocal para recrear con su
bello canto lírico todo el lujo y el esplendor de la China Imperial
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