Extraordinario concierto a cargo de la Sinfónica
Nacional en el CCK
CON ACENTO Y EVOLUCIÓN
DEL IMPRESIONISMO FRANCÉS
Martha CORA ELISEHT
El Ciclo de Abono da la Orquesta
Sinfónica Nacional se caracteriza por la diversidad de su programación y por
abarcar repertorios integrados por obras muy poco convencionales, o que rara
vez se ejecutan fuera de su país de origen. En este caso, el pasado viernes 30
del corriente, la mencionada agrupación brindó un concierto formado por obras
del impresionismo musical francés en el Auditorio Nacional del Centro Cultural
Kirchner (CCK) bajo la batuta de Silvain Gasancon, que comprendió el siguiente
repertorio: Viviane, Op.5 de Ernest
Chausson (1855-1899), Poème de l’Amitié
para dos violines y orquesta, Op. 26 de Eugène Ysaÿe (1858-1931), con la
participación de Haydée Seibert Francia y Gustavo Mulé como solistas; Le tombeau réspléndessant (La tumba
resplandeciente) de Olivier Messiaen (1908-1992) y la Sinfonía n° 3 en Sol menor, Op.42 de Albert Roussel (1862-1937).
La primera de las obras fue el único
poema sinfónico que compuso Ernest Chausson durante su breve vida y se basa en
la leyenda de los Caballeros de la Tabla Redonda, donde el hada del lago Viviane recibe a Lancelot y le recomienda que tome los consejos del mago Merlín. Fue compuesta en 1882 y dedicada
a quien fuera su esposa –Jeanne Éscudier-. Su estreno se produjo en 1883, bajo
la dirección de Édouard Colonne. Posteriormente, Chausson realiza una
reorquestación de la misma en 1888 y es la que se conoce hasta nuestros días.
De tono y estirpe romántica, lleva una orquestación clásica a la cual se le
agregan dos arpas –que representan el tema de la protagonista- y trompetas
fuera de escena. Musicalmente, posee una estructura donde existen motivos
principales –leitmotiv- que
caracterizan a los diferentes protagonistas y con tinte impresionista que -por
momentos- recuerda a La Péri de Paul
Dukas. No hay que olvidar que tanto Chausson como este último fueron alumnos de
César Franck en composición. La versión ofrecida por Gasancon fue soberbia, con
un perfecto equilibrio sonoro, buena marcación de los tempi y de las entradas para los músicos que estaban fuera del
escenario. Hubo un muy buen trabajo de ensayo y brindó una versión exquisita y
refinada.
Seguidamente se ejecutó la obra de
Eugène Ysaÿe, quien no sólo fue un eximio violinista y compositor belga, sino
que además, Chausson le dedicó su Poema
para violín y orquesta y su Concierto
para violín, piano y cuarteto de cuerdas. Por
ende, no es casual que la elección del repertorio haya seguido este orden, ya
que Ysaÿe fue posterior a Chausson. Además de haber compuesto numerosas obras
de cámara, un concierto para violín y orquesta y numerosos cuartetos para cuerdas, Ysaÿe
cultivó un género sinfónico: el poema, en
el cual era un experto en la materia. El Poème
de l’Amitié (Poema de la Amistad) consta de un solo movimiento,
donde los dos violines ejecutan un cantábile
a doble canon, estableciendo un
diálogo entre ellos y la orquesta. Es una obra bellísima, que rara vez se escucha en los programas de conciertos y
se caracterizó por ser una versión brillante, donde tanto Haydée Seibert
Francia como Gustavo Mulé demostraron sus dotes de excelentes solistas, con un
fraseo perfecto y una sonoridad estupenda. Silvain Gasancon puso su sello
particular y logró una profundidad sonora como un brillo orquestal de alta
jerarquía. El numeroso público que se dio cita esa noche en la Sala Sinfónica
respondió mediante un cálido y prolongado aplauso.
La
Tumba resplandeciente data de 1931 y es una obra que se ejecuta sin
interrupción. Posee una neta influencia de Stravinsky, con algunas disonancias
–que recuerdan a Béla Bartok.- y matices jazzísticos hacia el final, a cargo de
los trombones, trompetas y tuba –muy similar a las composiciones de André
Previn, quien seguramente debió haberse basado en la obra de Messiaen para
componer Un tranvía llamado Deseo- y
que Gasancon dirigió magistralmente, logrando un sonido puro y poniendo énfasis
en los tutti orquestales. Finalmente,
el concierto cerró con una monumental versión de la Sinfonía n° 3 en Sol menor, Op. 42 de Roussel. Es la más conocida
de las cuatro sinfonías de este músico y fue compuesta por encargo de la
Orquesta Sinfónica de Boston con motivo de cumplirse su 50° Aniversario en
1929. Fue estrenada por dicho organismo sinfónico en 1930, bajo la dirección de
Serge Koussevitsky, en un programa donde además de la misma, incluyó la Sinfonía de los Salmos de Strtavinsky y
la Sinfonía n° 4 de Sergei Prokofiev.
Posee 4 movimientos (Allegro vivo/
Adagio/ Vivace/ Allegro con brio) y su duración es de 30 minutos. La música
de Roussel posee tres características: refinamiento de la armonía, audacia
rítmica y riqueza de color tonal. Y se
nota desde el Allegro inicial la seguidilla –similar a la empleada por
Joaquín Rodrigo en el tercer movimiento del celebérrimo Concierto de Aranjuez- con una orquestación más profusa, que lleva
celesta, arpa, címbalos y otros instrumentos de percusión y en tono menor. Hay
que recordar que ambos compositores formaron parte de la Schola Cantorum, y eso se refleja en sus obras. El bellísimo Adagio abre con un solo de flauta, cuya
melodía es tomada posteriormente por la orquesta para engarzar con un segundo
tema introducido por flauta y trompetas, donde se ofreció una versión sublime.
El movimiento cierra con un bellísimo solo de violín, que el concertino Xavier Inchausti supo
ejecutar con su habitual maestría y su profesionalismo. El 3° movimiento (Vivace) abre con un scherzo- rondó con golpes de timbal –al
estilo de la Sinfonía n° 4 (La
Inextinguible) de Carl Nielsen- que es respondido por las cuerdas y la
trompeta mediante un poderoso contrapunto, para cerrar posteriormente con una
recapitulación del tema, mientras que el Allegro
con brio final se inicia con una cadencia marcada por la flauta en
contrapunto con el timbal y la celesta, que es seguido posteriormente por las
cuerdas y los metales. Al final de la sinfonía, recapitula con el tema inicial
del 1° movimiento. Las actuaciones de los solistas fueron notables y la
magistral dirección de Gasancon hizo el resto para el deleite del público.
Realmente, no sólo es un placer
escuchar este tipo de obras para poder apreciarlas en toda su magnitud, sino
también innovar el repertorio tradicional de los programas de conciertos. Sobre
todo, en estos tiempos que corren, donde –lamentablemente- los músicos
de la Sinfónica Nacional siguen exhibiendo el consabido cartel de #Sinfónica Nacional en crisis; por lo
tanto, carecen de dinero para poder realizar giras por el interior del país
(pese al aumento de la partida presupuestaria designada por el Congreso de la
Nación a tal efecto). Mientras tanto, se seguirá teniendo la oportunidad de
escuchar y contemplar a estos intérpretes de gran jerarquía dentro del
maravilloso marco del principal centro cultural de América Latina, ofreciendo
al público obras inéditas.
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