DESCARNADA Y
CONTUNDENTE
Teatro
Colón, temporada 2019: decimocuarto concierto de abono de la Orquesta
Filarmónica de Buenos Aires y segundo concierto del Ciclo “Colón Contemporáneo”,
Director: Wolfgang Wengenroth. Opera: “El Baile” en un acto y cinco escenas con
música de Oscar Strasnoy y libreto de Matthew Jocelyn, basado en la novela de
Irene Nemirovsky. Intérpretes: Sabrina Cirera (Rosine, la madre), Laura Pisani
(Antoinette, su hija), Carlos Ullán (Alfred, el padre), Marisú Pavón (Isabelle,
la profesora de piano), Alejandra Malvino (Miss Betty, la institutriz), Víctor
Torres (Georges, el mayordomo). Dirección Escénica y Video; Matías Feldman.
Ilustraciones: Hermenegildo “Menchi” Sabat. Teatro Colón, 26 de Setiembre de
2019.
NUESTRA OPINION: EXCELENTE.
En menor
medida a lo que aconteciera 48 horas antes en el Teatro Coliseo en ocasión de
la presentación del conjunto barroco español “La Folía”, durante el transcurso
de la versión con semi-montaje escénico con la que se estrenó “El Baile” de
Oscar Strasnoy, un sector del público (afortunadamente mucho menor que el
martes anterior) se incorporó de sus butacas y abandonó la sala. La cercanía de
ambos hechos y los puntos de contacto que la música actual tiene con el barroco
me han hecho reflexionar acerca del porqué de
la actitud del sector del público que se retiró en ambas manifestaciones
artísticas. El resultado es concluyente: la negación. Negación ante lo
cotidiano. Negación a aprender de la historia. No tolerar que se nos muestren (aún puestas en música) situaciones de la
vida diaria que de algún modo nos rozan o afectan. En todo caso es preferible la banalidad o
todo aquello que signifique previsibilidad y no transgreda. Eso se pone de
manifiesto en: Rutina, ya sea repertorio tradicional sinfónico u operístico.
Apenas Bartok, Ravel o Debussy en ambos
géneros, hasta algo de Britten en ópera, pero no más de ahí. Entonces cuando
sobrevienen propuestas como las de Luciano Berio o esta de Strasnoy, en donde
es opera, en donde el tratamiento es disonante, pero donde la voz actúa como
hilo conductor y donde hay ingenio, mordacidad y sutileza y el argumento es tan
verísta como “Cavallería Rusticana”, pero más cercano aún a Ntros. días,
sobreviene el rechazo. Y es ahí en donde con la base de la novela corta de
Irene Nemirovsky y la muy buena adaptación de Matthew Jocelyn, el tratamiento
musical que Oscar Strasnoy emplea, golpea fuerte al espectador, actúa de manera
maravillosamente irreverente hasta lograr la reacción de ese sector que no
soporta ver la realidad de todos los días. ¿Y que podemos decir entonces de la
forma barroca con la que tracé al comienzo la comparación?: resistir a concentrarse, resistir a pensar,
resistir también a bucear en el origen y la forma pues al fin y al cabo de ahí
partieron todos los demás, incluidos los contemporáneos que citan y construyen
a partir de esos sonidos y estructuras.
París. Una familia de religión judaica ha
ascendido en su posición social. La esposa quiere codearse con el “tout” y para
eso nada mejor que ofrecer un baile en donde seleccionará a los invitados entre
los cuales pueden haber potables candidatos para novios de su joven hija. Esta
junto a su institutriz escuchan la idea de boca de la mujer. La joven se
ilusiona de inmediato con el acontecimiento pero de inmediato la madre le dice
que no habrá lugar para ella en la fiesta. Junto a su esposo comienzan a
ordenar las invitaciones, pero ocurre que han bebido y no están en la mejor
forma para hacerlo por lo que es la hija quien redacta las esquelas. La
institutriz recibe la instrucción de despacharlas, pero durante la ausencia de
sus patrones aprovecha a mantener una relación informal con el criado de la
familia. Esto es descubierto por la joven hija y para descomprimir la
situación, la institutriz le pide a la muchacha que sea ella quien despache esa
preciada correspondencia. Tanto oprobio provoca que la joven vaya, primero
inconscientemente y luego deliberadamente perdiendo las esquelas hasta quedarse
sin ninguna encima por lo que nunca se recibirán las invitaciones. Los
preparativos se acrecientan, la escena la completa una prima de la mujer,
profesora de piano que imparte lecciones a la muchacha y que, invitada de
oficio, será la única persona que asista al convite. Llegan los músicos, el
servicio, se recuerdan las reglas de urbanidad y buenos modales, todo preparado
pero los invitados jamás llegarán. La prima comenzará a burlarse y analizar las
cosas desde la óptica de quien lo mira desde afuera y la mujer estallará de
furia, hasta alcanzar con la misma a su marido a un nivel tal que el hombre se
marcha de la casa no sin antes reprocharse mutuamente las miserias con su mujer
(posición económica, ascenso social viniendo de la nada y todo lo que Ud. Se imagina).
El final mostrará a una joven arrepentida, la que aún sin confesar su venganza
sostiene y contiene a su infeliz madre.
La partitura es contundente, describe esa
atmosfera opresiva y lúgubre. La orquestación es densa, pero nunca habrá
momentos en “tutti” o “fortes” en exceso. Casi un “guiño” a Berio es la
inclusión del momento “Klezmer” del tercer movimiento del “Titán” de Mahler (El
funeral del cazador), cuando el Italiano incluyó momentos del tercer movimiento
pero de la sinfonía siguiente (Resurrección) del propio Mahler en su propia
sinfonía. También incluyó la presencia en el fondo de la platea de una pequeña
formación Jazzistica para el momento del frustrado baile. La tarea de Wolfgang
Wengenroth no pudo ser más sobresaliente. Plasmó toda la idea de Strasnoy y la
llevó de modo admirable con una Filarmónica estupenda de punta a punta. La
realización escénica de Matías Feldman incluyó desplazamientos de los interpretes
vocales por delante de la orquesta, proyección de notas escritas a mano que
permitieron a los espectadores seguir más de cerca la trama y escenas filmadas con los protagonistas
vocales que acentuaron el tono satírico sumados a dibujos estupendos del
inolvidable Hermenegildo “Menchi” Sabat referidos a la escena (Uno solo ya de
por sí es contundente: el de un reloj de pared que marca la hora del baile y se va desdibujando porque la tinta se corre
en la hoja). En el aspecto vocal, la homogeneidad y competencia del elenco fue
absoluta. Desde Víctor Torres y su impecable mayordomo. Marisú Pavón dando vida
a la prima y profesora de piano que se encargará de quitar la máscara de
falsedad que envuelve a la familia. Alejandra Malvino en la institutriz y
amante con una solvencia vocal y actoral admirable. Carlos Ullán como el
esposo, quien termina coqueteando con la prima de su esposa frente a los
delirios de esta. Y llegamos al nudo central: Laura Pisani en la estupenda
composición de la hija, desde la travesura a la mortificación y Sabrina Cirera erigiéndose
en el eje del espectáculo con una criatura que va en un segundo de la euforia a
la depresión al naufragar y sobrellevar la angustia solo con la compañía de la
hija.
¿Será que hubieron muchos presentes que se
vieron reflejados y por eso escaparon como Alfred en la trama?
Donato Decina
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