Excelente presentación de “LA CENICIENTA” de
Prokofiev en el Colón
CUANDO LA HISTORIA ES
LA PROTAGONISTA
Martha CORA ELISEHT
Dentro de la presente temporada, el
Ballet Estable del Teatro Colón ofrece uno de los más bellos que se han
compuesto y muy poco representado en el país: LA CDENICIENTA, con música de Sergei Prokofiev (1891-1953) y
coreografía de Ben Stevenson, con la participación de Dominic Walsh como
coreógrafo repositor y Tom Boyd como régusseur
y diseño de vestuario e iluminación de Rubén Conde. Las funciones se representarán entre los días
19 al 26 del corriente con la presencia
de la Orquesta Estable de dicho organismo, con la presencia del mexicano Jesús Medina como director
invitado y Paloma Herrera como directora del Ballet Estable.
Quien escribe asistió a la función
de Abono Nocturno ofrecida el día 22 del corriente, donde los roles principales
estuvieron a cargo de los siguientes intérpretes: Dorothée Gilbert (Cenicienta), Marcelo Gomes (Príncipe), Matías De Santis (Pandolphe), Natalia Sarraceno (Madrastra), Pablo Marcilio (Griselda, la hermanastra), Julián
Galván (Anastasia, la otra hermanastra), Noemí
Szleszynski (Bruja), Silvia Grün (Modista), Julieta Lerda (Asistente de modista), Maximiliano
Cuadra (Peluquero), Luciano García (Asistente del peluquero), Franco
Noriega (Maestro de Baile), Rodrigo
Cuadra (violinista), Ayelén Sánchez (Hada Madrina), Gerardo Wyss, Alejo Cano
Maldonado, Matías Santos y Alan Pereyra
(Libélulas), Emilia Peredo Aguirre (Hada
de Primavera), Georgina Giovannoni (Hada
de Verano), Camila Bocca (Hada de
Otoño), Ludmila Galaverna (Hada de
Invierno), Jiva Velázquez (Bufón), Nahuel
Prozzi y Vinicius Vasconcellos (Amigos
del Príncipe).
A diferencia de la versión de Frederik
Ashton –donde los protagonistas adquieren un rol preponderante-, la de Ben
Stevenson se caracteriza porque la protagonista es la historia de Cenicienta en sí misma. El celebérrimo
cuento de Charles Perrault posee algunas modificaciones: los roles de las
hermanastras están bailados por hombres, lo que le da un aspecto más cómico y
desopilante que el consabido de las dos malvadas. Hay toda una serie de
personajes secundarios que aparecen antes de los preparativos del baile (Modista, Peluquero y sus respectivos
asistentes, el violinista y el Maestro de Baile), que en la obra original
están representados por los sirvientes. También se lo representa a Pandolphe –padre de Cenicienta- como un auténtico “varón domado” por su esposa (Madrastra), quien trata de proteger a
su hija del continuo maltrato a la que es sometida, pero no puede. Y aparece
una Bruja en el primer acto, por
quien Cenicienta siente compasión y
le ofrece un pan, mientras las hermanastras se encargan de maltratar y echar a
esa vieja andrajosa lo más rápido posible. Una vez que todos han partido, ella
se queda sola bailando con la escoba, pero al mirarse en el espejo y ver su
vestido harapiento, rompe a llorar desconsoladamente. Aparece nuevamente la Bruja, quien se transforma en su Hada Madrina y hace que las Hadas de las Cuatro Estaciones bailen
para ella. Las libélulas representan
su séquito –estupenda labor de los cuatro solistas- y, desde ya, transforma el
zapallo en carroza y los ratones en 4 caballos blancos. En la presente versión
se utilizó el mismo recurso que en la última reposición de Cendrillon de Massenet en el Metropolitan de New York: cuatro
figurantes vestidos de blanco con pelucas de crin, imitando el paso de los
caballos. Durante la escena del baile,
en vez del Rey y su séquito, el cuerpo de baile y el Bufón representaron a la Corte del Príncipe y este último repartía naranjas como souvenirs a los invitados – sonaron los acordes de la célebre
marcha de El Amor por Tres Naranjas, del
mismo autor-. Y para la prueba del zapato, se presenta el Príncipe escoltado por el Bufón
y dos amigos en casa de Cenicienta. No
sólo la historia termina con final feliz y perdonando a su madrastra y
hermanastras, sino que predomina el cortejo nupcial formado por las Hadas de las Cuatro Estaciones, el Hada Madrina y el séquito real,
representado por el cuerpo de baile. Por lo tanto, es la historia en sí misma
la que adquiere protagonismo, sin que ninguno de los principales roles se
destaque por sobre el resto, pero manteniendo
su individualidad a la vez.
La labor ofrecida por parte de la
pareja protagónica fue estupenda y Dorothée Gilbert demostró sobre el escenario
del Colón por qué es la principal étoile del
Ballet de la Ópera de París: excelente técnica, buenas dotes histriónicas y
sobresalió por sus excelentes panché,
souplée y por la impecable rond de
jambes fouettés en tournant del Pas
de Deux del 2° acto. Y los developées
del Pas de Deux del 3° acto junto
a su partenaire -Marcelo Gomes,
primer bailarín del American Ballet
Theatre (ABT)- fueron de una precisión absoluta. ¨Por su parte, él sobresalió
por su impecable solage y fouette en su solo del 2° acto. Como ya
tiene habitualmente acostumbrado al público, Jiva Velázquez descolló con sus
impecables y soberbias piruetas sobre el escenario interpretando al Bufón y junto a las hermanastras Griselda y Anastasia brindaron
una formidable lección de actuación y destreza. La dupla formada por Pablo Marcilio y Julián
Galván hizo reír al público con sus chanzas y sus piruetas. Y demostraron que
son dos bailarines de carácter, ideales para interpretar este tipo de roles. El
cuerpo de baile tuvo un correcto desempeño en las escenas de conjunto –con
algunos desacoples- y dentro de los
solistas, Ayelén Sánchez brindó una excelente actuación como el Hada Madrina, mientras que el cuarteto
de libélulas formado por Gerardo Wyss, Alejo Cano Maldonado, Matías Santos y
Alan Pereyra se destacó por la plasticidad, gracia y coordinación de
movimientos. Entre las cuatro solistas que encarnaron a las Hadas,
Emilia Peredo Aguirre (Primavera)
y Camila Bocca (Otoño) sobresalieron
por su gracia, estética y ductilidad,
mientras que Ludmila Galaverna (Invierno)
y Georgina Giovannoni (Verano) demostraron
una técnica perfecta.
Previo al comienzo, Rubén Conde
ofreció una excelente iluminación resaltando la cúpula del Colón y dejando
filtrar la luz a través del cortinado de los palcos mientras la sala permanecía a oscuras, hasta que se oscureció por
completo al comenzar los primeros acordes
de la música- en tono menor y oscura,- que narra el maltrato continuo que sufre
Lucette – nombre de la protagonista
en el cuento original de Perrault- al transformarse en Cenicienta, hasta que se abre el telón y se muestran los
preparativos para el baile. Un recurso muy bien empleado, que brindó jerarquía
a la versión y puso a los espectadores en clima. El mexicano Jesús Medina
demostró que es un director de ballet no sólo por adecuar la música al ritmo
del bailarín, sino que además, le dio brillo a la Estable. Muy buenos solos de
violín – a cargo del concertino Freddy
Varela Montero-, de arpa –a cargo de
Sarah Solomon Stern- y en general, la
orquesta tuvo un sonido compacto y muy bien equilibrado; sobre todo, si se
tiene en cuenta que la obra de Prokofiev lleva una orquestación que requiere
gran cantidad de instrumentos de percusión, arpas, celesta, glockenspiel y metales, que juegan un
rol preponderante. Por ende, es fácil caer en excesos, cosa que no aconteció.
Una
celebra y ve con muy buen agrado que esta obra se dé sobre el escenario del
Colón, ya que es una historia clásica, archiconocida, que todo el mundo
comprende y que, además, es ideal para llevar a los niños e introducirlos en el
maravilloso mundo del ballet. Tras haber estado ausente por algunos años – la
última vez en 2013, con música de Johann Strauss-, LA CENICIENTA aparece nuevamente sobre el escenario del Colón para
deleitar al público y transformarse en la auténtica protagonista de este
espectáculo
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