miércoles, 23 de octubre de 2019

Excelente presentación de “LA CENICIENTA” de Prokofiev en el Colón

CUANDO LA HISTORIA ES LA PROTAGONISTA
Martha CORA ELISEHT

            Dentro de la presente temporada, el Ballet Estable del Teatro Colón ofrece uno de los más bellos que se han compuesto y muy poco representado en el país: LA CDENICIENTA, con música de Sergei Prokofiev (1891-1953) y coreografía de Ben Stevenson, con la participación de Dominic Walsh como coreógrafo repositor y Tom Boyd como régusseur y diseño de vestuario e iluminación de Rubén Conde.  Las funciones se representarán entre los días 19 al 26 del corriente  con la presencia de la Orquesta Estable de dicho organismo, con la presencia  del mexicano Jesús Medina como director invitado y Paloma Herrera como directora del Ballet Estable.
            Quien escribe asistió a la función de Abono Nocturno ofrecida el día 22 del corriente, donde los roles principales estuvieron a cargo de los siguientes intérpretes: Dorothée Gilbert (Cenicienta), Marcelo Gomes (Príncipe), Matías De Santis (Pandolphe), Natalia Sarraceno (Madrastra), Pablo Marcilio (Griselda, la hermanastra), Julián Galván (Anastasia, la otra hermanastra), Noemí Szleszynski (Bruja), Silvia Grün (Modista), Julieta Lerda (Asistente de modista), Maximiliano Cuadra (Peluquero), Luciano García (Asistente del peluquero), Franco Noriega (Maestro de Baile), Rodrigo Cuadra (violinista), Ayelén Sánchez (Hada Madrina), Gerardo Wyss, Alejo Cano Maldonado, Matías Santos y Alan Pereyra (Libélulas), Emilia Peredo Aguirre (Hada de Primavera), Georgina Giovannoni (Hada de Verano), Camila Bocca (Hada de Otoño), Ludmila Galaverna (Hada de Invierno), Jiva Velázquez (Bufón), Nahuel Prozzi y Vinicius Vasconcellos (Amigos del Príncipe).
            A diferencia de la versión de Frederik Ashton –donde los protagonistas adquieren un rol preponderante-, la de Ben Stevenson se caracteriza porque la protagonista es la historia de Cenicienta en sí misma. El celebérrimo cuento de Charles Perrault posee algunas modificaciones: los roles de las hermanastras están bailados por hombres, lo que le da un aspecto más cómico y desopilante que el consabido de las dos malvadas. Hay toda una serie de personajes secundarios que aparecen antes de los preparativos del baile (Modista, Peluquero y sus respectivos asistentes, el violinista y el Maestro de Baile), que en la obra original están representados por los sirvientes. También se lo representa a Pandolphe –padre de Cenicienta- como un auténtico “varón domado” por su esposa (Madrastra), quien trata de proteger a su hija del continuo maltrato a la que es sometida, pero no puede. Y aparece una Bruja en el primer acto, por quien Cenicienta siente compasión y le ofrece un pan, mientras las hermanastras se encargan de maltratar y echar a esa vieja andrajosa lo más rápido posible. Una vez que todos han partido, ella se queda sola bailando con la escoba, pero al mirarse en el espejo y ver su vestido harapiento, rompe a llorar desconsoladamente. Aparece nuevamente la Bruja, quien se transforma en su Hada Madrina y hace que las Hadas de las Cuatro Estaciones bailen para ella. Las libélulas representan su séquito –estupenda labor de los cuatro solistas- y, desde ya, transforma el zapallo en carroza y los ratones en 4 caballos blancos. En la presente versión se utilizó el mismo recurso que en la última reposición de Cendrillon de Massenet en el Metropolitan de New York: cuatro figurantes vestidos de blanco con pelucas de crin, imitando el paso de los caballos.  Durante la escena del baile, en vez del Rey y su séquito, el cuerpo de baile y el Bufón representaron a la Corte del Príncipe y este último repartía naranjas como souvenirs a los invitados – sonaron los acordes de la célebre marcha de El Amor por Tres Naranjas, del mismo autor-. Y para la prueba del zapato, se presenta el Príncipe escoltado por el Bufón y dos amigos en casa de Cenicienta. No sólo la historia termina con final feliz y perdonando a su madrastra y hermanastras, sino que predomina el cortejo nupcial formado por las Hadas de las Cuatro Estaciones, el Hada Madrina y el séquito real, representado por el cuerpo de baile. Por lo tanto, es la historia en sí misma la que adquiere protagonismo, sin que ninguno de los principales roles se destaque por sobre el resto, pero manteniendo  su individualidad a la vez.
            La labor ofrecida por parte de la pareja protagónica fue estupenda y Dorothée Gilbert demostró sobre el escenario del Colón por qué es la principal étoile del Ballet de la Ópera de París: excelente técnica, buenas dotes histriónicas y sobresalió por sus excelentes panché, souplée y por la impecable rond de jambes  fouettés en tournant del Pas de Deux del 2° acto. Y los developées del Pas de Deux del 3° acto junto a su partenaire -Marcelo Gomes, primer bailarín del  American Ballet Theatre (ABT)- fueron de una precisión absoluta. ¨Por su parte, él sobresalió por su impecable solage y fouette en su solo del 2° acto. Como ya tiene habitualmente acostumbrado al público, Jiva Velázquez descolló con sus impecables y soberbias piruetas sobre el escenario  interpretando al Bufón y junto a las hermanastras Griselda y Anastasia brindaron una formidable lección de actuación y destreza.  La dupla formada por Pablo Marcilio y Julián Galván hizo reír al público con sus chanzas y sus piruetas. Y demostraron que son dos bailarines de carácter, ideales para interpretar este tipo de roles. El cuerpo de baile tuvo un correcto desempeño en las escenas de conjunto –con algunos desacoples- y  dentro de los solistas, Ayelén Sánchez brindó una excelente actuación como el Hada Madrina, mientras que el cuarteto de libélulas formado por Gerardo Wyss, Alejo Cano Maldonado, Matías Santos y Alan Pereyra se destacó por la plasticidad, gracia y coordinación de movimientos. Entre las cuatro solistas que encarnaron a  las Hadas, Emilia Peredo Aguirre  (Primavera) y Camila Bocca (Otoño) sobresalieron por su gracia, estética  y ductilidad, mientras que Ludmila Galaverna (Invierno) y Georgina Giovannoni (Verano) demostraron una técnica perfecta.
            Previo al comienzo, Rubén Conde ofreció una excelente iluminación resaltando la cúpula del Colón y dejando filtrar la luz a través del cortinado de los palcos mientras la sala permanecía a oscuras, hasta que se oscureció por completo al comenzar los primeros acordes de la música- en tono menor y oscura,- que narra el maltrato continuo que sufre Lucette – nombre de la protagonista en el cuento original de Perrault-  al transformarse en Cenicienta, hasta que se abre el telón y se muestran los preparativos para el baile. Un recurso muy bien empleado, que brindó jerarquía a la versión y puso a los espectadores en clima. El mexicano Jesús Medina demostró que es un director de ballet no sólo por adecuar la música al ritmo del bailarín, sino que además, le dio brillo a la Estable. Muy buenos solos de violín – a cargo del concertino Freddy Varela Montero-, de arpa –a cargo de Sarah Solomon Stern-  y en general, la orquesta tuvo un sonido compacto y muy bien equilibrado; sobre todo, si se tiene en cuenta que la obra de Prokofiev lleva una orquestación que requiere gran cantidad de instrumentos de percusión, arpas, celesta, glockenspiel y metales, que juegan un rol preponderante. Por ende, es fácil caer en excesos, cosa que no aconteció.
            Una celebra y ve con muy buen agrado que esta obra se dé sobre el escenario del Colón, ya que es una historia clásica, archiconocida, que todo el mundo comprende y que, además, es ideal para llevar a los niños e introducirlos en el maravilloso mundo del ballet. Tras haber estado ausente por algunos años – la última vez en 2013, con música de Johann Strauss-, LA CENICIENTA aparece nuevamente sobre el escenario del Colón para deleitar al público y transformarse en la auténtica protagonista de este espectáculo

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