Final de Ciclo de la Orquesta Sinfónica Nacional en
el CCK
HASTA EL AÑO BEETHOVEN
QUE VIENE
Martha CORA ELISEHT
Se cierra un ciclo y otro comienza.
Y para concluir un ciclo brillante, la Orquesta Sinfónica Nacional se despidió
con un concierto que tuvo lugar el miércoles 18 del corriente en el Auditorio
Nacional del Centro Cultural Kirchner (CCK) bajo la dirección de Andrés
Tolcachir, con la participación del Coro Nacional de Ciegos “Carlos Roberto
Larimbe”, dirigido por Osvaldo Manzanelli y los siguientes solistas: Ana
Moraitis (soprano), Mónica Ferracani (soprano), Laura Domínguez (mezzosoprano),
Enrique Folger (tenor) y Mario De Salvo (bajo), en un programa que comprendió
las siguientes obras: Arena, entre la
carne y el hueso (para soprano y orquesta) de Andrés Gersenzon y la
Misa en Do mayor, Op.86 de Ludwig
van Beethoven (1770-1827).
El actual titular de la Orquesta
Sinfónica de Neuquén demostró ser un director con mayúsculas: logró un
equilibrio sonoro perfecto durante todas las obras comprendidas en el programa
y una gran musicalidad. Además, mantuvo un diálogo perfecto entre coro,
solistas principales y orquesta en la mencionada obra de Beethoven, al igual
que durante la mencionada obra de Gersenzon. Esta última es una musicalización
de la obra de teatro homónima de Bea Odoriz, donde la protagonista trata de
encontrarse con su padre. Este rol le fue confiado a Ana Moraitis, quien
realizó los recitativos con micrófono para que su voz no pasara desapercibida
durante los tutti orquestales. Comienza
con un glissandi en La entre el arpa,
piano y vibrafón, hasta que la soprano entra con una melodía de tinte folklórico,
que posteriormente se desarrolla brindando un clima de misterio cuando pisa
sangre y se encuentra rodeada de cuchillos. Aparece el tema de la muerte
mediante un trémolo en las cuerdas
cuando alude a una carta escrita por su padre, a quien trata de encontrar.
Mediante la repetición de una frase simulando el eco durante el recitativo, la
orquesta acompaña en escala descendente creando dicho eco que- por cierto-
estuvo muy bien logrado. Posteriormente, le sigue el aria de las sombras, donde
la protagonista siente nostalgia por la voz de su padre. Este clima se logra
mediante una melodía introducida por las cuerdas, que la flauta retoma
posteriormente. La flauta y el piano crean un clima de misterio que expone las
dudas de la protagonista, su invocación al padre mediante la carta –que la
protege ante la inminencia de la muerte- . El acompañamiento en pianissimo logrado por las placas y el
gong grave dan el efecto del desfallecimiento de la protagonista, que cierra la
obra mediante un recitativo. La línea de canto y el dramatismo de Ana Moraitis
fueron impecables y recibió numerosos aplausos. La marcación de Tolcachir fue
perfecta y al concluir la obra, saludó tanto al compositor como a la dramaturga
–que se encontraban presentes en el Auditorio-.
La Misa en Do mayor, Op.86 fue compuesta por Beethoven en 1807 y está
dedicada al príncipe Ferdinand Kinsky. No es de las obras más ejecutadas del
genio de Bonn y posee la estructura de una misa clásica (Kyrie/ Gloria/ Credo/ Sanctus/ Benedictus/ Agnus Dei), con la
participación de solistas (soprano/ mezzosoprano/ tenor y bajo), coro, orquesta
y órgano. Desde el inicio, el Coro Polifónico Nacional de Ciegos desempeñó una
excelente labor, con voces muy bien trabajadas y preparadas, mientras que
Andrés Tolcachir logró una profundidad sonora muy buena al frente de la
Sinfónica. El bellísimo canon a 4 voces del Gloria
–iniciado por la mezzosoprano, seguido por el tenor, el bajo y la soprano-
tuvo en Laura Domínguez, Enrique Folger, Mario de Salvo y Mónica Ferracani respectivamente
a sus intérpretes ideales. Posteriormente, el orden de las voces se invierte
hasta el canto al unísono, que es retomado por el coro, quien tuvo a su cargo
el Credo. Fue maravilloso escuchar el
Credo Niceno Constantinopolitano mediante el canon por parte de las cuatro
voces principales y el coro, hasta desembocar en el Amén dado por los solistas. La orquesta sonó majestuosa en el Sanctus, con una excepcional intervención del coro en el Hosanna, al igual que el órgano –de la
mano de Sebastián Aschenbach- que introduce el Benedictus para desembocar con la intervención de coro y solistas
en el Agnus Dei. Como no podía ser de
otra manera, la sala estalló en aplausos y los integrantes del coro se llevaron
los laureles. Fueron los más aplaudidos por su excelente interpretación y su
musicalidad. La orquesta sonó magníficamente bien y todos se retiraron ovacionados.
Parece ser que el cambio de
autoridades le ha sentado muy bien a la Sinfónica Nacional, ya que por primera
vez en mucho tiempo no se observó el cartel con el hashtag #Sinfónica Nacional en crisis. Asimismo, se eliminaron las vallas
de entrada al CCK y se rehabilitó la puerta giratoria de la entrada principal
–durante los cuatro años de gobierno macrista se entraba por el costado-, dando
cierto aire de libertad e integración. Quizás, el hecho de depender nuevamente del
actual Ministerio de Cultura le dé expectativas de mejora salarial, hacer
efectivos los nombramientos de sus integrantes y organización de giras
largamente postergadas. Lamentablemente, todavía no se dispone de programas de
mano –un ninguneo a los artistas y un dolor de cabeza para el periodista
especializado-. No obstante, ha sido un ciclo muy rico en estrenos y obras
inéditas, merced a la excelente labor de Ciro Ciliberto como programador. Ha
sido un brillante final de ciclo y un anticipo del año que vendrá –coincidente
con el 250° aniversario del nacimiento de Beethoven-. Por ende, fue una muy
buena idea cerrar un ciclo con una de las obras menos conocidas del genio de
Bonn antes del año próximo, donde la mejor orquesta del país seguramente le
rendirá un merecido homenaje. Hasta el año – Beethoven- que viene.
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