CRECIENTE “PASO A PASO” DE SINFÓNICA NACIONAL…
Por Jaime Torres Gómez
Sistemáticas
han sido las presentaciones de la Sinfónica
Nacional con público en los últimos dos meses, y con un creciente orgánico
de músicos.
No
obstante esta celebrada política por re-articular las actividades abiertas a la
comunidad, aún no se ha ampliado el aforo del público, contemplándose todavía
una cantidad menor al tercio de la capacidad del Teatro de la Universidad de Chile, situación explicable ante el
carácter “experimental” y de “adecuación” a un formato más definitivo
dentro del contexto pandémico. Paralelamente, es menester destacar la cobertura
digital de los conciertos de la Sinfónica,
al transmitirse en vivo las presentaciones desde el canal de internet del CEAC,
pudiéndose ampliar eficazmente la cobertura.
De
los últimos conciertos presenciados “in
situ” en octubre, se contó con un orgánico promedio de 50 músicos, dando
cuenta de una inmejorable oportunidad por retomar un trabajo de conjunto mayor,
inevitablemente desmedrado ante las restricciones de aforo, coadyuvando así a
recuperar el nivel histórico.
No
obstante con deslumbrantes direcciones
de los destacados maestros nacionales Francisco Rettig y Rodolfo
Fischer, sus presentaciones dieron cuenta de aciertos y desaciertos
programáticos respecto a la realidad actual. De hecho, programar “en modo Covid” implica ponderar con
extremo realismo la dimensión de las obras a abordar en términos de duración y
de dificultad técnica, puesto que las limitaciones de poder rendir a cabalidad
ante el uso (inmisericorde…) de las mascarillas, uso no compartido de los
atriles y las inusuales distancias entre los músicos, inevitablemente demanda
una exigencia sin duda bestial…
Luego
de dos años, retorna a la Sinfónica
como invitado Francisco Rettig, abriendo con la Suite de Mi Madre la Oca (Ma Mère l'Oye)
de Maurice
Ravel, originalmente para piano a 4 manos, y posteriormente orquestada e
incorporada como parte del ballet homónimo. Para esta obra de exquisita
delicadeza y fuertes exigencias en timbres y colores, Rettig imprimió idiomatismo a borbotones…, captando la esencia del
carácter en cada uno de los 5 números de la suite, y obteniendo una respuesta
de inusual jerarquía de los sinfónicos en
ajuste grupal más excelentes rendimientos solísticos.
Como
segunda y última obra, se contempló la Sinfonía N° 35 “Haffner” de W.A.
Mozart, también de importantes
exigencias ante una fuerte exposición en todas las familias instrumentales,
amén de representar una innegable madurez del género “sinfonía” per se. Con una adopción (absolutamente válida) de lentos
tempi, a priori esta opción pudiera
incurrir en ciertos riesgos de diluir la tensión interna. Empero, muy
felizmente, la interpretación del maestro Rettig
dio cuenta de todo lo contrario…, no fagocitándose en ningún momento la linealidad de la “trama discursiva”, y por tanto su vigor intrínseco. La respuesta de
los sinfónicos, no obstante algunos
pasajes no siempre bien ensamblados, estuvo atenta a los requerimientos de la batuta, transmitiéndose, con calibrada
eficacia, las bondades de la autorizada versión del maestro invitado.
Por
último, el programa dirigido por Rodolfo Fischer (también regresando
a la Sinfónica luego de dos años) sirvió
para replantear los criterios de programación (tiempo y dificultad de las
obras), al evidenciarse un rendimiento variable de la orquesta, discurriendo de menos a más…
Abrió
con una desarmada Obertura de la ópera Fidelio de L.V. Beethoven, pieza
exigente en elementos rítmicos y expuestos pasajes instrumentales (en especial
para los cornos). Si bien la lectura
de Fischer puso énfasis en una debida
claridad expositiva -con debidos contrastes y matices-, sin embargo no fue
posible apreciarlos en plenitud ante una débil respuesta generalizada de la orquesta, evidenciándose falta de
ensayo, seguramente debido a la extensión y complejidad del programa en su
conjunto.
Como
segunda obra se ofreció la Cantata Nänie de J. Brahms, con el debut
de la Camerata Vocal de la Universidad de Chile en pandemia
junto a la Sinfónica, conformando así
el más numeroso orgánico de artistas -músicos y coreutas- en el escenario del teatro universitario desde el inicio de
la crisis sanitaria. A diferencia de la obertura,
se percibió con más organicidad por parte de la orquesta, amén de una excelente
preparación de la Camerata.
Y
sin mediar intermedio (muy necesario contemplarlo a futuro…), una superlativa versión de la Tercera
Sinfonía “Escocesa” de F.
Mendelssohn. Inspirada en el primer viaje que el compositor hiciera a Gran
Bretaña, su tiempo de escritura tardó más de 10 años, dando cuenta de un
acabado oficio en el manejo de la armonía y orquestación. De un raro encanto y
atrapante progresividad auditiva, constituye en sí una experiencia presenciarla
en vivo, y más aún ante una interpretación con novedosos hallazgos.
El
dominio del maestro Fischer de esta cautivante obra es cabal, desde los
primeros compases hasta el término de la misma. La gran virtud de esta
interpretación radicó en una síntesis de emotividad
e intelecto, con una galería de
detalles raras veces percibidos. La respuesta de los sinfónicos fue de máxima concentración general, constituyendo una
triunfal interpretación en todo orden…
En suma, dos presentaciones de la Sinfónica Nacional que dieron cuenta de un creciente “paso a paso” en lo artístico y operativo, asimismo una buena coyuntura de retroalimentación para los criterios programáticos futuros
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