Gran concierto de Zoe Zeniodi y
Vadim Gluzman junto a la Filarmónica en el Colón
EL
ORDEN DE LOS FACTORES NO ALTERA EL PRODUCTO
Martha
CORA ELISEHT
El
axioma matemático al cual se refiere el título de esta nota no es casual. A
veces, es preferible cambiar el orden de las obras comprendidas en un programa
de concierto por diferentes motivos: porque son más breves o porque llevan un
orgánico orquestal con mayor cantidad de instrumentos, o también porque la obra
de fondo permite un mayor lucimiento del solista invitado. Precisamente, esta
conjunción de factores fue la que tuvo lugar el pasado viernes 16 del corriente
dentro del Ciclo de Abono de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires (OFBA) en
el Teatro Colón, con la presencia de Zoe Zeniodi en el podio y la participación
del violinista Vadim Gluzman como solista invitado, en un concierto integrado
por las siguientes obras:
-
Réverie, Op.24- Alexander
SCRIABIN (1872-1915)
-
Sinfonía n°4 (en
memoria de Michelangelo)- Giya KANCHELI
(1935-2019)
-
Concierto n°1 para
violín y orquesta en La menor, Op.77- Dmitri
SHOSTAKOVICH (1906-1975)
Si
bien en el programa original el orden era el siguiente: en primer lugar, la
obra de Scriabin; en segundo lugar, el concierto de Shostakovich y la sinfonía
de Kancheli como obra de fondo, las mismas se ejecutaron tal como figuran en la
presente nota. Réverie fue la primera obra que Scriabin compuso para
orquesta en 1898 en secreto como una miniatura en la tonalidad de Mi mayor. Al
presentarla como una sorpresa a su editor Mitofan Beliáyev bajo el nombre de Prélude,
al editor le pareció un título poco apropiado y decidió llamarla Réverie
(Ensoñación). Además, tenían que buscar un nombre para las ediciones en
ruso y se habían propuesto dos términos: mechti (sueños) y gryozy
(meditación, contemplación). Finalmente, prevaleció el primero y fue
estrenada en Diciembre de ese mismo año en San Petersburgo bajo la dirección de
Nikolai Rimsky- Korsakoff, quien la había elogiado previamente luego de haberla
ejecutado al piano. Mediante una serie de recursos tales como trinos y
trémolos recurrentes, juegos cromáticos y brillo en las cuerdas, se crea
una atmósfera de ensoñación a la que alude su título y una evasión de lo
cotidiano. Los primeros acordes a cargo de la flauta y el clarinete estuvieron
muy bien ejecutados por Claudio Barile y Matías Tchicouret respectivamente y,
en líneas generales, la orquesta sonó muy bien, creando ese doble clima
previamente descripto en los 5 minutos que dura la obra.
Tras
el ingreso del orgánico prácticamente completo, la directora griega tomó el
micrófono y se dirigió al público en un impecable castellano agradeciendo no
sólo los aplausos y la invitación, sino también “el honor de dirigir por
primera vez en el teatro más hermoso del mundo” según sus propias palabras.
De paso, aprovechó la oportunidad para comentar algunos ítems sobre la
mencionada sinfonía del compositor georgiano Giya Kancheli en calidad de
estreno local. Ganadora de un premio nacional por encargo del Ministerio de
Cultura de la Unión Soviética en 1976 con motivo de los 500 años del nacimiento
de Michelangelo, su estreno tuvo lugar en Tbilisi en 1975 a cargo de la
Orquesta Filarmónica de Georgia. Posteriormente, se estrenó en 1978 en Estados
Unidos con participación de la Orquesta de Filadelfia, bajo la dirección de
Yuri Temirkanov. Consta de un solo movimiento y es una obra de carácter
cíclico, donde se alternan tutti y forti con silencios, que van
acorde a la energía de la pieza. Su estructura es muy similar al Poema del
Éxtasis de Scriabin, donde la apertura está a cargo de las campanas en pianissimo
en contrapunto con los dos solistas de segundos violines -estupenda labor
de Hernán Briático y Gerardo Pachilla al respecto- y, posteriormente, las
campanas van in crescendo hasta el tutti orquestal, con una muy
buena línea melódica que permite el lucimiento de todos los solistas
instrumentales en los pianissimi como en los forti. Posee
numerosos contrapuntos, donde se destacan la primera viola con el fagot y la
flauta -muy buena labor de Kristine Bara junto a William Thomas Genz y Claudio
Barile- y luego, otro a cargo del arpa y la celesta, donde Alina Traine y
Guillermo Salgado también desempeñaron una muy buena labor. La obra culmina de
la misma manera que al inicio y tuvo una muy buena recepción por parte del
público, que se tradujo en numerosos aplausos.
A
diferencia de la directora helénica -quien hizo su debut en el Colón-, Vadim
Gluzman se ha presentado en numerosas oportunidades en nuestro mayor coliseo y
demostró su virtuosismo en la interpretación del Concierto n°1 en La menor,
Op.77 de Shostakovich, compuesto entre 1947 y 1948 y que consta de 4
movimientos: Nocturne: Moderato/ Scherzo: Allegro/ Passacaglia-
Andante- Cadenza/ Burlesque: Allegro con brio- Presto. El israelí es uno de
los mejores intérpretes en la actualidad y lo demostró con creces sobre el escenario
del Colón, donde hizo gala de su monumental fraseo, técnica y por sobre todas
las cosas, lo interpretó con suma emoción. No hay que olvidar que en esta pieza,
Shostakovich hizo uso de temas judíos como protesta al antisemitismo reinante
en aquel entonces y, en vez de usar la contraposición característica de una sonata,
reemplaza al primer movimiento por un Nocturno que permite
desarrollar el lirismo del violín y coloca la cadencia casi al final del
concierto, modificación que rompió con los cánones tradicionales en la materia.
Vadim Gluzman hizo derroche de gala y maestría y la Filarmónica supo
acompañarlo en una gran actuación. Como no podía ser de otra manera, el público
estalló en una ovación de aplausos y vítores. Zoe Zeniodi se sintió sumamente
emocionada y conmovida al final del concierto, mientras que Gluzman anunció un bis:
la Partita n°7 para violín solo de un compositor ucraniano
-lamentablemente, una no pudo escuchar con claridad a quién se refería-, obra
de suma belleza que fue interpretada de manera sutil y exquisita. Un nuevo
aluvión de aplausos para el solista, quien se retiró ovacionado junto con los
músicos.
El
hecho de haber presentado tres obras del repertorio ruso -prácticamente
inéditas o que se ejecutan en raras ocasiones- representa un gran mérito para
la Filarmónica y un acierto en cuanto a la programación de su ciclo de
conciertos. Una muy buena dupla integrada por un virtuoso y una directora de
excelencia permitió que se viviera una noche digna del Colón. En este caso, el
orden de los factores no sólo no altera el producto, sino que, además, lo
potencia.
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