Inicio filarmónico, con triunfos y deudas…
Por Jaime Torres Gómez
El primer programa de abono de la Filarmónica de Santiago contó con la
dirección de su maestro titular, el italiano Roberto Rizzi-Brignoli, en un programa
con obras de distintas épocas del romanticismo musical.
Cabe lamentar el cambio en la pieza de inicio, originalmente con el estreno de
la obra ganadora del concurso de composición convocado por el Teatro
Municipal capitalino, perdiéndose el único espacio reservado a la música
de compositores chilenos en la presente temporada filarmónica. Una errada señal
al medio musical, esperándose pueda rectificarse a lo largo del año…
En su reemplazo se contempló la Obertura de la ópera Tannhäuser, de Richard
Wagner. Y considerando la amplia convocatoria
del repertorio wagneriano, curiosamente esta conocida pieza no ha tenido buena
periodicidad local, recibiéndose con beneplácito, no obstante el cambio de
marras...
Tannhäuser es la quinta ópera de Wagner, disponiendo de una trama argumental
con un notable contrapunto entre el amor sagrado y lo profano, plasmado
musicalmente con fuertes exigencias a las voces y lo instrumental. Y la obertura -
una joya en sí misma- recrea emblemáticos momentos con altas exigencias
técnicas (atractivo manejo del color, especialmente en los violines)
y expresivas (notables ostinatos de los violines más enjundiosas exposiciones de
los bronces y percusión).
Excelente enfoque del maestro Rizzi-Brignoli, con debida unidad y carácter.
Logradas progresiones expresivas más un calibrado manejo de dinámicas y
matices, como formidables transiciones temáticas. Atenta respuesta de
la Filarmónica, a pesar de algunos ripios de ensamble al inicio (primera función)
que no opacaron el conjunto.
Continuó con una esperada reposición de las Cuatro Últimas Canciones,
de Richard Strauss. Si bien esta obra ha sido relativamente frecuentada, en
general las orquestas nacionales poco programan repertorio de lied (canción
normalmente con textos poéticos), existiendo un catálogo no menor como las otras
canciones del mismo R. Strauss, los Siete lieder tempranos de Alban Berg,
los Rücker Lieder de Gustav Mahler, Las Siete Canciones de Alexander von
Zemlinsky, entre mucho que podría (o debería…) ofrecerse.
Estas canciones straussianas póstumas se estrenaron en 1950 a un año de la
muerte del compositor, y revisten un amable diálogo con la muerte discurrido hacia
la belleza como trascendencia. La vocalidad requerida es compleja, al balancearse
con un denso orgánico instrumental, y ante todo, proveer una cabal
consubstanciación con los textos de Hermann Hesse (tres primeras
canciones) y Joseph Eichendorff (última)), ora de desnuda sencillez,
ora de potente consistencia intrínseca.
La versión ofrecida cumplió parcialmente, evidenciando poca conexión batuta-
solista. Así, la dirección de Rizzi-Brignoli, de incuestionable idiomatismo, tuvo
logros con notables contrastes, texturas y transparencias,
obteniendo concentrada respuesta de los filarmónicos.
Sin embargo, las expectativas cifradas en la joven y destacada soprano
chilena Yaritza Véliz como solista se vieron frustradas, fundamentalmente ante
una escasa comprensión del “decir” del texto, incidiendo en una monocorde
proyección general. Teniendo condiciones para abordar la obra (hermosura de
timbre, firmes agudos y medias voces), hubo momentos inaudibles no atribuidos
necesariamente a la densidad sonora (debidamente cuidada por la batuta), sino a
una falta de comprensión de los mismos textos y su correlato musical, donde la
administración de los acentos, inflexiones y matices son elementos insoslayables
para una debida inteligibilidad de una obra en sí compleja.
Finalmente, una bienvenida Sinfonía N° 3 “Eroica”, de L.V.
Beethoven, brindando completa unidad al programa, inscrito en el Romanticismo
Alemán. Escrita en las postrimerías del Clasicismo, representa una radical
ruptura ante su originalidad expresiva más otros elementos (como la inclusión de
un tercer corno, atípico entonces). Sin duda, una obra de gigantes proporciones y
fuente inagotable de múltiples miradas interpretativas.
Excelente trabajo de Rizzi-Brignoli, extrayendo lo mejor de sus músicos. Con
irreprochable coherencia, el maestro titular filarmónico firmó una versión de
genuina tradición romántica (gran orgánico de cuerdas y sin ecos historicistas,
muy abordados hoy en día), impregnándole una personalidad clara y distinta. Con
escrupulosa lectura y gran sentido unitario, Rizzi-Brignoli ausculta la trama interna
con una galería de acentos, contrastes, transparencias y empáticos tempi que
develaron completo empoderamiento de la obra. Un inapelable triunfo artístico…
En suma, un inicio de temporada que justipreció la solvencia del titular
filarmónico en un repertorio que le es afín, y con estupenda correspondencia de
los músicos, asimismo una deuda con la música chilena, más la espera de una
mayor madurez de la solista convocada en una obra en sí no fácil de abordar…
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