Emotiva versión del Réquiem de Verdi
Por Jaime Torres Gómez
Continuando con las presentaciones de abono de la Sinfónica Nacional, en el
marco del 79 Aniversario del Coro Sinfónico de la Universidad de Chile, se
ofreció la Misa de Réquiem de Giuseppe Verdi.
Importante ha sido la trayectoria de este coro -actualmente el segundo más
antiguo de Chile-, donde ha abarcado una importante cantidad de obras sinfónico-
corales, desde el Barroco a la música actual. Históricamente ha sido el soporte
coral de la Sinfónica Nacional, manteniendo su buen nivel. Fundamental ha sido
por décadas el apoyo de la Camerata Vocal de la Universidad de Chile, conjunto
profesional cuyos integrantes están vinculados al Coro Sinfónico, oficiando de
instructores de cuerda y ayudando al buen nivel del mismo.
Luego de seis años, del todo acertado haber incluido esta Messa da Requiem
verdiana en la actual temporada de la Sinfónica, al tratarse de una magnífica obra
y de amplia popularidad, reflejado en una gran llegada de público al Teatro de la
Universidad de Chile, sede de la Sinfónica.
De gran orgánico coral e instrumental, sigue la estructura de la misa de difuntos
católica (Requiem, Dies Irae (subdividido en nueves partes; Ofertorio, Sanctus,
Agus Dei, Lux Aeterna y Libera me), teniendo su origen en un homenaje de varios
compositores a la muerte de Gioachino Rossini (1868), adquiriendo más tarde su
actual estructura al morir el escritor Alessandro Manzoni (1873), a él dedicado. Y
sin duda, al tratarse de un Verdi maduro, plasma completo oficio composicional
con un manejo magistral en la continuidad global, más completa autoridad en
elementos estructurales como el manejo de la polifonía y del contrapunto, como un
soberbio tratamiento de timbres y colores instrumentales. En definitiva, una obra
magistral…
Su abordaje interpretativo permite amplias miradas, al ser Verdi principalmente un
compositor de ópera, aun cuando aquí se percibe una genuina (y personal) mirada
contemplativa, a pesar de su agnosticismo, aflorando, de alguna manera, su
formación inicial en la Fe, y subsecuentemente su inconsciente adhesión… A la
vez, ineludible su dimensión teatral, especialmente en todo el Dies Irae como en el
desgarrador Liberame final, planteando la interrogante de poder adquirir una
dimensión litúrgica propiamente tal. Aun así, se trata de una composición religiosa
en su más amplia significación, trascendiendo cualquier exégesis interesada…
Formidablemente dirigida por Rodolfo Saglimbeni, titular de la Sinfónica, su
lectura balanceó inteligentemente cierto carácter litúrgico sin perder de vista la
omnipresencia de un creador esencialmente de ópera, dejando fluir honda
expresividad en secciones tan interpelantes (y emotivas) como el Rex tremendae
majestatis-Recordare, del Dies Irae, como grandes logros en recogidos momentos
de contemplación como en el Agnus Dei y en el Lux Aeterna.
De los resultados, hubo atenta respuesta de los sinfónicos a las autorizadas
indicaciones de la batuta titular, con buen esmalte sonoro, balances y calibrado
ensamble general. A la vez, deslumbrante desempeño del Coro, considerando que
el Réquiem verdiano históricamente le ha sido afín, aunque en esta ocasión,
irredargüiblemente, se trató de su mejor preparación desde 1980, año que se le
viera por primera vez, y luego presenciado ininterrumpidamente con esta
agrupación. Notables resultados en brillo sonoro, diáfanas transparencias y
celebrado ajuste.
Respecto los solistas, no es fácil encontrar las voces ideales ante exigencias muy
particulares de la producción verdiana en cuanto timbres, espesores y colores. De
hecho, casi siempre ha debido recurrirse a algún cantante extranjero ante la falta
de alguna vocalidad local. De hecho, son escasos en Chile los tenores lírico-spinto
requeridos, lo mismo en el caso de las soprano, que hoy en día definitivamente
casi no se conocen localmente sopranos-spinto propias para el Réquiem de Verdi.
No obstante lo anterior, en esta oportunidad el equipo de solistas, ciento por ciento
nacional, cumplió en general satisfactoriamente. Muy buena elección del bajo-
barítono Cristián Lorca, de amplio rango y debidamente empoderado, obtuvo
formidables resultados interpretativos. Lo mismo la mezzo Evelyn Ramírez, con
pareja linealidad de canto y adecuado espesor, asimismo con mayor maduración
interpretativa respecto a su última presentación en la misma obra (2018). Notable
su “decir”, especialmente en Recordare, Lacrymosa y Agnus Dei. El tenor Patricio
Saxton, con buena proyección y garra, se vio excelente en el Ingemisco, aunque
algo inestable en el Domine Jesu del Offertorio. Y la soprano Javiera Saavedra,
de buenos medios vocales, pero inadecuada por su registro de soprano lírica,
siendo inoportuna (e irresponsable) su exposición al no poseer la vocalidad
requerida, y consecuentemente, al forzar en exceso, perdió homogeneidad de
timbre más, en momentos, con problemas de afinación. Igualmente, al tratarse de
una voz de buen material, amerita seguirle su derrotero profesional.
En suma, una versión de jerarquía y de gran emotividad del Réquiem verdiano…
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