Sublime actuación de Pieter Wispelwey y Paolo Giaccometti en el Colón
EL MOZARTEUM SE RINDIÓ A SUS PIES
Martha CORA ELISEHT
El violoncelista neerlandés Pieter Wispelwey no es solamente un intérprete
eximio y un virtuoso de su instrumento, sino un asiduo concurrente a la Argentina. Ha
visitado el país en números oportunidades -siempre invitado por el Mozarteum
Argentino- y se presentó nuevamente en compañía del pianista italiano Paolo
Giacometti el pasado lunes 7 del corriente en el Ciclo de Abono de la prestigiosa
institución en el Teatro Colón, donde interpretaron el siguiente programa:
- Sonata en La mayor “Gran Dúo”, D.574 (versión para violoncello y piano)
Franz SCHUBERT (1797-1828)
- Kaddish de las Dos melodías hebraicas, Op.22 (versión para violoncello de
Pieter Wispelwey)- Maurice RAVEL (1875-1937)
- Sonata para violoncello y piano n°1 en Mi menor, Op.38- Johannes BRAHMS
(1833-1897)
- Sonata para violoncello solo en i menor, Op.8- Zoltan KODÁLY (1882-1967)
Cuando ambos músicos tomaron sus puestos sobre el escenario del Colón,
inmediatamente quedaron perfectamente establecidos los roles: Wispelwey, como el
virtuoso y Giacometti, como un gran pianista acompañante. Esto pudo apreciarse desde
los primeros compases de la mencionada Sonata en La mayor “Gran Dúo” de Schubert.
Compuesta originalmente para violín y piano en 1817, se enmarca siguiendo los
cánones del clasicismo y posee 4 movimientos: Allegro moderato/ Scherzo: Presto/
Andantino y Allegro vivace, que fueron ejecutados de manera brillante, donde
Wispelwey hizo gala de su perfecto fraseo, arpegios y exploró absolutamente todos los
matices de su instrumento; sobre todo, en el Rondó del scherzo, que sonó
magistralmente. En lo que respecta al piano, Paolo Giacometti se lució no sólo como
acompañante, sino también en pasajes de gran belleza que esta sonata posee.
De las Dos melodías hebraicas, Op.22 compuestas por Ravel a pedido de la soprano
rusa Alvina Alvi en 1914 se interpretó Kaddish, en una transcripción para violoncello
del propio Wispelwey con acompañamiento mínimo del piano, que despliega la línea
melódica en Do menor para aludir al lamento que los judíos utilizan ante la pérdida de
un ser querido, pero también, en alabanza a la grandeza divina. Posee matices a cargo
del violoncello que remedan al Kol Nidrei de Max Bruch, que sonaron de manera
perfecta y sublime, imbuyendo a la obra de un profundo sentido religioso. A
continuación, se interpretó un auténtico clásico para este dúo de instrumentos: la Sonata
n°1 para violoncello y piano en Mi menor, Op.38 de Brahms, compuesta en 1866 y
dedicada al violoncelista Joseph Gänsbcher, quien fuera su mentor en Viena. Consta de
3 movimientos: Allegro non troppo/Allegretto quasi minuetto/ Allegro, donde el piano
es el estructurador y marca el carácter de toda la obra desde los primeros compases del
movimiento inicial brindando apoyo al violoncello. Posteriormente, esto se invierte y en
el 2° movimiento se evoca al minuetto francés del siglo XVIII, de carácter jovial y
romántico para desembocar en el poderoso Allegro final, con numerosos contrapuntos y
fuga donde los músicos hicieron gala de su virtuosismo. De más está decir que en
manos de semejantes intérpretes, la versión fue descollante desde todo punto de vista, lo
que se tradujo en una ovación de aplausos por parte del público.
En la segunda parte del concierto, se apartó al piano para que Pieter Wispelwey
ofreciera una versión magistral y sumamente precisa de la Sonata para violoncello solo
en Si menor, Op.8 de Zoltan Kodály, compuesta en 1915 durante la Primera Guerra
Mundial. El músico húngaro era un gran intérprete de instrumentos de cuerda y rescató
el rol del violoncello solista tras 200 años de intervalo entre las suites de Bach para
dicho instrumento, además de ser un gran etnomusicólogo que se dedicó a explorar la
música folklórica de su país. Posee tres movimientos: Allegro maestoso ma
appasionato/ Adagio con grande espressione/ Allegro molto vivace, que se ejecutan de
manera attaca – sin interrupción- y su dificultad radica en que no sólo compendia
diferentes y variadas técnicas, sino también numerosos desafíos tímbricos y texturas que
Kodály solicita al cello para generar la sensación acústica de incluir a otros
instrumentos utilizados en la música popular húngara. De hecho, el último movimiento
cierra con una melodía gitana característica de Europa Central, que incluye un pizzicato
en ritmo de czarda. También se escucha un efecto strappata -golpes en la caja del
violoncello- hacia el final. Es una de las grandes obras del repertorio para dicho
instrumento y Wispelwey descolló con su brillante y sublime interpretación sobre el
escenario del Colón hasta tal punto, que el público no sólo lo aplaudió unánimemente,
sino que, además, se puso de pie. Hacía mucho tiempo que esta cronista no observaba
un hecho de tal magnitud en un concierto del Mozarteum y, desde ya, la gente quería
más. Por lo tanto, Pieter Wispelwey salió a realizar dos números de la célebre Suite en
Sol mayor de Bach, que también sonaron de manera magistral. El músico agradeció los
aplausos y se retiró ovacionado.
Si bien los conciertos del Mozrteum Argentino son sinónimo de excelencia, éste ha
sido superlativo en materia de calidad sonora y jerarquía interpretativa. Una auténtica
noche de Colón, donde el público cayó rendido a los pies del violoncelista holandés en
uno de los grandes lujos del corriente año.
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