Momento de plena concentración en la interpretación del Cuarteto para el fín de los Tiempos de Olivier Messiaen.
Estupenda versión del “Cuarteto para el fin de los tiempos” en el club de jazz PREZ
SIEMPRE BRILLA LA LUZ HACIA EL FINAL DEL TIEMPO
Martha CORA ELISEHT
En tiempos de guerra, debe ser terrible ser tomado prisionero y verse no
solamente privado de la libertad, sino también, de las garantías constitucionales y de los
derechos humanos básicos, entre los cuales, se encuentra la libertad de expresión. En el
caso particular de un músico, peor aún al no poder volcar sus ideas en un pentagrama
por carecer de papel ni tocar un instrumento. Dicha situación fue la que padeció el
compositor francés Olivier Messiaen (1908-1992) en 1940 durante la Segunda Guerra
Mundial, cuando fue capturado por el ejército alemán y preso en Stalag VIII-A -un
campamento para prisioneros de guerra en Görlitz (Alemania, hoy perteneciente a
Polonia)-. En aquel entonces, tenía 31 años y había sido reclutado como combatiente.
En el campamento, se encontró con otros tres músicos profesionales: el clarinetista
Henri Aloka, el violinista Jean Le Boulaire y el violonchelista Étienne Pasquier.
Messiaen era profundamente católico y su fe no sólo lo ayudó a resistir, sino también a
inspirarse en un texto del Apocalipsis para componer el Cuarteto para el fin de los
tiempos (Quatuor pour la fin du temps), cuyo estreno tuvo lugar en dicho campo de
prisioneros en 1941 con un auditorio compuesto por aproximadamente 400 personas
entre prisioneros y guardias. Y, pese a que el estado de los instrumentos era calamitoso,
su autor manifestó: “Nunca fui escuchado con tan profunda atención y comprensión”.
Quien escribe tuvo la oportunidad de escuchar una magnífica versión de esta
obra el pasado domingo 16 del corriente en el club de jazz PREZ como parte de un ciclo
de música de cámara que tendrá lugar en dicho recinto durante el transcurso del
corriente año y que contó con los siguientes intérpretes: Elías Gurevich (violín), Haydée
Schvartz (piano), Federico Landaburu (clarinete) y José Araujo (violoncelo). La
presentación y los comentarios estuvieron a cargo de un especialista en la materia:
Marcelo Delgado, que sumó sus valiosos aportes para que el público pudiera
comprender el significado de la obra y por qué se compuso para dicha combinación de
instrumentos. En este caso, era lo que había, aunque tuvo dos precedentes: Walter Rabi
en 1896 y Paul Hindemith, en 1938.
El texto del Apocalipsis en el cual Messiaen se inspiró -y que figura en el
prefacio de la partitura- es el Ap.10: 1-2, 5-7: “Vi otro ángel poderoso, que descendía
del cielo envuelto en una nube; tenía sobre su cabeza el arco iris, y su rostro era como
el sol, y sus pies, como columnas de fuego… Y poniendo su pie derecho sobre el mar y
el izquierdo sobre la tierra… El ángel que yo había visto estar sobre el mar y sobre la
tierra levantó al cielo su mano derecha y juró por el que vive por los siglos de los
siglos… que no habrá más tiempo, sino que, en los días de la voz del séptimo ángel,
cuando él suene la trompeta, se cumplirá el misterio de Dios, como Él anunció a sus
siervos los profetas”. Para que la obra pudiera concretarse, había que conseguir papel y
lápiz. Y hubo un ángel que se los proveyó: el guardia Carl- Albert Brüll (1902-1989),
quien también ayudó a conseguir los instrumentos y a liberar a los artistas al poco
tiempo después de la presentación, falsificando papeles con un sello hecho con una
papa.
El cuarteto tiene una duración aproximada de 50 minutos y está compuesto por 8
movimientos: Liturgia de cristal (todo el cuarteto); Vocalización, para el ángel que
anuncia el fin del tiempo (todo el cuarteto); Abismo de pájaros (clarinete solo);
Interludio (violín, cello y clarinete); Alabanza a la Eternidad de Jesús (violonchelo y
piano); Danza de la ira para las siete trompetas (todo el cuarteto); Enredo de arco iris,
para el ángel que anuncia el fin del tiempo (todo el cuarteto) y Alabanza a la
inmortalidad de Jesús (violín y piano). La fe católica y el canto de los pájaros son los
dos motivos fundamentales que se aprecian durante todo el desarrollo de la obra y que
actúan como motor desde los primeros compases del 1° movimiento (Liturgia de
cristal), donde se aprecia el canto de las aves en el solo del clarinete (que imita al mirlo)
y del violín (al ruiseñor), mientras el violoncelo y el piano llevan el ritmo subyacente
con una melodía de 5 notas. El 2° movimiento (Vocalización para el ángel…) se
caracteriza por frases muy cortas y cambios de ritmo – una constante que también se
repite durante todo el desarrollo de la obra-. Mientras el piano da cascadas de acordes
envolventes, el violín y el cello entonan un canto gregoriano. El clarinete solista se luce
en el Abismo de pájaros, con un tiempo extremadamente lento, donde el canto de las
aves es alegre y vivaz -precisamente, lo opuesto a la tristeza y la fatiga del Tiempo-. Es
un desafío para grandes solistas del instrumento y Federico Landaburu cumplió
sobradamente con su misión, logrando una interpretación de vanguardia. Lo mismo
sucedió en el Interludio junto a Gurevich y Araujo, donde los tres interpretaron un
vibrante scherzo. Pero uno de los puntos más fuertes de la interpretación fue la
Alabanza a la Eternidad de Jesús, donde José Araujo demostró sus excelentes dotes en
una frase cuyo tempo es “infinitamente lento”, que representa la palabra reconfortante y
poderosa de Dios como Verbo, según el Evangelio de Juan (1:1). Por su parte, Haydée
Schvartz supo acompañarlo de manera dulce y exquisita en el piano. A su vez, la Danza
de la ira es el movimiento más poderoso desde el punto de vista rítmico, donde los 4
instrumentos al unísono deben imitar el sonido de las 6 trompetas que anuncian
catástrofes mediante ritmos aumentados o disminuidos hasta llegar a la séptima, que
anuncia la consumación del misterio de Dios. El efecto de golpes de acero y los acordes
en fortisssimo fueron ejecutados de manera impecable para luego seguir con el 6°
movimiento (Enredo de arco iris), lleno de paz y colorido, donde se retoman pasajes del
2° movimiento. El final posee un solo de violín que equivale al solo de violoncello del
5° movimiento que representa a Jesús resucitado y elevado a los Cielos como fuente de
amor y de esperanza para la humanidad. Messiaen se basa en su “Diptyque” (Díptico)
para órgano y lo desarrolla en tempo infinitamente lento. Aquí, Elías Gurevich demostró
su maestría en el dominio del instrumento logrando un sonido celestial, que desembocó
en un profundo silencio. El público aplaudió a rabiar tras tan brillante interpretación de
esta pieza, que se representa en muy escasas ocasiones y que contó con localidades
agotadas, debido a que es un espacio muy reducido.
Previamente al inicio del Cuarteto, Haydée Schvartz y Elías Gurevich ofrecieron
un bis: Im Spiegel (En el espejo) de Ärvo Paart, que sonó magistral y, que, de cierta
forma, preparó al espectador para la obra de fondo. Los músicos no sólo se retiraron
sumamente aplaudidos y ovacionados, sino que agradecieron el comportamiento del
público de la siguiente manera:
“Gracias por respetar no solamente los sonidos, sino también, los silencios. Es
muy importante para nosotros y por eso, este concierto ha sido de todos ustedes”. Las
palabras de Elías Gurevich representan la síntesis más perfecta de lo sucedido y un
broche de oro para dar cierre a esta nota.
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