domingo, 31 de agosto de 2025

 


Kahki Solomnishvili y la Filarmónica de Buenos Aires en plena interpretación de la Novena Sinfonía de Gustav Mahler. Créditos: Prensa Teatro Colón, fotografía de Patricio Cortes.


TERMINO CONVENCIENDO

 

Teatro Colón, temporada 2025. Ciclo de conciertos de abono a cargo de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, Director Invitado: Kahki Solomnishvili. Programa: Gustav Mahler: Sinfonía N º 9. 30/08/25.

 

NUESTRA OPINION: BUENO

 

 Una de las obras convocantes y por las que el público siente predilección, ya sea por su temática o por sus dificultades interpretativas, es la novena sinfonía de Gustav Mahler. Página que en los últimos cincuenta años se ha erigido en una favorita de toda buena orquesta que se precie de ser tal. Surgida en el verano boreal de 1909 en la hoy Dobiacco (Italia), en aquellos tiempos Toblach (Austria), en una casa de campo en los Dolomitas, célebre por la cabaña de madera que su esposa Alma hizo erigir allí para que este creador tenga su espacio, su silencio y que  de ese modo plasmara en el pentagrama las obras que surgían de su mente. En aquellos tiempos Mahler se hallaba envuelto en un verdadero torbellino. Su hija María Anna fallecida por escarlatina. Presiones externas lo llevaron a dimitir al cargo de Director Musical de la entonces Opera Imperial de Viena y, finalmente, su médico le revela que ha contraído una Endocarditis Bacteriana  que habrá de llevarlo al final de su vida  en poco tiempo. Obsesionado por superar el número 9 en cantidad de sinfonías (allí, entre otros, culminaron Beethoven y Schubert), se sumergió en esta obra que a la postre sería la última que el culminó,  ya que “La Canción de la Tierra” debe tomársela como un ciclo para voz y orquesta y de la  sinfonía Nº 10 solo pudo completar un Adagio que aparentemente debió ser el movimiento de apertura.

 

  Deryck Cooke, el biógrafo más célebre del compositor (quién además lideró el equipo que se sumergió con autorización de la Sra. de Mahler en la tarea de culminar la Sinfonía Nº 10),  sostuvo que ante el hecho irreversible de la muerte, Mahler brindó en música tres alternativas diferentes: la Segunda Sinfonía con su esperanzador enfoque de muerte y resurrección. La Sexta, con un desenlace por demás duro e inflexible que culmina con el fin del protagonista (que no es otro que El mismo) y en esta ocasión en donde la novena  (plagada de autorreferencias) va transitando un camino que culminará con una serena y resignada aceptación ante la inminencia del final de su vida. Quienes escuchamos el Adagio de la inconclusa décima sinfonía, podemos apreciar en que hay un dramático discurso, tras el cual nuevamente la resignación llega en el cierre de esta página.

 

 

  El “Andante Cómodo” con el que la sinfonía se inicia, muestra el germen de todo este trabajo. Tras compases introductorios de las cuerdas graves con apoyo de los cornos, una melodía plena de melancolía nos indica el comienzo de la despedida, el amor por la vida, por su terruño y, lógicamente, por su música. La presencia de su situación de salud se plasma en un ataque justamente del corno para que esa cuerda ahora exprese el drama y que tras una fanfarria, el tema inicial emerja triunfador. Tras ese momento, se inicia un segundo tema en que los vientos toman el discurso y de ahí irán surgiendo las diferentes llamadas que recordarán el duro momento que el compositor atraviesa. Desde ese instante, con intervenciones que graficarán a ese corazón gravemente afectado pero que aún late, intercaladas con el melancólico tema inicial, se desarrolla este movimiento que ubica al oyente frente al plan general de la obra.

 

  Comenzando con el análisis del concierto en sí, este tiempo, que marca la tendencia que dominará a toda la sinfonía, fue abordado en medio de muchas imprecisiones que dejan entrever que se necesitaba un mayor tiempo de preparación de la obra.  Debe destacarse la total predisposición de los maestros de la Filarmónica para superar los escollos de la partitura de la mejor manera posible ante cada requerimiento del Director.

 

  Tras este difícil pasaje, los tres movimientos restantes  (“En el Tiempo de un Cómodo Ländler”, “Rondo: Burleske” y el gigante “Adagio” con el que la obra culmina), mostró la mejor de las labores del Maestro Solomnishvili en Buenos Aires y la total mancomunión de esfuerzos que los Maestros demostraron junto al Director para ir construyendo de menor a mayor una labor que terminó convenciendo, ya sea por el acertadísimo enfoque que el Director tuvo del vals campesino en el segundo movimiento, el muy buen trabajo respecto al estilo contrapuntístico que domina todo el tercero y poder lograr la mejor interpretación posible del Adagio de cierre con una cuerda formidable a la que se la extrañaba en demasía y que aquí resurgió de manera extraordinaria, acompañada de vientos en el mismo nivel y de bronces que dieron en el punto justo ante cada intervención . El saludo final del maestro a los músicos. expresado con apretones de manos a los líderes de cada familia de instrumentos a las que luego hizo poner de pié en su totalidad, habla de la gratitud del conductor y del logro de una labor de equipo por demás encomiable.

 

  En el cierre, a medida que la música se iba extinguiendo, en igual forma fue disminuyendo la intensidad lumínica en el escenario. Es una idea respetable, pero las grandes versiones escuchadas de esta página por aquí en los últimos tiempos (Abbado-Filarmónica de Berlín, Decker con la propia Filarmónica de Buenos Aires, Calderón-Sinfónica Nacional) no hizo falta esto, sino un respetuoso silencio que dé paso a la retribución del público. Justamente, esto último hubiese sido muy necesario en este concierto.  Parece que a muchos les molesta y que por eso atacaron con aplausos sin dejar que se extingan por completo los últimos sonidos.

 

Donato Decina


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