Magistral interpretación de la Orquesta Filarmónica
de Israel junto a Zubin Mehta
EL ETERNO ROMANCE ENTRE
EL ARTISTA Y SU PÚBLICO
Martha CORA ELISEHT
A sus 83 años, Zubin Mehta sigue
recorriendo el mundo y lo hace con su inmensa maestría y su gran carisma,
conmoviendo al Universo con sus magníficas interpretaciones. Pese a su
enfermedad de base –que lo obliga a caminar con bastón a esta altura de su
vida- no perdió la oportunidad de realizar una gira de despedida con la
Orquesta Filarmónica de Israel –organismo que dirige desde hace 50 años- en el
marco del Ciclo de Abono de Grandes Intérpretes Internacionales en el Teatro
Colón, con tres conciertos que se ofrecerán entre los días 27 al 30 del
corriente. Lo acompañan dos músicos de lujo: la gran pianista Martha
Argerich y el flautista Guy Eshed.
Esta cronista tuvo la oportunidad y
el privilegio de asistir al concierto inaugural, que se ofreció el pasado
sábado 27, donde se interpretaron las siguientes obras: Concertino para orquesta de cuerdas de Ödön Pártos (1907-1977), el Concierto en La menor para piano y orquesta
Op. 54 de Robert Schumann, con Martha Argerich como solista y la Sinfonía n° 6 en Fa mayor, Op.68
(“Pastoral”) de Ludwig van Beethoven (1770-1827).
El compositor húngaro Ödön Pártos
fue violinista, violista y miembro de la Filarmónica de Israel. Además, se
desempeñó posteriormente como director de la Academia de Música de Tel- Aviv.
Su Concertino para orquesta de cuerdas data
de 1952 y es un arreglo de su Cuarteto
para cuerdas n° 1, compuesto en 1932. La obra se compuso a pedido del
célebre director Férenc Fricksay y posee no sólo elementos del folklore
húngaro, sino también reminiscencias de compositores como Béla Bártok y Sergei
Prokofiev. Una también ha podido apreciar al escucharla elementos de síncopa,
con ribetes de jazz y tango –a la manera de Astor Piazzola-. La Filarmónica de
Israel ofreció una versión muy compacta, profunda, con toques de frescura,
solemnidad y profundidad sonora, dentro de un marco de perfecto equilibrio. Y pese a la limitación física de Zubin Mehta
–dirigió sentado todas las obras-, su cerebro privilegiado le permite seguir
dirigiendo en forma magistral. La obra fue muy bien recibida por el público
–ante un Colón atiborrado de gente, con localidades agotadas y numeroso público
de pie en Platea- y recibió numerosos vítores y aplausos.
Posteriormente, el público estalló
en una prolongada ovación cuando Martha Argerich hizo su presencia sobre el
escenario que tantas veces la ha visto brillar. Y lo hizo con una obra
tradicional de su repertorio: el célebre Concierto
en La menor Op. 54 de Schumann, que domina a la perfección. Pero esta vez,
Martha Argerich ofreció una versión que se destacó por su dulzura en los
pasajes más románticos, su exquisita interpretación y fundamentalmente, por cantar sobre el teclado. Hacía mucho
tiempo que no se escuchaba una interpretación tan prístina y sublime de este
concierto en el Colón –una recuerda el debut de Evgeny Kissin con la
Filarmónica de Buenos Aires con esta pieza, que sorprendió a todos por su
excelente interpretación en aquel entonces-. No sólo fue de una sublime
exquisitez por parte de Argerich, sino también por el acompañamiento orquestal.
Excelente el solo de oboe inicial a cargo de Dudu Carmel, al igual que el
clarinetista Ron Selka, quienes brindaron un sonido redondo y puro en el
primero de los tres movimientos de la obra (Allegro
affetuoso). La gran pianista se destacó en los pasajes más íntimos del
concierto en el 2° movimiento (Andante-
Andantino grazioso) para luego desembocar en el fragor y el torbellino
sonoro del Scherzo con el que se inicia
el 3° movimiento (Allegro vivace),
que supo estar perfectamente acompañado por la orquesta. Naturalmente, llegó la
ovación de vítores y aplausos luego de haberse escuchado una versión tan excelsa,
tras lo cual, Martha Argerich decidió ofrecer un bis típico de su repertorio: Escenas
Infantiles de Schumann -obra con la que está familiarizada desde su niñez- ,
que interpretó de forma magistral y exquisita, con un tinte profundamente
humano. Y, como no podía ser de otra manera, se retiró ovacionada.
La Sinfonía n° 6 en Fa mayor Op. 68 (“Pastoral”) es una de las páginas
más célebres y más bellas del genio beethoveniano, que posee cinco movimientos:
Allegro ma non troppo (Despertar de
sentimientos de alegría al llegar al
campo), Andante molto moto (Escena
junto al arroyo), Allegro (Alegre reunión de campesinos), Allegro (La
tempestad) y Allegretto (Canción de
alegría pastoril después de la tormenta), de los cuales, los últimos tres
se tocan attaca (es decir, sin
interrupción). Fue estrenada en 1808 en Viena y es la más descriptiva de las
sinfonías del genio de Bonn. El contacto con la naturaleza, la paz del campo,
la serenidad del bosque, el baile de campesinos – maravillosa inserción de un Lándern típicamente alemán- , los
nubarrones que preceden a la tormenta –maravillosamente introducidos por los
contrabajos al unísono- , los relámpagos y la calma que prosigue a la tormenta
son perfectamente perceptibles. Pero Zubin Mehta no sólo ofreció una versión de
excelencia, sino que además, se destacó por su luminosidad y su majestuosidad.
El fraseo de las maderas en el 2° movimiento fue estupendo, logrando los
matices del canto de los pájaros y la calma junto al arroyo. Una versión
sobresaliente, como pocas veces se ha escuchado en el Colón –baste recordar la
memorable versión de Kurt Mazur al frente de la Gewandhaus de Leipzig en 1980,
dentro del ciclo integral de las Sinfonías de Beethoven- y como la genial batuta
del director indio sabe hacerlo. Al término de la obra, el Colón se vino abajo
ante la ovación sostenida por parte del público.
Lamentablemente, Zubin Mehta ya no
puede volver a entrar y salir infinidad de veces sobre el escenario como en
otros tiempos, debido a su limitación física. No obstante, decidió ofrecer un
bis: una espléndida versión de la célebre Obertura
de Las Bodas de Fígaro, de Wolfgang
Amadeus Mozart, con su garra y maestría habituales. Una vez más, se retiró
ovacionado por su público. Ese público con el que inició su romance en 1961,
cuando vino por primera vez a la Argentina a dirigir en el ciclo de Conciertos
de la Facultad de Derecho y que lo catapultó a la fama internacional. La magia
con la cual cautiva a su público sigue intacta y es capaz de mantener – y sostener-
ese eterno romance con el correr del tiempo.