sábado, 30 de mayo de 2020


Gran superproducción de “LOS TROYANOS” de Berlioz en el Metropolitan

UN ANTES Y UN DESPUÉS DE LA GUERRA DE TROYA
Martha CORA ELISEHT

            Para poder poner en escena una ópera se tienen que tener en cuenta varias cosas: la primera, contar con un buen elenco y un director de orquesta compenetrado con la obra. La segunda,  tener un buen régisseur que sepa hacer una puesta en escena acorde a la duración de la obra, la cantidad de participantes intervinientes, si requiere o no de un número coreográfico o de una pareja de bailarines solistas; y por último, contar con los recursos económicos y técnicos como para poder lograr un producto final de muy buena calidad. Debido a estos ítems, hay óperas que cuesta mucho representarlas por su larga duración o porque requieran un elenco multiestelar, con gran cantidad de gente sobre el escenario. Tal en el caso de “LOS TROYANOS” (LES TROYENS) de Héctor Berlioz (1803-1869) que se transmitió por streaming desde el Metropolitan Opera House de New York el pasado viernes 29 del corriente con régie de Francesca Zambello, escenografía de María Bjornson, vestuario de Anita Yavich, iluminación de James Ingalls y coreografía de Doug Varone, donde Joyce Di Donato actuó como presentadora.
            El elenco estuvo integrado por los siguientes cantantes: Deborah Voigt (Cassandra y fantasma de Cassandra), Susan Graham (Dido), Dwayne Croft (Corebo y fantasma de Corebo), Bryan Hymel (Eneas), Julie Boulianne (Ascanio), Richard Bernstein (Panthus), Karen Cargill (Anna), Kwangchul Youn (Narbal), Eric Cutler (Iopas), Paul Appelby (Hylas), Theodora Hanslowe (Hécuba), Julien Robbins (Príamo y el fantasma de Príamo), Eduardo Valdés (Heleno), Jacqueline Antaramian (Andrómaca), David Crawford (Fantasma de Héctor), Paul Cordova (Primer soldado troyano y James Courtney (Segundo soldado troyano). El elenco se completó con los siguientes bailarines: Alex Springer (Lacodón), la pareja formada por Julia Burrer y Andrew Robinson (Alegoría de Dido y Eneas) y la otra pareja, integrada por Christine Mc Millan y Eric Otto (Invitados en la corte de Dido). La dirección orquestal estuvo a cargo de Fabio Luisi y la del Coro, por Donald Palumbo. Asimismo, contó con un gran número de figurantes, bailarines y acróbatas en escena.
            Acorde a los cánones de la época, Berlioz compuso esta grand opéra entre 1856 y 1858 en 5 actos y un ballet sobre textos de La Eneida (libros I, III y IV) del poeta romano Virgilio. Tiene una duración muy extensa –aproximadamente 5 horas- y está dividida en dos partes: La prise de Troie y Les Troyens à Carthage (La caída de Troya y Los Troyanos en Cartago, respectivamente). Representa el trabajo más largo y pródigo del compositor, ya que él mismo escribió el libreto. Sin embargo, nunca pudo ver en vida su obra representada en forma completa. Recién en 1890 se representó en forma total en Karlsruhe (Alemania), pero tuvo que pasar casi un siglo para que pudiera producirse tal como su autor lo hubiera querido en la Royal Opera House Covent Garden de Londres en 1957, bajo la dirección de Rafael Kubelik. Posteriormente, Kubelik la dio a conocer en la Scala de Milán en 1960 en una versión histórica, con la participación de Mario del Mónaco como Eneas, Giulietta Simionato como Dido y Fiorenza Cosotto como Cassandra. Pero recién en 1969 se dio a conocer tal como Berlioz la concibió en el Covent Garden, con Jon Vickers en el rol protagónico bajo la dirección de Sir Colin Davis.
            Debido a su extensa duración y a su elenco multitudinario, rara vez se representa en su totalidad. Esta versión data de 2012 y posee una escenografía sencilla, moderna, dividida en dos partes: un semicírculo donde se desarrollan todas las escenas, y sobre el mismo, un círculo que se puede abrir y cerrar y que permite además los cambios de iluminación acorde a las diferentes escenas. Por allí pasó el caballo de Troya, el arribo de los troyanos a Cartago y la caverna donde se produce el clímax amoroso entre Dido y Eneas. Sin embargo, el vestuario es de época: oscuro para los troyanos –avecinando la tragedia que va a ocurrir acorde a la profecía de Cassandra-, blanco para los cartagineses y batas azules para las escenas de amor sobre la vestimenta inicial. Cuando los troyanos abandonan Cartago para fundar una nueva Troya en Italia, el coro y los cartagineses usan batas grises sobre traje blanco. Sólo Dido usa un vestido íntegramente azul para la escena de amor, pero al verse abandonada por Eneas, decide asumir su muerte como  Reina de Cartago vestida íntegramente de blanco antes de clavarse la daga de su amado. Ahí predice la caída de Cartago a manos de Roma –hecho que sucederá muchos años después- e invoca a Aníbal –futuro invasor de Roma-. La excelente iluminación de James Ingalls supo ilustrar perfectamente todas las escenas de la obra (fuego en la pira de Héctor y Dido, sangre en las escenas de guerra, muerte y en el suicidio colectivo instado por Cassandra para evitar que las sobrevivientes sean violadas por los griegos; luminoso en la escena de la prosperidad de Cartago;  azul en el romance entre Dido y Eneas y claroscuro para la escena final, hasta que se enciende la luminosidad que indica la muerte de Dido). Lo mismo sucede con las representaciones de los fantasmas de Príamo, Héctor, Corebo y Cassandra, quienes aparecen en más de una oportunidad recordándole a Eneas que debe partir hacia Italia impecablemente vestidos con túnicas blancas con manchas rojas y completamente maquillados en blanco. Y para algunos cambios de escena, un figurante corría un telón blanco para facilitarlos.
            El rol de Eneas debe ser ejecutado por un tenor heroico y encontró en Bryan Hymel a su intérprete ideal. Dueño de una hermosa voz, sumamente melódica y con excelentes matices, supo enfrentar perfectamente los agudos  y descollar en las arias más difíciles (encuentro con el fantasma de Héctor en el 2° Acto, encuentro con los fantasmas de Héctor, Cassandra y Príamo en el 5° Acto, la bella “Le bonheur de mon fils et le destin des troyens” donde debe decidir entre la promesa hecha a los dioses y abandonar a Dido (“Ah! On viens le moment de le supréme adieux!”). Al finalizar esta última aria, el Met se vino abajo en materia de aplausos. Fueron  soberbias las actuaciones del barítono Dwayne Croft como Corebo –prometido de Cassandra-, el bajo Richard Bernstein como Panthus y el barítono coreano Kwangchul Youn, que dio vida a un espléndido Narbal –ministro de la corte de Dido-. A su vez, hubo dos revelaciones: los tenores Eric Cutler y Paul Appelby, que protagonizaron al poeta Iopas y al marino troyano Hylas, respectivamente. El primero ejecutó en forma magistral la bellísima Canción de los Campos en el 4° Acto, luego de las danzas. Posee una excelente voz, muy melodiosa y una técnica vocal impecable, mientras que el segundo se destacó en la hermosa aria al inicio del 5° Acto (Souvenir de Troie) por poseer una voz muy bella, potente y de hermoso color tonal. También se destacaron los bajos Paul Cordova y James Courtney como los dos soldados troyanos que dudan si partir o quedarse a disfrutar de la buena vida que tienen en Cartago.
            En cuanto a las voces femeninas, Deborah Voigt posee una coloratura dramática espléndida, que le permitió interpretar a la pitonisa Cassandra con total comodidad. Se destacó en sus arias y en el dúo de amor con Corebo. Por su parte, la soprano francesa Julie Boulianne dio vida al joven Ascanio –hijo de Eneas-. No es un personaje que posea grandes arias, pero su participación ha sido sumamente correcta gracias a su gran coloratura de soprano ligera. Fue muy notable la actuación de la contralto Karen Cargill como Anna –hermana de Dido- en el aria del 3° Acto, donde le recomienda a su hermana que ya es hora de enamorarse nuevamente tras la muerte de su esposo Siqueo. Y tuvo excelentes diálogos con Narbal sobre la preocupación por el futuro del reino mientras Dido vive su romance con Eneas. Y como no podía ser de otra manera, la mezzosoprano inglesa Susan Graham se llevó los laureles al encarnar a una espléndida Dido –tanto desde el punto de vista vocal como actoral-. Sus diálogos con los diferentes protagonistas fueron perfectos, pero no sólo sobresalió en los dúos de amor, sino también al sentirse despreciada por Eneas (“À moi, dieux de l’Hadés!”), donde decide poner fin a su vida (“Je vais mourir”) y despedirse de Cartago (”Adieu, fière cité”) antes de la escena donde se suicida en la pira, rodeada de los recuerdos de Eneas (“Pluton….semble m’être propice…” y “D’un malheureux amour, funéstes gages”). Y se retiró ovacionada al final de la obra.
            La intervención del coro fue magistral, ya que actuó prácticamente en todas las escenas para dar el marco vocal que esta grand opéra necesita. No sólo se destacó en la guerra de Troya, sino también en la escena de la convocatoria de Cassandra de suicidarse en masa para no caer en manos de los soldados griegos. Ese lamento del coro femenino fue de una magnitud soberbia, al igual que en la escena de la prosperidad en Cartago y la célebre “Italie!”, cantada por los troyanos al acompañar a Eneas en la fundación de la nueva Troya. Lo mismo sucedió con la escena de la maldición de Eneas a cargo de Anna y Narbal (“Dieux de l’oubli, Dieux de Ténare”). Y la poderosa complejidad orquestal de Berlioz fue resuelta por Fabio Luisi en forma tenaz y efectiva, con un sonido muy equilibrado, compacto y prístino, con gran tinte dramático y romántico en las escenas correspondientes que así lo requerían. Las dos parejas de baile se lucieron sobre el escenario, al igual que el bailarín solista merced a la excelente coreografía de Doug Varone.
            Cuando todos los ingredientes necesarios mencionados al principio de esta nota se conjugan y se combinan perfectamente, se puede lograr una gran superproducción de esta magnitud, fiel al estilo del Metropolitan. Y que se puede disfrutar merced al desarrollo tecnológico si se tiene el tiempo y la paciencia suficientes como para poder hacerlo.  

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