Estupendo recital de Antonio Formaro en el Centro
Cultural Kirchner
CON LA MAESTRÍA Y
ELEGANCIA HABITUALES
Martha CORA ELISEHT
Continuando con el Ciclo de Cámara
“Beethoven 250° Aniversario”, el pasado 6 del corriente se ofreció un recital a
cargo del pianista Antonio Formaro en la Sala Sinfónica del Centro Cultural
Kirchner (CCK) compuesto por las siguientes obras:
-
Ludwig
van Beethoven (1770-1827): Sonata n° 3 en
Do mayor, Op.2
-
Frederik
Chopin (1810-1849): Scherzo n° 1 en Si
menor, Op.20
-
Julián
Aguirre (1868-1924): Tres piezas para piano
-
Robert
Schumann (1810-1856): Carnaval, Op.9
Debido a la ausencia de programas de mano, el intérprete
anunció cada una de las obras munido de un micrófono, tras brindar una breve
reseña de las mismas. La mencionada Sonata
de Beethoven representa una bisagra entre el estilo clásico –representado
por su maestro Joseph Haydn, a quien dedicó la obra en 1796- y el
revolucionario. Hay que recordar que Beethoven ha sido el máximo exponente del
movimiento alemán Sturm und Drag
(Tormenta de Impulso), que rompe con los cánones impuestos hasta esa época
y da origen al romanticismo. Consta de 4 movimientos (Allegro con brio/ Adagio/ Scherzo- allegro/ Allegro assai) que se
ejecutaron prácticamente sin interrupción, de manera exquisita y sumamente
precisa, logrando un sonido envolvente. Si bien es una Sonata, posee numerosos ribetes orquestales –efecto muy bien
logrado mediante puentes y acordes sobre la mano izquierda-. Lo mismo sucedió
con el Scherzo de Chopin, una pieza
oscura, dramática y vital donde Formaro hizo gala de su elegancia y maestría habituales
en su interpretación del vigoroso Presto
con fuoco que el poeta del piano
compuso antes de su exilio, entre 1831 y 1832.
La segunda parte del recital se abrió con Tres piezas de Julián Aguirre,
considerado “el padre del nacionalismo musical argentino”: Triste n° 1, Barcarola y Huella. Si bien la Barcarola es una composición
de origen italiano que recuerda los paseos en góndola, Aguirre imprime a su
obra un tinte nacionalista, al igual que Triste
n° 1 y la Huella -pertenecientes
a la segunda etapa del compositor, tras su formación en el Conservatorio Real
de Madrid y su perfeccionamiento en París-. Mientras que el Triste es una pieza nostálgica, la Huella marca el ritmo típico de la
región pampeana. Y además de haberlas ejecutado a la perfección, les brindó una
cuota de sentimiento patriótico. Antonio Formaro es un profundo conocedor de la
música argentina e integra el Trío Alberto Williams junto a Nicolás Favero y
Siro Bellisomi, donde uno de los objetivos de dicha agrupación es la difusión
de la música clásica nacional.
El presente recital se cerró con Carnaval, Op. 9 de Robert Schumann. Compuesta
entre 1834 y 1835, lleva por subtítulo Pequeñas
escenas sobre cuatro notas. En efecto, Schumann ensambla 22 piezas con el
acróstico A-S-C-H (La- Mi bemol- Do- Si), que no sólo integra su apellido, sino
que significa también “ceniza” en
alemán y hace alusión al Miércoles de
Ceniza, ya que los personajes enmascarados disfrutan del Carnaval antes de
prepararse para la Cuaresma. Alterna momentos de euforia con melancolía (Pierrot, cuya combinación de notas Mi
bemol- Do- Si será tomada como signo de incertidumbre por Carl Nielsen en
el 3° movimiento de su Sinfonía n° 4, “La
Inextinguible”) y culmina con la Marcha de los Guerreros de David contra los
Filisteos, que posee reminiscencias del Concierto
para piano n° 5 “El Emperador” de Beethoven. El final es mediante un prestissimo que sonó de manera
brillante. Ha sido una de las mejores versiones de este clásico que esta
cronista ha podido apreciar en vivo.
Ante los calurosos aplausos y vítores por parte del
público, Antonio Formaro decidió
realizar tres bises, comenzando por En la sierra chica, de Carlos Guastavino.
Supo brindar una genial interpretación de la música de este gran compositor
santafesino y –al igual que en sus intervenciones previas- lo hizo merced a su
prodigiosa memoria. Posteriormente, ingresó munido de una partitura y se
permitió brindar el estreno de Elegía de
Thomas Parente, obra compuesta durante la pandemia de COVID 19 y dedicada a las
víctimas de la misma. Una pieza muy bella, agradable al oído y ejecutada con
gran solemnidad. Cuando todos pensaban que el recital había finalizado, Antonio
Formaro decidió ofrecer un último bis: una
pieza –no anunciada- de Alberto Williams. El Auditorio Nacional estalló en
aplausos tras haber finalizado la misma.
Fueron prácticamente dos horas de excelente música
con una interpretación brillante, con la maestría y la elegancia a las que este
gran pianista argentino tiene acostumbrado a su público. Pese a que ya se está
en las postrimerías de un 2020 caracterizado por una etapa de aislamiento preventivo
muy prolongada que obligó a suspender todo tipo de manifestaciones artísticas, se puede
recuperar el tiempo perdido apelando a los mejores valores nacionales. Si hay
algo que sobra en la Argentina es talento y figuras de alta jerarquía
artística.
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