Nueva producción de
“LA TRAVIATA” en el Teatro IFT
SER INDEPENDIENTE CONLLEVA CIERTOS RECAUDOS
Martha CORA ELISEHT
Desde la
pandemia, el Teatro IFT se ha transformado en la sala de referencia de
producciones de ópera independiente. Bajo la dirección general y artística de
Adriana Segal, la Compañía Lírica Verdi preparó una nueva producción de “LA
TRAVIATA” cuyo estreno estaba originalmente pensado para Noviembre de 2021,
pero tuvo que postergarse por la
presencia de casos de COVID entre los integrantes del elenco y la producción.
Por lo tanto, el tan esperado estreno se produjo en el día de ayer con la
participación de los siguientes cantantes: Mónica Ferracani (Violetta
Valéry), Nazareth Aufe (Alfredo Germont), Leonardo Estévez (Giorgio
Germont), Laura Domínguez (Flora Bervoix), Sol Risé (Annina), Raúl
Lagomarsino (Barón Douphol), Roberto Neugebauer (Doctor Grenvil), Pablo
Daverio (Gastón) y Tomás Eckart (Marqués d’Obigny). La
escenografía estuvo a cargo de Lux Rondán, vestuario de Lux Rondán y Adriana
Segal, iluminación y proyección de video a cargo de Adriana Segal y Juan
Baleirón como maquinista, con la participación de Facundo Sacco como director
de orquesta. Además, esta producción contó con la participación de Juan
Casasbellas, Adriana Segal y Susana Cardonnet como maestros internos.
Este auténtico superclásico de la ópera con música de
Verdi y libreto de Franceso María Piave fue compuesto entre 1852 y 1853 durante
una estadía del compositor en París tras asistir a la representación teatral de
La Dama de las Camelias de Alexandre Dumas, que sirvió como fuente de
inspiración. Pero al igual que en otros tantos personajes de novela inspirados
en historias de la vida real, la verdadera dama de las camelias existió. Se
llamaba Marie Duplessis (1824- 1847) y era una famosa cortesana de la sociedad
parisina, integrante de un círculo sofisticado formado por músicos -entre
otros, Franz Liszt-, hombres de letras -Alexandre Dumas y Charles Dickens- y
adinerados aristócratas, quienes fueron sus amantes. Nacida en Nonant (Baja
Normandía) como Rose- Alphonsine Plessis, escapó de su hogar para probar
fortuna en París cuando sólo tenía 15 años, cansada de la brutalidad y el
alcoholismo de su padre. Según sus biógrafos, llegó en 1839 a la capital
francesa en compañía de unos gitanos circenses y trabajó en distintos sitios
hasta que conoció en un baile a un restaurador de la Galería Montpensier del
Palais Royal, quien se interesó en su belleza y la tomó como protegida,
instalándole un piso. Tras él llegó su primera gran conquista -el Duque de
Gramont, ministro de Asuntos Exteriores de Napoleón III- y se transformó en la
cortesana más codiciada de París. Su belleza e inteligencia le permitieron
moverse en los círculos de la alta sociedad y tras cambiar su nombre por el
aristocrático Marie Duplessis, en 1841 conoce a quien posteriormente sería su
marido -el Vicomte de Pérregaux- quien le instala una mansión en Bougival. Sin
embargo, la joven Marie contrae una feroz tuberculosis que hace estragos en su
salud, motivo por el cual realiza numerosos viajes a centros de aguas termales.
Tras haber sido protegida del Conde Ernst von Stackelberg y haber mantenido apasionados
romances con Alexandre Dumas y Liszt, finalmente se casa en Londres en 1846 y
muere un mes antes de cumplir 23 años en 1847.
¿Por qué Verdi se interesó en la obra de Dumas?... Porque
tenía que componer una ópera por encargo del teatro La Fenice de Venecia y
quería “algo simple, conmovedor y apasionado” que sucediese a sus dos últimas
composiciones trágicas (RIGOLETTO e IL TROVATORE). Piave será el
encargado de transformar a Marie Duplessis/Margarita Gauthier en Violetta
Valéry y a Armand Duval en Alfredo Germont. Tras el fracasado
estreno en 1853, Verdi realizó una profunda revisión de la obra e introdujo
cambios -entre otros, al personaje de Giorgio Germont- y se presentó 14
meses más tarde en el Teatro Gallo de la misma ciudad. A partir de ahí, la obra
se transformó en la ópera más representada hasta nuestros días.
En la presente versión, Lux Rondán empleó una
escenografía sencilla y a su vez, muy efectiva. Un par de mesas y pocas sillas
para colocar el champagne y las copas para el célebre Brindisi del 1º
Acto y la fiesta en casa de Flora Bervoix en el 3º más una mampara
fenestrada que se empleó como baranda en un jardín imaginario en el 1º Acto,
como separador en el 2º -tras la cual está la mesa donde Violetta le
escribe a Alfredo su carta de despedida y donde figura su
correspondencia, merced al empleo del escenario giratorio- y tras la cual se
encuentra el lecho de muerte de la protagonista en el último acto. En cuanto al
vestuario, se empleó uno moderno, informal y casual, donde hubo un marcado
contraste entre los nobles -vestidos de negro en el 1º y 3º Actos con excepción
de Flora, quien usó un traje a saco en dorado viejo con anteojos que
simulaban ser un antifaz en el 3º- y el coro, donde aparecieron vestidos de
rojo y blanco en el 1º acto y rojo y negro para el 3º, con un contraste muy
marcado en relación a la protagonista, quien lució un vestido largo en
llamativo lamé dorado con zapatos al tono en el 1º Acto. En el 2º, Violetta empleó
un atuendo casual compuesto por pantalones largos y una blusa blanca con
escasos brillos, mientras que Annina lució un atuendo sencillo de blusa
verde hoja seca y pantalón negro. Giorgio Germont apareció ataviado con
saco sport y corbata en el 2º acto y contó con el mismo atuendo para el resto
de la obra. En el 3º Acto, la protagonista empleó un vestido largo color champagne
rosado y una chalina blanca cubriendo sus hombros y en el final, camisón y bata
de raso blancos.
A pesar de contar con una muy buena proyección de video,
hubo numerosas imprecisiones y discordancias en cuanto a la puesta en escena.
Por empezar, la primera proyección tuvo un contraste abismal en cuanto al
resto, donde las escenas se desarrollaron acorde a los diferentes ámbitos donde
transcurre la obra (casa de campo en las afueras de París, casa de Flora y
habitación de Violetta). Dio la impresión que el 1º Acto se celebró más
en una casaquinta con pileta de natación en San Isidro que en el palacete de Violetta.
Previo a la muerte de la protagonista, la proyección de video marcaba los
últimos latidos normales del corazón, seguido de una arritmia ventricular. Ese efecto
estuvo muy bien logrado y una celebra la creatividad al respecto. Sin embargo,
no pareció muy apropiado que el coro estuviera presente ocupando sus lugares en
el escenario previamente al Prólogo de la obra y a la entrada del
director de orquesta. También se tardó demasiado en bajar el telón a fines del
1º Acto y hacia el final de la obra, al igual que el cambio de video para el 3º.
(Se hizo un intervalo a fines del 1º Acto y del 3º para permitir los cambios de
escenografía y vestuario de la protagonista antes del acto final). Puede
entenderse que quizás hubo inconvenientes técnicos para realizar los cambios
correspondientes, pero fueron desprolijidades que se notaron mucho. Lo mismo
puede decirse del empleo de barbijos en la primera entrada del coro, que se los
quitaron posteriormente en su siguiente intervención. O se canta con barbijo durante
toda la obra o no se lo emplea. No se puede estar a medias tintas.
En cuanto a la dirección orquestal, Facundo Sacco resultó
ser un joven director con mucho talento, capaz de marcar muy bien las entradas
de los cantantes y dar un buen sonido a la orquesta. Hubo quizás algún exceso
de percusión tras la retirada del coro, que no opacó la labor desempeñada por
el director. El coro tuvo un buen desempeño -pese a la predominancia de voces
femeninas respecto de las masculinas- y supo acompañar al resto de los
cantantes. Respecto de los roles secundarios, tanto el tenor Pablo Daverio como
la soprano Sol Risé tuvieron una muy buena labor con una notable interpretación
de Gastón y Annina respectivamente. Ambos poseen buen caudal de
voz, línea de canto y esmalte vocal. No puede decirse lo mismo de Raúl
Lagomarsino y Roberto Neugebauer, quienes no estuvieron a la altura de las
circunstancias. Tomás Eckart brindó un correcto Marqués D’Obigny, mientras
que Laura Domínguez se desempeñó con soltura y presencia escénica como Flora
Bervoix.
En cuanto a los roles protagónicos, el trío formado por Mónica
Ferracani, Nazareth Aufe y Leonardo Estévez demostraron su profesionalismo y
jerarquía en escena. El barítono hizo gala de su gran técnica vocal, su
exquisito timbre de voz y sus dotes histriónicas y encarnó un excelente Giorgio
Germont, destacándose en la celebérrima “Di Provenza il mar”. Por su
parte, el uruguayo brindó un muy buen Alfredo, mostrándose joven,
impetuoso y apasionado actoralmente y desde el punto de vista vocal, se destacó
en sus arias principales (“Lunge da mei… Dei mei volenti spiriti” y la
celebérrima cabaletta “Pariggi, o cara” junto a Mónica Ferracani). La
soprano es una de las mejores cantantes del país y el rol protagónico le sentó
de maravilla. Es uno de los más difíciles y ha sido escrita para grandes
sopranos, donde además de poseer coloratura para las arias del 1º Acto (“É
strano….Ah, fors’e lui che l’anima”; “Follie! Follie! Delirio vano é
questo!”, que preceden a la celebérrima “Sempre libera”), la soprano
tiene que pasar al registro dramático en el 2º Acto para desembocar en la
trágica “Addio del pasato” en el último acto antes del “Strano…. Rinascio!”
final. Aquí se llevó los laureles, porque realmente lloraba al saber que
estaba sola, a punto de morir y lo logró con creces. Fue sumamente ovacionada
al final de todas y cada una de sus intervenciones.
En síntesis, puede decirse que fue una función muy buena
desde el punto de vista vocal, actoral y musical, pero con numerosas
imperfecciones escénicas que pueden – y deben- ser corregidas. Cuando se
representa un clásico de estas características y tan conocido, hay que tratar
de mejorar en todos los aspectos y tomar ciertos recaudos para que este tipo de
cosas no vuelvan a suceder. Si se quiere dar auge a la ópera independiente, las
producciones tienen que ser lo más perfectas dentro de lo posible.