Brillante actuación
de la Filarmónica dirigida por Fabio Mechetti en el Colón
BRILLO, JERARQUÍA Y PRECISIÓN
Martha CORA ELISEHT
Desde hace un par de años atrás -previamente al inicio de
la pandemia de COVID 19- se ha venido dando una lógica al comienzo del Ciclo de
Abono de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires (OFBA). Los segundos
conciertos eran ostensiblemente mejores -en cuanto a calidad y repertorio- que el
concierto inaugural. Dicha lógica ha vuelto a repetirse en el día de la fecha,
donde tuvo lugar el 2º concierto correspondiente al Ciclo de Abono de la
mencionada orquesta en el Teatro Colón bajo la dirección de Fabio Mechetti con
la participación del pianista español Javier Perianes como solista, en un
programa donde se ejecutaron las siguientes obras:
-
Concierto en
La menor para piano y orquesta, Op.16- Edvard
H. GRIEG (1843-1907)
-
Sinfonía nº1
en Sol menor- Vassily S. KALINNIKOV
(1866-1901)
Previamente
al inicio del concierto, pudo apreciarse que la orquesta poseía un sonido muy
compacto y bien afiatado desde el momento de afinación de los
instrumentos. Estas características van a prevalecer durante todo el concierto,
que se resumen en los tres términos que figuran en el título de esta nota.
Tras
los aplausos de presentación, tanto Fabio Mechetti como Javier Perianes tomaron
sus puestos para dar comienzo a la celebérrima obra de Grieg, que fue compuesta
en 1868 en Søllerød (Dinamarca) en homenaje a su homónima de Schumann y en la
misma tonalidad (La menor) cuando el músico noruego contaba con 24 años
de edad. Grieg era un gran admirador de la obra de Schumann merced a su
profesor en el Conservatorio de Leipzig -E. F. Wenzel-, quien fue amigo personal
del gran compositor alemán. Y como buen concierto romántico, consta de los tres
movimientos tradicionales: Allegro molto moderato/ Adagio/ Allegro moderato
molto e marcato- Quasi presto- Andante maestoso, de gran virtuosismo para
la orquesta y el instrumento solista. Pese a gozar de inmensa popularidad desde
su estreno en Copenhague en 1869, Grieg realizó numerosas revisiones del mismo
durante su vida. La última tuvo lugar entre los años 1906 y 1907 y es la que se
representa actualmente. Tras los golpes de timbal que dan inicio a la obra, el
piano abre el juego en el Allegro moderato inicial, escrito en forma de
sonata, donde el clarinete repica el primer tema para luego, dar paso al
segundo -a cargo de los violoncellos- con una melodía típicamente noruega. La
labor desarrollada por Perianes fue magnífica, caracterizada por una excelente
pulsación, precisión en los tempi pero por sobre todas las cosas,
exquisitez y sutileza en su interpretación. Por otra parte, hubo una perfecta
marcación por parte de Fabio Mechetti en los forti y tutti, pero
sin caer en excesos. Unido esto a cada una de las intervenciones de los
principales solistas de los diferentes grupos de instrumentos (Mariano Rey en
clarinete, Gabriel La Rocca en fagot, Matías Bisulca en trombón, Fernando
Ciancio en trompeta, Claudio Barile en flauta, Néstor Garrote en oboe, Pablo
Saraví como concertino, Martcho Mavrov en corno, Benjamín Báez y Diego
Fainguersch en violoncellos y Javier Dragún en contrabajo), fue una versión
memorable desde todo punto de vista. El pianista se lució en los trinos del Adagio
central y en la perfecta pulsación del Allegro moderato molto en tempo
de halling (danza popular noruega en ritmo de ¾). El esfuerzo de los
músicos y el solista se vio coronado por numerosos aplausos y vítores, que
obligaron a Javier Perianes a hacer un bis: una transcripción del Liebestod
de TRISTÁN E ISOLDA de Wagner, tras la cual se retiró sumamente
aplaudido.
La
obra de fondo elegida para esta ocasión fue la Sinfonía nº1 en Sol menor de
Vassily Kalinnikov, que raramente se representa en los habituales programas de
conciertos pese a ser la banda sonora de la película El Bosque de los
Abedules de Andrzej Wajda. Compuesta entre 1894 y 1895, consta de 4
movimientos (Allegro moderato/ Andante commodamente/Scherzo: Allegro non
troppo/ Finale: Allegro moderato) y fue estrenada en un concierto de la
Sociedad Musical de Rusia en Kiev en 1897, bajo la dirección de Vinogradsky. La
obra está dedicada a S. N. Krugilov, quien fuera amigo personal de Kalinnikov y
su profesor de composición. Hay que recordar que, a diferencia de muchos de sus
contemporáneos, Kalinnikov provenía de un hogar humilde (su padre era agente de
policía) y por ende, tras aprender fagot en el Conservatorio de Moscú mediante
una beca, tuvo que abandonar sus estudios porque la precaria condición
económica de su familia le impedía mantenerlo. En consecuencia, trabajó como
pudo en numerosas orquestas para ganarse el sustento y enfermó de tuberculosis
en el interín -dolencia que le provocará la muerte a los 34 años de edad-. Por
dicho motivo, su obra sinfónica es reducida (dos sinfonías y la música
incidental para el drama Zar Boris de Aleksey Tolstoi). No obstante, son
obras típicamente rusas y que poseen una inusual belleza cromática. El Allegro
moderato inicial abre con un tema lírico que permite el diálogo entre las
diferentes secciones de instrumentos. Dicho de otra manera: la orquesta debe
“cantar” la melodía. Pocas veces se escuchó a la Filarmónica con un sonido
prístino, con mucho vuelo y una perfecta marcación de los tempi. Fabio
Mechetti no sólo demostró ser un excelente director, sino también un profundo
conocedor de la obra -la dirigió de memoria-. Se produce un profundo contraste
en el Andante comodante, introducido mediante un solo de arpa con
cuerdas muteadas para dar lugar al bellísimo solo de oboe central,
característico de este movimiento, cuyo tema es retomado a posteriori por el
corno inglés -brillante labor de Néstor Garrote y Paula Llan de Roson al
respecto-. El scherzo del 3º movimiento abre con otro tema típicamente
ruso, seguido por los sones de una danza de campesinos, donde la orquesta se
luce en todo su esplendor. Finalmente, el último movimiento abre con el tema
inicial del primero, pero se desarrolla mediante una monumental fuga que
permite que la orquesta se expanda hasta el paroxismo. Tras una ejecución
magistral, el público estalló en aplausos.
Según
opinión personal de quien escribe, éste debió haber sido el concierto de inicio
del Ciclo de Abono de la Filarmónica. No sólo por las obras comprendidas en el
repertorio, sino también por los tres elementos que fueron la constante de la
presente función: brillo, jerarquía y precisión. Hubiera sido bueno aprovechar
la presencia de este gran director brasileño para ejecutar las dos sinfonías de
Kalinnikov, ya que se consagró como un especialista en la materia. Ojalá que
los programadores de conciertos lo tengan en cuenta.
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