Un Réquiem irreprochablemente idiomático…
Por Jaime
Torres Gómez
Con
casi el ciento por ciento de la capacidad del Municipal de Santiago en
las cuatro funciones del Réquiem de Verdi, se dio inicio a la
temporada de abono de la Filarmónica
de Santiago.
Cabe
destacar la multivariedad de hitos
confluyentes en estas presentaciones, por cuanto se trató de la primera
actividad presencial enmarcada en una tradicional temporada de abono
pre-pandemia. Asimismo, el retorno en pleno del Coro Profesional de Santiago,
largamente esperado tras las restricciones de aforo imperantes para la
actividad coral. Además, luego de una forzosa ausencia debido a la pandemia, se
concretó el debut del maestro italiano Roberto Rizzi-Brignoli como Director
Titular de la Filarmónica. Y sumado a esto, el
carácter religioso de una obra que invita a reflexionar sobre el sentido de la
muerte, llegando en un momento crucial ante la presente coyuntura del conflicto
bélico ruso-ucraniano…
Así,
imposible abstraerse de la emoción de presenciar un numeroso contingente de músicos
y coreutas en un espacio cerrado -a
estas alturas, inédito en estos tiempos pandémicos-, no obstante un exitoso
referente con el Réquiem Alemán de Brahms en enero, aunque en un espacio sustancialmente mayor y abierto como la
Estación
Mapocho (Concierto de la Hermandad).
La Messa da
Requiem verdiana -de inmenso orgánico coral, solístico e instrumental, amén
de una expresividad y emotividad especiales- sigue la estructura de la misa de difuntos católica (Requiem, Dies Irae (subdividido en nueves
partes), Ofertorio, Sanctus, Agus Dei, Lux Aeterna y Libera me).
Inicialmente promovido por el mismo Verdi
como homenaje a la muerte de Gioachino Rossini (1868),
luego le dio completa forma ante la muerte del escritor Alessandro Manzoni (1873). Y considerando
que Verdi era un compositor esencialmente de ópera, se percibe aquí una sincera mirada contemplativa, a pesar de su agnosticismo, aunque aflorando su formación inicial en
la Fe…
Con
irreprochable idiomatismo, Rizzi-Brignoli, maestro de amplia
experiencia en ópera italiana y verdiana en particular, enfocó la obra con alto
sentido de globalidad, respetando, sobre
todo, el carácter religioso ante
cierta tentación de enfoques más asociados a lo operístico, aunque dejando discurrir
la omnipresencia de un creador esencialmente de ópera como lo era Verdi.
Atentísima
respuesta de los filarmónicos en
ensamble, hermosura de sonido y balances ante los autorizados requerimientos de
su nuevo titular, motivándose estar
atento a sus próximas contribuciones en el ámbito
de conciertos, que, al menos en la presente temporada, será exigua, esperándose a futuro una
presencia mínima del 40% en la temporada de conciertos...
Mención
especial al cometido del Coro Profesional de Santiago.
Considerando sus exitosas intervenciones en la misma obra en sus 40 años de
historia (sólo en 3 ocasiones), en esta oportunidad, con una importante merma
de coreutas (poco más de 60 voces), de ninguna manera se resintió la proyección
y balance global, dando cuenta de absoluto profesionalismo y oficio,
ameritándose otra anotación de mérito a su importante trayectoria.
Respecto
a los solistas, teniendo en cuenta la dificultad histórica de encontrar las voces ideales en el medio local ante
exigencias muy específicas -recurrentes en toda la producción verdiana- en timbres, espesores y colores,
en esta oportunidad se recurrió a eficientes cantantes locales, y en general
con parejos resultados. Irreprochablemente comprometido el bajo-barítono Homero Pérez-Miranda, musicalmente sólido el tenor Pedro Espinoza, especialmente con un
deslumbrante Ingemisco…, completamente
idiomática la destacada mezzo argentina María Luján Mirabelli, y de completo
esmero la soprano Andrea Aguilar en expresividad y homogeneidad en línea de
canto, considerando no poseer la vocalidad ideal, resintiéndose algo en
el Liberame me ante el inmisericorde requerimiento de
graves.
En suma, una versión irreprochablemente idiomática de un Réquiem para una particular coyuntura global
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