Impresionante debut de la Orquesta
Sinfónica Juvenil “Gral. San Martín” en el CCK
EL
MARAVILLOSO TESORO Y TALENTO DE LA JUVENTUD
Martha
CORA ELISEHT
Si
hay algo que sobra en la República Argentina -además de ingenio y picardía- es
talento en todos los aspectos y en todos los sectores de la sociedad. Afortunadamente,
la Orquesta Sinfónica Juvenil “Libertador General San Martín” es un buen
ejemplo de ello. Desde su creación en 1994, reúne a músicos muy jóvenes
provenientes de todo el país brindándoles no solamente estudio, capacitación y
perfeccionamiento, sino que además les ofrece una salida laboral, ya que es el
semillero que forma a los futuros integrantes de las principales orquestas
sinfónicas del país -y en muchos casos, del exterior-. Dicho derroche de
talento se vio plasmado en el concierto de presentación de dicho organismo
sinfónico el pasado miércoles 6 del corriente en el Auditorio Nacional del
Centro Cultural Kirchner (CCK) bajo la dirección de Agustín Montalli -asistente
de Mario Benzecry, quien no pudo estar al frente de la orquesta por un
contratiempo- y la participación de la violinista Pilar Magalí Polisano, en un
programa donde se ejecutaron las siguientes obras:
-
“Gallarda Hispánica”,
Op.33- Juan F. GIACOBBE (1907-1990)
-
Introducción y rondó
caprichoso en La menor para violín y orquesta-
Camile SAINT- SAËNS (1835- 1921)
-
“Tzigane” (rapsodia de
concierto)- Maurice RAVEL (1875-1937)
-
Sinfonía n°4 en Re menor,
Op.120- Robert SCHUMANN (1810-1857)
Ante
la consabida falta de programas de mano, Montalli se presentó y brindó una
breve reseña sobre la historia de la orquesta, los objetivos para los cuales
fue creada y las obras comprendidas en el programa. La Gallarda Hispánica del
compositor y musicólogo argentino Juan francisco Giacobbe fue compuesta en 1940
y su primera representación data del mismo año como música de fondo de la obra
teatral “Rueda de Fuego”, estrenada en el Teatro Nacional de
Comedias -actual Cervantes-. Consta de dos temas bien definidos sobre motivos
españoles y existen dos versiones: una para clave y otra, para pequeña orquesta
de cuerdas, arpa, timbales y maderas (flauta, oboe, clarinete en Si bemol y
fagot). La versión ofrecida fue magnífica en todo sentido, donde se lucieron
tanto los músicos como el director. Este último se destacó por la precisión en
los tempi y el vuelo orquestal, motivo por lo cual fue muy aplaudido.
Pilar
Magalí Polisano es una adolescente de tan sólo 13 años y una virtuosa del
violín. Y lo demostró con creces ante un Auditorio Nacional a sala llena en las
dos piezas de extrema dificultad para el repertorio de dicho instrumento: la Introducción
y rondó caprichoso en La menor de Saint- Saëns y la célebre Tzigane de
Ravel. La primera fue compuesta en 1863 para el gran violinista español Pablo
de Sarasate -quien encargó al compositor francés un concierto para violín y
orquesta cuando sólo contaba con 15 años de edad, en 1859-. Ante semejante
halago, Saint- Saëns compuso su Concierto n°1 en La mayor y
posteriormente, la Introducción y rondó caprichoso, que fue estrenada
por Sarasate en 1867. Se basa en motivos españoles que permiten un lucimiento
del solista en cuanto a fraseo, técnica- alternando en cascada como pizzicato
y punteo- y virtuosismo. Luego de una lánguida introducción, el rondó
caprichoso propiamente dicho es chispeante y repite numerosas veces el tema
principal. Esta pequeña gigante del violín sorprendió y deleitó a los
espectadores merced a su magistral digitación, fraseo y la frescura de su
interpretación. (Por momentos, hizo recordar a quien escribe el debut de Midori
sobre el escenario del Colón cuando sólo tenía 9 años). Como era de esperarse,
la ovación a esta talentosísima intérprete fue total, ya que dejó boquiabiertos
a todos. Lo mismo sucedió con la consabida Tzigane, definida por su
autor como “rapsodia de concierto para violín y orquesta” sobre temas
gitanos. Fue compuesta en 1924 para la violinista húngara Jelly d’Aranyi, a quien
había escuchado en Londres junto a Bela Bartók. Se sintió cautivado por su
estilo de improvisación y decidió componer una obra para violín y piano. Para
ello se basó en las Danzas húngaras de Brahms, las Rapsodias húngaras
de Liszt y tomó los Caprichos de Paganini para la parte del violín.
El famoso solo que abre la obra está basado en las improvisaciones de d’Aranyi
y fue orquestado posteriormente por Ravel para completar el trabajo. El
resultado es una obra de extrema dificultad técnica para el instrumento solista
que sólo dura 10 minutos, pero de una belleza singular. Y fue ejecutado con una
impresionante maestría tanto por Polisano como la orquesta en las cadencias,
escalas cromáticas ascendentes y en el pizzicato con ambas manos, de
extrema dificultad técnica. Tanto los solistas a cargo del oboe, clarinete,
celesta y arpa supieron lucirse con creces. Al final de la pieza, el Auditorio
Nacional estalló en vítores y aplausos, motivo que obligó a Pilar Polisano a hacer
un bis: el Capricho n°24 de Nicolo Paganini -en el cual se basa
Rachmaninov para componer su célebre Rapsodia-, donde se volvió a lucir
como una gran promesa y virtuosa del violín.
La
obra de fondo elegida para esta ocasión fue la celebérrima Sinfonía n°4 en
Re menor, Op.120 de Schumann, que posee una particularidad: sus 4
movimientos (Ziemlich langsam- Lebhaft/ Romanze: Ziemlich langsam/ Scherzo
& Trio: Lebhaft/ Langsam- Lebhaft- Schneller- Presto) se ejecutan de
manera attaca (sin interrupción). Tras la introducción inicial a cargo
de clarinetes y fagots (Bastante lento- Ziemlich langsam) en Re menor,
pasa luego a un tema brillante en Re mayor (Lebhaft- vivo). Este juego y
alternancia de tonalidades (primero, en menor y luego, en mayor) se va a dar
también en el 2° movimiento (Ziemlich langsam- Bastante lento), donde se
inicia en La menor y pasa posteriormente, a La mayor, mientras que el Scherzo
y trío característico del 3° movimiento se mantiene en Re menor para
culminar con un final brillante y rápido (Schnell- Presto) en Re mayor,
que fueron interpretados con una entrega, maestría y precisión totales, donde
se destacaron todos y cada uno de los músicos. Por su parte, Agustín Montalli
demostró ser un director de excelencia, que supo brindar una interpretación
brillante, con una marcación muy precisa y un perfecto dominio de la
orquestación y los tempi. Y como no podía ser de otra manera, el
Auditorio Nacional volvió a estallar en aplausos y vítores.
Tras
tanto tiempo de ausencia, parece ser que la presencialidad ha traído una
especie de “primavera cultural”, donde los espectáculos brotan como hongos.
Pero además y hasta este momento de la temporada, los ofrecidos en el CCK son
todos de excelente calidad y uno mejor que el otro. En este caso, con toda la
fuerza, la energía y el maravilloso talento de la juventud que integra los
organismos sinfónicos del país.
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