viernes, 8 de abril de 2022

 

Impresionante debut de la Orquesta Sinfónica Juvenil “Gral. San Martín” en el CCK

 

EL MARAVILLOSO TESORO Y TALENTO DE LA JUVENTUD

Martha CORA ELISEHT

 

            Si hay algo que sobra en la República Argentina -además de ingenio y picardía- es talento en todos los aspectos y en todos los sectores de la sociedad. Afortunadamente, la Orquesta Sinfónica Juvenil “Libertador General San Martín” es un buen ejemplo de ello. Desde su creación en 1994, reúne a músicos muy jóvenes provenientes de todo el país brindándoles no solamente estudio, capacitación y perfeccionamiento, sino que además les ofrece una salida laboral, ya que es el semillero que forma a los futuros integrantes de las principales orquestas sinfónicas del país -y en muchos casos, del exterior-. Dicho derroche de talento se vio plasmado en el concierto de presentación de dicho organismo sinfónico el pasado miércoles 6 del corriente en el Auditorio Nacional del Centro Cultural Kirchner (CCK) bajo la dirección de Agustín Montalli -asistente de Mario Benzecry, quien no pudo estar al frente de la orquesta por un contratiempo- y la participación de la violinista Pilar Magalí Polisano, en un programa donde se ejecutaron las siguientes obras:

-          “Gallarda Hispánica”, Op.33- Juan F. GIACOBBE (1907-1990)

-          Introducción y rondó caprichoso en La menor para violín y orquesta- Camile SAINT- SAËNS (1835- 1921)

-          “Tzigane” (rapsodia de concierto)- Maurice RAVEL (1875-1937)

-          Sinfonía n°4 en Re menor, Op.120- Robert SCHUMANN (1810-1857)

Ante la consabida falta de programas de mano, Montalli se presentó y brindó una breve reseña sobre la historia de la orquesta, los objetivos para los cuales fue creada y las obras comprendidas en el programa. La Gallarda Hispánica del compositor y musicólogo argentino Juan francisco Giacobbe fue compuesta en 1940 y su primera representación data del mismo año como música de fondo de la obra teatral “Rueda de Fuego”, estrenada en el Teatro Nacional de Comedias -actual Cervantes-. Consta de dos temas bien definidos sobre motivos españoles y existen dos versiones: una para clave y otra, para pequeña orquesta de cuerdas, arpa, timbales y maderas (flauta, oboe, clarinete en Si bemol y fagot). La versión ofrecida fue magnífica en todo sentido, donde se lucieron tanto los músicos como el director. Este último se destacó por la precisión en los tempi y el vuelo orquestal, motivo por lo cual fue muy aplaudido.

Pilar Magalí Polisano es una adolescente de tan sólo 13 años y una virtuosa del violín. Y lo demostró con creces ante un Auditorio Nacional a sala llena en las dos piezas de extrema dificultad para el repertorio de dicho instrumento: la Introducción y rondó caprichoso en La menor de Saint- Saëns y la célebre Tzigane de Ravel. La primera fue compuesta en 1863 para el gran violinista español Pablo de Sarasate -quien encargó al compositor francés un concierto para violín y orquesta cuando sólo contaba con 15 años de edad, en 1859-. Ante semejante halago, Saint- Saëns compuso su Concierto n°1 en La mayor y posteriormente, la Introducción y rondó caprichoso, que fue estrenada por Sarasate en 1867. Se basa en motivos españoles que permiten un lucimiento del solista en cuanto a fraseo, técnica- alternando en cascada como pizzicato y punteo- y virtuosismo. Luego de una lánguida introducción, el rondó caprichoso propiamente dicho es chispeante y repite numerosas veces el tema principal. Esta pequeña gigante del violín sorprendió y deleitó a los espectadores merced a su magistral digitación, fraseo y la frescura de su interpretación. (Por momentos, hizo recordar a quien escribe el debut de Midori sobre el escenario del Colón cuando sólo tenía 9 años). Como era de esperarse, la ovación a esta talentosísima intérprete fue total, ya que dejó boquiabiertos a todos. Lo mismo sucedió con la consabida Tzigane, definida por su autor como “rapsodia de concierto para violín y orquesta” sobre temas gitanos. Fue compuesta en 1924 para la violinista húngara Jelly d’Aranyi, a quien había escuchado en Londres junto a Bela Bartók. Se sintió cautivado por su estilo de improvisación y decidió componer una obra para violín y piano. Para ello se basó en las Danzas húngaras de Brahms, las Rapsodias húngaras de Liszt y tomó los Caprichos de Paganini para la parte del violín. El famoso solo que abre la obra está basado en las improvisaciones de d’Aranyi y fue orquestado posteriormente por Ravel para completar el trabajo. El resultado es una obra de extrema dificultad técnica para el instrumento solista que sólo dura 10 minutos, pero de una belleza singular. Y fue ejecutado con una impresionante maestría tanto por Polisano como la orquesta en las cadencias, escalas cromáticas ascendentes y en el pizzicato con ambas manos, de extrema dificultad técnica. Tanto los solistas a cargo del oboe, clarinete, celesta y arpa supieron lucirse con creces. Al final de la pieza, el Auditorio Nacional estalló en vítores y aplausos, motivo que obligó a Pilar Polisano a hacer un bis: el Capricho n°24 de Nicolo Paganini -en el cual se basa Rachmaninov para componer su célebre Rapsodia-, donde se volvió a lucir como una gran promesa y virtuosa del violín.

La obra de fondo elegida para esta ocasión fue la celebérrima Sinfonía n°4 en Re menor, Op.120 de Schumann, que posee una particularidad: sus 4 movimientos (Ziemlich langsam- Lebhaft/ Romanze: Ziemlich langsam/ Scherzo & Trio: Lebhaft/ Langsam- Lebhaft- Schneller- Presto) se ejecutan de manera attaca (sin interrupción). Tras la introducción inicial a cargo de clarinetes y fagots (Bastante lento- Ziemlich langsam) en Re menor, pasa luego a un tema brillante en Re mayor (Lebhaft- vivo). Este juego y alternancia de tonalidades (primero, en menor y luego, en mayor) se va a dar también en el 2° movimiento (Ziemlich langsam- Bastante lento), donde se inicia en La menor y pasa posteriormente, a La mayor, mientras que el Scherzo y trío característico del 3° movimiento se mantiene en Re menor para culminar con un final brillante y rápido (Schnell- Presto) en Re mayor, que fueron interpretados con una entrega, maestría y precisión totales, donde se destacaron todos y cada uno de los músicos. Por su parte, Agustín Montalli demostró ser un director de excelencia, que supo brindar una interpretación brillante, con una marcación muy precisa y un perfecto dominio de la orquestación y los tempi. Y como no podía ser de otra manera, el Auditorio Nacional volvió a estallar en aplausos y vítores.

Tras tanto tiempo de ausencia, parece ser que la presencialidad ha traído una especie de “primavera cultural”, donde los espectáculos brotan como hongos. Pero además y hasta este momento de la temporada, los ofrecidos en el CCK son todos de excelente calidad y uno mejor que el otro. En este caso, con toda la fuerza, la energía y el maravilloso talento de la juventud que integra los organismos sinfónicos del país.

No hay comentarios:

Publicar un comentario