sábado, 7 de mayo de 2022

 

Espectacular concierto a cargo de la Filarmónica en el Auditorium de Belgrano

 

CUANDO LA EXCELENCIA MARCA LA DIFERENCIA

Martha CORA ELISEHT

 

            Una de las principales tareas que tienen los organismos sinfónicos del país es difundir la música clásica fuera de las habituales sedes de conciertos para que la gente que vive en diferentes barrios -o distritos- pueda disfrutar de un buen concierto en cercanías de su domicilio. En el caso particular de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, la cita tuvo lugar el pasado martes 26 del corriente en el Auditorium de Belgrano bajo la dirección de Pablo Boggiano y con participación del flautista Horacio Massone como solista, en un programa compuesto por las siguientes obras:

-          Concierto para piccolo y orquesta, Op. 50- Lowell LIEBERMANN (1961)

-          Sinfonía n ° 5 en si bemol mayor, D. 485- Franz SCHUBERT (1797-1828)

 

El concierto comenzó puntualmente a la hora estipulada ante una sala prácticamente colmada de gente que se dio cita para escuchar a la Filarmónica, que contó con un orgánico reducido en base a las obras comprendidas en el programa. Tras la presentación del concertino Pablo Saraví y la correspondiente afinación de instrumentos, tanto el director como el solista tomaron sus puestos sobre el escenario para dar comienzo al mencionado concierto del estadounidense Lowell Libermann, que consta de tres movimientos: Andante cómodo/ Adagio/ Presto, donde el instrumento solista posee pasajes de enorme dificultad técnica. Se estrenó en 1996 en New York -ciudad natal del compositor- por la Orquesta Sinfónica de New Jersey dirigida por Glenn Cortese, con participación de Jan Gippo como solista. El primer movimiento es de corte netamente impresionista, donde la combinación arpa/piccolo mantiene un diálogo muy fluido mediante el empleo de glissandi alternando con arabescos, trinos y pasajes que permiten el lucimiento del solista. Una de las características de la música de Liebermann es la combinación de elementos de tonalidad tradicional y estructura con armonías arriesgadas, y este concierto no constituye la excepción a la regla. El segundo movimiento posee reminiscencias de su homónimo de Jacques Ibert (1890-1962) y politonalidad, mientras que en el Presto final, el piccolo actúa como hilo conductor frente a los numerosos insert de consabidas melodías -Sinfonía n ° 40 de Mozart, Escena en la plaza entre Capuletos y Montescos de ROMEO Y JULIETA de Sergei Prokofiev y fragmentos de la Sinfonía n ° 9 de Shostakovich-, pero conservando su independencia. La labor desempeñada por Pablo Boggiano al frente de la Filarmónica fue sublime, donde hubo una perfecta marcación y entrada de los diferentes grupos de instrumentos -muy buena labor de Alina Traine en arpa, Mariano Rey en clarinete, Juan Ringer en timbales y bombo y Federico Del Castillo al resto de la percusión, al igual que el solista de piano y celesta-, transmitiendo ímpetu y energía. Horacio Massone se reveló como un auténtico virtuoso de su instrumento y fue ovacionado por el público. No son muchos ni muy frecuentes los conciertos para flauta piccolo y se logró una soberbia interpretación.

La Sinfonía n ° 5 de Schubert es quizás la que mejor refleja la esencia y el espíritu vienés. Si bien fue completada en 1816, hubo que esperar hasta 1841 (es decir, 13 años después de la muerte del compositor) para su estreno en la capital del entonces Imperio Austro- húngaro. Representa una de las obras maestras más conocidas del compositor y si bien posee un estilo mozartiano, su sencillez, frescura, optimismo e inspiración melódica la hacen netamente schubertiana. Está escrita en forma de sonata y requiere de una orquesta reducida, donde faltan clarinetes, trompetas y timbales. Consta de 4 movimientos: Allegro en Si bemol mayor (2/2), Andante con moto en Mi bemol mayor (6/8), Menuetto- Allegro molto en Sol menor y ¾, con un trío en Sol mayor y Allegro vivace en Si bemol mayor (2/4). La versión no pudo haber sonado más vienesa: luminosa, exquisita y por sobre todas las cosas, sutil. No sólo Pablo Boggiano la dirigió de memoria, sino que además le imprimió su sello e imprompta netamente vieneses. No hay que olvidar que el director reside desde hace muchos años en la capital austríaca, donde se desempeña como Director titular de la Tonnkünstler Orchestra y de la Wiener Tonnkunstverein; por ende, la dirigió como si estuviera allá, fiel a su estilo. Y se retiró ovacionado.

Esta vez no se repartieron programas de mano, pero tampoco se anunciaron las obras. Por lo tanto, muchos espectadores -entre los cuales, una se incluye- se vieron molestos por los consabidos aplausos entre movimientos por parte del público. Hubiera sido preferible anunciar las obras y pedir a la numerosa audiencia que no lo hiciera explicando los motivos. Esto es algo que se viene repitiendo frecuentemente en numerosas salas de conciertos del país; quizás, por desconocimiento del público no habitué a las mismas. Si se explica que el aplauso entre movimientos desconcentra a los intérpretes, se entendería mejor. Esa sana -y sabia- costumbre impuesta por Gustav Mahler cuando era director de la Ópera de Viena perdura hasta la actualidad y no hay por qué cambiarla.

Al igual que en otras épocas, también hubiera sido deseable que un concierto de tamaña calidad y jerarquía interpretativa se hubiera dado en la sala del Colón y luego, repetirlo en el Auditorium de Belgrano. El Colón es el ámbito natural de la Filarmónica y acorde a su Estatuto y a la denominada Ley de Autarquía, deber ser utilizado para dicho fin, al igual que para promocionar la constelación de directores argentinos que están triunfando en Europa. No para espectáculos populares de dudoso financiamiento.

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