Espectacular concierto a cargo de
la Filarmónica en el Auditorium de Belgrano
CUANDO
LA EXCELENCIA MARCA LA DIFERENCIA
Martha
CORA ELISEHT
Una
de las principales tareas que tienen los organismos sinfónicos del país es
difundir la música clásica fuera de las habituales sedes de conciertos para que
la gente que vive en diferentes barrios -o distritos- pueda disfrutar de un
buen concierto en cercanías de su domicilio. En el caso particular de la
Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, la cita tuvo lugar el pasado martes 26
del corriente en el Auditorium de Belgrano bajo la dirección de Pablo Boggiano
y con participación del flautista Horacio Massone como solista, en un programa
compuesto por las siguientes obras:
-
Concierto para piccolo
y orquesta, Op. 50- Lowell LIEBERMANN
(1961)
-
Sinfonía n ° 5 en si
bemol mayor, D. 485- Franz SCHUBERT
(1797-1828)
El
concierto comenzó puntualmente a la hora estipulada ante una sala prácticamente
colmada de gente que se dio cita para escuchar a la Filarmónica, que contó con
un orgánico reducido en base a las obras comprendidas en el programa. Tras la
presentación del concertino Pablo Saraví y la correspondiente afinación
de instrumentos, tanto el director como el solista tomaron sus puestos sobre el
escenario para dar comienzo al mencionado concierto del estadounidense
Lowell Libermann, que consta de tres movimientos: Andante cómodo/ Adagio/
Presto, donde el instrumento solista posee pasajes de enorme dificultad
técnica. Se estrenó en 1996 en New York -ciudad natal del compositor- por la
Orquesta Sinfónica de New Jersey dirigida por Glenn Cortese, con participación
de Jan Gippo como solista. El primer movimiento es de corte netamente
impresionista, donde la combinación arpa/piccolo mantiene un diálogo muy fluido
mediante el empleo de glissandi alternando con arabescos, trinos y
pasajes que permiten el lucimiento del solista. Una de las características de
la música de Liebermann es la combinación de elementos de tonalidad tradicional
y estructura con armonías arriesgadas, y este concierto no constituye la
excepción a la regla. El segundo movimiento posee reminiscencias de su homónimo
de Jacques Ibert (1890-1962) y politonalidad, mientras que en el Presto final,
el piccolo actúa como hilo conductor frente a los numerosos insert de
consabidas melodías -Sinfonía n ° 40 de Mozart, Escena en la plaza
entre Capuletos y Montescos de ROMEO Y JULIETA de Sergei Prokofiev y
fragmentos de la Sinfonía n ° 9 de Shostakovich-, pero
conservando su independencia. La labor desempeñada por Pablo Boggiano al frente
de la Filarmónica fue sublime, donde hubo una perfecta marcación y entrada de
los diferentes grupos de instrumentos -muy buena labor de Alina Traine en arpa,
Mariano Rey en clarinete, Juan Ringer en timbales y bombo y Federico Del
Castillo al resto de la percusión, al igual que el solista de piano y celesta-,
transmitiendo ímpetu y energía. Horacio Massone se reveló como un auténtico
virtuoso de su instrumento y fue ovacionado por el público. No son muchos ni
muy frecuentes los conciertos para flauta piccolo y se logró una soberbia
interpretación.
La
Sinfonía n ° 5 de Schubert es quizás la que mejor refleja la esencia y
el espíritu vienés. Si bien fue completada en 1816, hubo que esperar hasta 1841
(es decir, 13 años después de la muerte del compositor) para su estreno en la
capital del entonces Imperio Austro- húngaro. Representa una de las obras maestras
más conocidas del compositor y si bien posee un estilo mozartiano, su
sencillez, frescura, optimismo e inspiración melódica la hacen netamente
schubertiana. Está escrita en forma de sonata y requiere de una orquesta
reducida, donde faltan clarinetes, trompetas y timbales. Consta de 4
movimientos: Allegro en Si bemol mayor (2/2), Andante con moto en
Mi bemol mayor (6/8), Menuetto- Allegro molto en Sol menor y ¾, con un trío
en Sol mayor y Allegro vivace en Si bemol mayor (2/4). La versión no
pudo haber sonado más vienesa: luminosa, exquisita y por sobre todas las cosas,
sutil. No sólo Pablo Boggiano la dirigió de memoria, sino que además le
imprimió su sello e imprompta netamente vieneses. No hay que olvidar que el
director reside desde hace muchos años en la capital austríaca, donde se
desempeña como Director titular de la Tonnkünstler Orchestra y de la Wiener
Tonnkunstverein; por ende, la dirigió como si estuviera allá, fiel a su
estilo. Y se retiró ovacionado.
Esta
vez no se repartieron programas de mano, pero tampoco se anunciaron las obras.
Por lo tanto, muchos espectadores -entre los cuales, una se incluye- se vieron
molestos por los consabidos aplausos entre movimientos por parte del público.
Hubiera sido preferible anunciar las obras y pedir a la numerosa audiencia que
no lo hiciera explicando los motivos. Esto es algo que se viene repitiendo
frecuentemente en numerosas salas de conciertos del país; quizás, por
desconocimiento del público no habitué a las mismas. Si se explica que el
aplauso entre movimientos desconcentra a los intérpretes, se entendería mejor.
Esa sana -y sabia- costumbre impuesta por Gustav Mahler cuando era director de
la Ópera de Viena perdura hasta la actualidad y no hay por qué cambiarla.
Al
igual que en otras épocas, también hubiera sido deseable que un concierto de
tamaña calidad y jerarquía interpretativa se hubiera dado en la sala del Colón
y luego, repetirlo en el Auditorium de Belgrano. El Colón es el ámbito natural de
la Filarmónica y acorde a su Estatuto y a la denominada Ley de Autarquía, deber
ser utilizado para dicho fin, al igual que para promocionar la constelación de
directores argentinos que están triunfando en Europa. No para espectáculos
populares de dudoso financiamiento.
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