Municipal y la Ópera: balance y nuevos
desafíos…
Por Jaime Torres Gómez
El
desarrollo en pandemia de las artes
escénicas en su conjunto evidencia buena recuperación, refrendado por una paulatina demanda presencial
de público, amén de una completa flexibilidad de las medidas sanitarias.
Cabe
señalar, en el caso de la ópera, que se
ha visto parcialmente desarrollada, en buena parte ante las limitaciones de emplazamiento del
soporte orquestal al inutilizarse los
fosos respectivos. Sin embargo,
conforme las últimas disposiciones sanitarias, hoy es posible utilizar dichos
espacios, traduciéndose en producciones normalizadas,
aunque aún al albur de las vicisitudes pandémicas…
Durante
este año, el Teatro Municipal de Santiago -hoy rimbombantemente denominado “Ópera
Nacional de Chile”…- como lógico referente de la ópera en Chile (y sin soslayar
excelentes ámbitos como los Teatros
Regionales del Maule, Universidad de
Concepción, Temuco y en su
momento Rancagua), programó sólo 3
títulos en modalidad híbrida, respondiendo
así al desarrollo del género ante las fuertes restricciones sanitarias y
económicas.
A
la vez, conforme el estado actual del panorama económico, tanto a nivel país
como en particular la realidad financiera del Teatro Municipal, el desafío por incrementar la cantidad de títulos
a futuro plantea interrogantes, tanto respecto las factibilidades reales de retornar a los históricos 6 títulos como a la forma de llevarlos a cabo, amén de
no perder de vista la difusión de un transversal arco repertorístico que
conjugue tradición y vanguardia, mandato tácito esencial a una factoría
artística solventada mayoritariamente con recursos del Estado…
El
despliegue de esfuerzos de imaginación para viabilizar el desarrollo del género
operístico, puso a prueba las capacidades creativas esperables del Municipal, cuyo balance no deja resultados
del todo positivos. De hecho, considerando el único título levantado el año 2021
(Don Giovanni), sirvió de base en cómo
luego llevar a cabo una temporada en circunstancias adversas, donde,
lamentablemente a la luz de lo presenciado, en vez de superar puntos susceptibles
de mejoras, a la postre visibilizaron más las brechas limitantes…
En
este contexto, como una forma de atraer audiencias, los títulos escogidos lograron
balancear algunos muy queridos por transversales públicos, como “La
Bohéme” y “La Traviata”, anunciados en modo
de concierto y derivados luego a semi-stage,
junto a “Manon” de Massenet, menos
conocida (aunque muy bienvenida…), que llegó completamente escenificada.
En
el caso de La Bohéme, con natural éxito de público, la derivada semi-teatral
no colaboró hacia un efecto que, a priori, se buscaba ante las limitaciones de
marras, que era potenciar más la música por sobre el palco escénico, axioma en
sí plenamente válido al existir buenos referentes. Y si bien el foco debió
direccionarse hacia el desarrollo de una idea que discurriera sin desdibujar
dicha opción, lamentablemente terminó siendo el Talón de Aquiles del híbrido ofrecido, donde, so pretexto de cierta
“conceptualización teatral” (a cargo
de Fabiola Matte), a la postre terminó
siendo una mixtura desconcertadora que no enriqueció la
experiencia musical.
Así,
extemporáneo haber abusado de una cámara negra, a la vez -pudiendo hacerse- no
haber utilizado elementos corpóreos, más un escolar diseño lumínico, y coronado
con un risible uso de una vestimenta de rigurosa etiqueta, propia de una
versión de concierto per se, que terminó confundiendo la trama interna. De
hecho, hay híbridos que funcionan bien, pero en este caso no calificó al mínimo
esperable de una factoría del nivel del Municipal
de Santiago…
En
lo musical, gran triunfador fue el actual director
titular de la Filarmónica de Santiago,
el maestro italiano Roberto
Rizzi-Brignoli, quien firmó una versión de innegable solidez analítica,
transparente y desprovista de muchos aditamientos tímbricos (abusos de
glissandi) recurrentes en ciertos enfoques de dudoso idiomatismo. Asimismo, el segundo elenco contó con una adecuada
lectura del director residente de la Filarmónica,
Pedro-Pablo Prudencio. Del primer
elenco, destacable fue la soprano norteamericana Alexandra Razskasoff, de formidable material vocal y eficazmente administrado,
amén de componer una certera interpretación de Mimí (notable su “decir”
del personaje). A la vez, excelente
desempeño del emergente tenor peruano Ivan
Ayón-Rivas como Rodolfo (magnífica
proyección y belleza de timbre), quien, junto a Razskasoff, ameritan seguirles sus trayectorias. Y del segundo
elenco, débiles la mexicana Yunuet Laguna,
con destemples de vocalidad como Mimí,
asimismo el venezolano Jorge Puerta
con evidentes dificultades en la tesitura alta. Y de los comprimarios, en ambos
elencos con parejos cometidos.
Por
mejor carril discurrió La Traviata, tanto por una mejorada conceptualización teatral (a cargo de Francisco Krebs) y nuevamente con una
deslumbrante dirección de Rizzi-Brignoli,
con grandes logros en empáticos tempi, hermosos fraseos más un notable trabajo
en texturas y gradaciones en planos sonoros. De menor jerarquía se percibió el
enfoque de Pedro-Pablo Prudencio en
el segundo elenco, especialmente al adoptar apurados tempi no siempre en
correlato con una debida tensión interna.
De
las voces, hubo resultados desparejos especialmente en el primer elenco, principiando con una inadecuada vocalidad para el
rol de Violeta en el caso de Francesca Sassu (pesante especialmente
en el primer acto, más errático manejo general del vibrato), buen desempeño
general de Long Long como Alfredo, y definitivamente fuera de
enfoque Javier Arrey como Giorgio Germont, con graves carencias de
evolutividad interpretativa, quien nunca pudo despojarse de la altivez inicial
del rol, y al umbral de la arrogancia interpretativa…
Por
mejor carril estuvo el segundo elenco,
con una buena progresión interpretativa de Yaritza
Véliz como Violeta (aunque incómoda
en las coloraturas del primer acto, luego bien ajustada en general, en especial
hacia el final con una memorable entrega del Addio del passato…), buen rendimiento de Santiago Ballerini como Alfredo,
y Javier Weibel bien empoderado en el
rol de Germont en todo sentido.
Mención
especial la conceptualización teatral de Francisco
Krebs, a gran diferencia de La Bohéme.
Con buena correlación teatro-música, existió
una adecuada conciliación de los elementos materiales disponibles, con una
debida optimización del espacio, junto a logrados efectos visuales en base a
inteligentes superposiciones lumínicas de la estructura de paneles disponible
(último acto), no obstante un inadecuado uso de una cámara negra de fondo en el
segundo acto, en perjuicio del diseño de luces respectivo.
Y
como último título, una esperada producción de Manon, de Massenet, al
constituir la primera puesta en escena completa en pandemia. Así, altas
expectativas existían sobre la propuesta de Emilio
Sagi, bien conocido en el Municipal,
más un alto interés al elenco liderado musicalmente por Maximiano Valdés, de gran afinidad con el repertorio francés, asimismo
hacia la destacada soprano española Sabina
Puértolas.
Los
resultados tuvieron sus fortalezas en lo musical por sobre la producción en sí,
esta última con una estructura innecesariamente pesada y con una apuesta escenográfica
casi monocromática (permanente color musgo), que en vez de facilitar la
recreación teatral, terminó confundiéndola, a excepción del vestuario de muy
buena factura de Pablo Núñez.
Encabezada
por una deslumbrante dirección del maestro
Valdés -pletórica de idiomatismo, altamente colaborador con las voces más
una ajustadísima respuesta de la Filarmónica-,
además hubo notables participaciones de Sabina
Puértolas como Manon y Galeano Salas como Des Grieux. Con excepcional vocalidad y musicalidad, Puértolas recreó con elocuencia de
cátedra toda la progresividad psicológica de la protagonista, lo mismo Galeano Salas, con una hermosura de
timbre raras veces encontrada más una musicalidad a borbotones. De los demás roles,
todos plenamente ajustados en todo sentido.
Y
en el caso del segundo elenco, la
dirección de Pedro-Pablo Prudencio
tuvo un rendimiento de menos a más, principalmente ante cierta debilidad
estilística en el primer acto, optando por sonoridades algo destempladas y a
ratos con velocidades innecesariamente rápidas, no obstante excelente en los
dos últimos actos. Muy buen debut de la chilena Annya Pinto como Manon
(toda una revelación, al tratarse de un rol de muchísima exigencia global y normalmente
confiado a voces muy bien asentadas). En el caso de Andrés Presno, de importante material y arrojada entrega como Des Grieux, se trató de un tenor aún en
formación y con pulimientos estilísticos pendientes del repertorio francés.
En suma, a la luz de la experiencia de lo
realizado en pandemia más la realidad económica y sanitaria actual, el Municipal de Santiago aún está con
tareas pendientes hacia una necesaria recuperación del nivel histórico de sus producciones
de ópera, demandando máximos esfuerzos en imaginación ante la fuerza de la actual
coyuntura.
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