Filarmónica en
delirante programa…
Por
Jaime Torres Gómez
El diseño
de una programación requiere manejar una multivariada cantidad de parámetros no
fáciles de armonizar…
Lo
anterior reviste pertinencia referirlo para el segundo
programa de abono de la Filarmónica de
Santiago, con una extraña conceptualización
redundada en un variable resultado global. Y
si bien, en lo macro, la actual temporada de la filarmónica está
bien concebida, en este caso hubo obras muy
exigentes que condicionaron el normal rendimiento de
la orquesta, amén de una alambicada lógica de
sus relaciones internas que no brindaron coherencia global…
Entonces, como axioma, una adecuada programación debiera
dimensionar las capacidades reales de
los cuerpos artísticos ante las propuestas impulsadas, previniendo
así sobreexposiciones en lo técnico y estético.
Denominado “El
Rito”, la batería de obras contempladas poco tenían que ver con
la dimensión ritual perseguida. Además, ante
un fuerte requerimiento técnico, no fue
oportuno concentrar algunas piezas muy exigentes en un mismo
programa. No obstante varios desajustes, la Filarmónica cumplió
con profesionalismo, asimismo el trabajo de Pedro-Pablo Prudencio (su Director
Residente) tuvo entusiasmo, y en momentos alto vuelo.
Abrió con
una sólida versión de la Danza Macabra de Camille Saint-Saëns, poema
sinfónico con un obbligato del violín más una orquestación de
atractivo uso de la percusión. Basada en
una leyenda donde la muerte aparece
a la medianoche del Día de Difuntos llamando a los muertos de
sus tumbas para bailar al son del violín, luego regresan los
esqueletos a las tumbas al amanecer, dando cuenta de una suerte de “rito”.
Formidable desempeño del concertino Richard Biaggini más
un transparente marco orquestal bien comandado por Prudencio.
Después
de 22 años llegó el Poema del Éxtasis, de Alexander
Scriabin, obra que la mayoría de los actuales
filarmónicos no la había abordado. Consecuente con la
estética scriabiniana, el compositor avanza
hacia un delirio directamente condicionado por su
adhesión a la teosofía, donde la exaltación -a
umbrales esotéricamente desvariados- de la creación del artista,
so pretexto estar iluminado por un espíritu
superior, discurre hacia una total egomanía. De atrapante factura musical, dispone de
notables fluctuaciones armónicas más innegables bondades
de orquestación, con exuberantes timbres y colores.
El
trabajo de Pedro-Pablo Prudencio denotó
escrupulosidad, plasmado en una buena entrega de los filarmónicos. Y
si bien la interpretación tuvo una sonoridad pesante y de
cierta austeridad colorística, empero hubo una celebrada
fluidez del continuum de los contrastados estados
anímicos a lo largo de las tres
partes, destacándose un vigoroso empuje del epílogo en
la última sección, con el debido carácter
triunfal de la voluntad sobre la adversidad inherente.
Importantes logros de conjunto e individuales (excelentes solos de la trompeta y violín).
Luego, en
la segunda parte, hubo obras poco o nada relacionadas al carácter “ritual”
esbozado en Saint-Saëns y algo en Scriabin, aunque
existió organicidad temática al vincular -de manera ligada- el Preludio del Oratorio “La
Creación” de F.J. Haydn con “La
Consagración de la Primavera” de Igor Stravinsky,
ante el “caos creativo del universo” impreso en Haydn y
al comienzo de Stravinsky.
Con
erráticos resultados interpretativos y de ejecución, se destaca una empoderada
versión del Preludio de La
Creación, viéndose cómodamente a Prudencio en este
repertorio (como en otras oportunidades con obras del clasicismo), brindando completo idiomatismo y exultante
expresividad, amén de una bien ensamblada respuesta de los filarmónicos. Sin perjuicio de este logro, el rendimiento en la Consagración de la Primavera luego se
vio disminuido respecto a las demás obras (primera
función), fundamentalmente ante su bestial exigencia de preparación.
Si bien hacía
poco se la presenció al mismo Prudencio para
una coreografía del Ballet de Santiago -de funcional enfoque-,
ahora se dio una versión musicalmente más acabada, destacándose un puntilloso
análisis en toda la segunda parte, aunque oscilante en varios pasajes de la
primera, amén de un desconcentrado rendimiento de la orquesta especialmente al
comenzó de la obra, sin duda producto de un natural cansancio ante una
inmisericorde exigencia global…
En suma, un programa con erráticos resultados y de delirante concepción…
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