Créditos: Servicio de Prensa Teatro Colón, fotografía del Mtro. Arnaldo Colombaroli
Muy buena producción integral de “MADAMA BUTTERFLY” en el Colón
ENTRE LA NECESIDAD Y LA DIGNIDAD
Martha CORA ELISEHT
A menos de un año de cumplirse el centenario del fallecimiento de Giacomo
Puccini (1858-1924), el Teatro Colón decidió cerrar su temporada lírica con uno de los
títulos más emblemáticos del genio de Lucca: MADAMA BUTTERFLY, cuyas
representaciones podrán verse en el escenario del mayor coliseo porteño desde el 7 al 17
del corriente con puesta en escena de Livia Sabag, escenografía de Nicolás Boni,
vestuario de Sofía Di Nunzio, iluminación de José Luis Fioruccio y proyección en video
de Matías Otálora. Participan los maestros Diego Censabella y Masato Tamasaki como
asistentes de director musical; Mercedes Marmorek, en dirección de escena y Lilia
Scagliarini como asistente de vestuario. La dirección musical estará a cargo de Jan
Latham- Koenig para las funciones de abono, y Carlos Vieu, para las extraordinarias.
Asimismo, el Coro Estable actuará bajo la dirección de Miguel Martínez.
Esta cronista asistió a dos funciones extraordinarias los días 8 y 9 del corriente,
con el siguiente reparto, respectivamente:
- Daniela Tabernig/ Anna Sohn (Cio- Cio San/ Butterfly)
- Riccardo Massi/ Fermín Prieto (Pinkerton)
- María Lujan Mirabelli/ Cecilia Díaz (Suzuki)
- Omar Carrión/ Leonardo López Linares (Sharpless)
- Ramiro Pérez/ Gabriel Centeno (Goro)
- Felipe Carelli/ Fernando Grassi (Príncipe Yamadori)
- Emiliano Bulacios/ Christian Peregrino (tío Bonzo)
- Juan Barrile/ Sergio Wamba (Comisario Imperial)
- Edgardo Zecca/ Augusto Nureña Santis (Oficial)
- Rosario Mesiano/ Mariana Carnovali (Kate Pinkerton)
- Mariano Crosio/ Carlos Esquivel (Yacuside)
- Marina Torres/ Marta Del Giorgio (la Madre)
- Constanza Castillo/ Carmen Nieddu (la Prima)
- Roxana Horton/ Carina Höxter (la Tía)
y la participación de los niños Alina Geldymuradov Rutkauskas, Uma Michelle
Florencio y Lisandro Silva (Dolore, hijo de Butterfly).
Compuesta en 1904 con libreto de Giuseppe Giacosa y Luigi Illica sobre la
novela homónima de David Belasco (Madame Butterfly, a Tragedy of Japan), es la
ópera que mejor narra la situación de una mujer joven y adolescente dentro de un
contexto adverso. A su vez, Belasco se basa en el relato homónimo de John Luther
Long (1898) y éste, sobre la novela Madame Chrysanthéme, de Pierre Loti (1887). Sin
embargo, algunos estudiosos afirman que el libreto está basado sobre hechos verídicos
ocurridos en Nagasaki en 1890.
Hija de una familia noble y pudiente venida a menos tras el suicidio de su padre
por mandato del Mikkado, Cio- Cío San conoce la pobreza y debe trabajar como geisha
para poder sobrevivir. No eran muchas las posibilidades que tenía una mujer en aquel
entonces para subsistir en una sociedad paternalista y conservadora como la japonesa,
con excepción del matrimonio. Precisamente, la protagonista toma esta última decisión
como medio para salir de la pobreza y lo hace con un extranjero, con toda la esperanza
de una vida mejor, que incluye hasta un cambio de religión. Su tío Bonzo la descubre y
se lo reprocha delante de todos sus parientes el mismo día de su boda. Aquí se desata el
nudo central del drama: su familia la abandona por haber cometido una ofensa
irreprochable y deposita todas sus esperanzas en su marido. Sin embargo, la fidelidad
eterna no está dentro de los planes de Pinkerton, quien planea casarse con “una vera
sposa americana”, tal como lo plantea al final del dúo con Sharpless. Para el marino,
sólo se trata de una aventura más, motivo por el cual la abandona, dejándola librada a su
suerte y en la absoluta miseria, sin saber que ha concebido un hijo con ella y
enterándose por medio del cónsul. De ahí la genialidad de Puccini de tratar un tema tan
actual y candente como la violencia de género: no por medio de violencia verbal y
golpes, sino de privaciones e incertidumbre -otro tipo de violencia psicológica-. Al
comprender que sólo regresa para llevarse a su hijo con su nueva esposa, defraudada y
despojada de lo que más ama en este mundo, Butterfly decide cumplir con el mandato
de suicidarse con la espada de su padre mediante un harakiri para preservar su dignidad.
Precisamente, la régie de Livia Sabag se basa en estos dos conceptos: la pobreza y la
degradación de la protagonista, quien no está preparada para afrontar la maldad de este
mundo. De ahí que la puesta en escena sea árida, oscura y estéril, pero respetando la
concepción original de la obra. La minka – casa común japonesa- situada sobre la colina
permite el desarrollo de todas las escenas. Sin embargo, sólo Goro, Sharpless y Kate
Pinkerton la suben, mientras que el cortejo nupcial entra desde un costado del escenario.
Quizás este sea el error más importante acorde a lo especificado en el libreto (“¿É un po
dura la scalata?”). La escenografía se completa con un árbol seco y rocas diversas. Se
proyectan videos sobre un telón para marcar los cambios que suceden en el 2° y 3° acto
-un alud y la crecida de un río, que indican la situación en que se encuentra la
protagonista acorde a la concepción de la régieseusse- y se muestra el deterioro de la
casa durante los 3 años de ausencia de Pinkerton. En el preludio al 3° acto, aparece el
marino y juega con su hijo. La iluminación se concentra sobre ellos mientras el telón
donde se proyecta el video sigue funcionando. En el momento del tutti orquestal con el
leitmotiv de la boda de la protagonista, aparece el sueño de Butterfly de reunirse con su
marido y su hijo en un prolongado abrazo y un beso apasionado, dando la imagen de
una familia perfecta y feliz. Un recurso muy bien logrado, que luego se desvanece para
dar paso a la realidad. El vestuario de época también concuerda con la concepción
original de la obra y, a diferencia de otras puestas en escena donde la protagonista se
viste a la usanza occidental en el 2° acto, Butterfly usa un kimono cuyo ruedo y mangas
se ven un tanto sucios y desprolijos, al igual que el de Suzuki, acorde a la concepción
escénica anteriormente mencionada.
En ambas funciones, Carlos Vieu ha dirigido magistralmente a la Orquesta
Estable, que sonó auténticamente forte e appasionata -características de Puccini-, con
brillo y enjundia. Bien conocida es su vasta experiencia como director de ópera y
demostró un perfecto conocimiento de la partitura. También ha sido excelente la
participación del Coro Estable bajo la dirección de Miguel Martínez y conmocionó a la
audiencia en el celebérrimo coro a bocca chiusa al final del 2° acto.
En cuanto a los roles secundarios y, en líneas generales, los integrantes de ambos
elencos han tenido un muy buen desempeño. Ha sido un placer poder escuchar a una
destacada intérprete del rol protagónico como Marina Torres en el rol de la Madre, al
igual que Carmen Nieddu como la Prima y Carina Höxter y Roxana Horton como la
Tía. Lo mismo sucedió con Edgardo Zecca y Augusto Nureña Santis como el Oficial;
Juan Barrile y Sergio Wamba como el Comisario Imperial y, en el caso del tío Bonzo, el
de Christian Peregrino fue algo superior que el de Emiliano Bulacios. Tanto Mariana
Carnovali como Rosario Mesiano brindaron una muy buena Kate Pinkerton, al igual
que Mariano Crosio y Carlos Esquivel como Yacuside. En cuanto al Príncipe Yamadori,
Felipe Carelli fue superior a Fernando Grassi en la interpretación de este rol, al igual
que Gabriel Centeno como Goro. Su presencia escénica fue imponente, ya que es el
principal personaje dentro de los coprimarios. Ramiro Pérez estuvo muy bien
caracterizado y compenetrado con el personaje, pero vocalmente, fue inferior. Si bien no
cantan, la actuación de los niños que interpretan a Dolore fue fantástica y se retiraron
muy aplaudidos.
En cuanto a los roles principales, tanto Omar Carrión como Leonardo López
Linares brillaron sobre el escenario del Colón como Sharpless. Ambos son notables
intérpretes de este rol y lo demostraron con creces sobre el escenario. Lo mismo sucedió
en el rol de Suzuki merced a la profesionalidad y al oficio actoral tanto de María Luján
Mirabelli como de Cecilia Díaz. Desde el punto de vista vocal, ambas fueron muy
parejas y quizás se la vio mejor plantada a esta última desde lo actoral.
El tenor italiano Riccardo Massi es una voz un tanto justa para las dimensiones
del Colón -ya se lo apreció como Radamés en 2018, donde, precisamente, no brilló- y
comenzó un tanto flojo en los diálogos con Goro. A medida que transcurría la acción,
fue creciendo paulatinamente hasta el dúo de amor (“Vieni la sera”) y sí se destacó en
el 3° acto (“Addío, fiorito asil”). Sin embargo, su voz carece del squillo que sí posee
Fermín Prieto, quien tuvo un destacadísimo desempeño desde el comienzo al final. El
tenor mendocino se lució sobre el escenario del Colón para dar vida a un excelente
Pinkerton desde los primeros compases hasta brillar en el dúo con Sharpless
(“Dovunque al mondo/ il yankee vagabondo”) y se mantuvo durante toda la obra.
Daniela Tabernig se encuentra en el mejor momento de su carrera y lo demostró
con creces una vez más sobre el escenario del Colón, dando vida a una Butterfly ideal en
todos los aspectos desde el comienzo en el fuera de escena (“Ancora un paso or vía”)
hasta los diferentes pasajes de su estado de ánimo en el dúo de amor (“Rinnegata e
felice” y el bellísimo “Vogliatemi bene”). Fue sumamente aplaudida en la célebre aria
del 2° acto (“Un bel di vedremo”) y sus dotes histriónicas se pusieron de manifiesto al
escuchar las duras palabras de Sharpless al final de la lectura de la carta. Lo mismo
sucedió en el encuentro con Kate y en la despedida de su hijo (“Addío, idolo mío”). Y,
como no podría ser de otra manera, la ovación del público fue total al finalizar la obra.
En cuanto a la soprano coreana Anna Sohn, es una buena cantante y una excelente
actriz. Quizás, su voz sea un tanto justa para un teatro como el Colón, pero lo compensó
merced a su oficio, al conocimiento del personaje y al physique du rôle. En el 1° acto se
la escuchó un tanto justa y, al igual que Massi, fue creciendo a medida que iba
avanzando la obra. No obstante, también recibió una nutrida ovación al final.
De las pocas versiones de MAADAME BUTTERFLY que esta cronista ha visto y
escuchado en el Colón, ésta ha sido la mejor desde lo estrictamente musical y vocal. (La
primera, en 1980, con Elena Mauti Nunziata en el rol protagónico, que fue espantosa y
la de Yoko Watanabe en 1984, que fue una muy buena intérprete de este rol, pero donde
falló el tenor). Una vez más, se demuestra que existe mucho talento a nivel nacional
como para contratar a cantantes internacionales cuyas voces no sobresalen ni brillan
sobre el escenario del Colón. Acorde al título de esta nota, los cantantes locales tienen la
necesidad imperiosa de presentarse en el mayor coliseo nacional para honrar y
dignificar su profesión.
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