Créditos: Prensa Teatro Colón. Fotografía del Mtro. Arnaldo Colombaroli
Brillante cierre del Ciclo de Abono de la Filarmónica en el Colón
BROCHE DE ORO EN LA DESPEDIDA DE UN GRANDE
Martha CORA ELISEHT
En el último mes del año, la Temporada y los ciclos de Abono organizados por el
Teatro Colón llegan a su fin. En el caso particular de la Orquesta Filarmónica de Buenos
Aires (OFBA), el pasado sábado 2 del corriente tuvo lugar el concierto de clausura del
Ciclo de Abono de esta entidad, que contó con dos acontecimientos: la presencia del
violinista ruso Maxim Vengerov -uno de los mejores intérpretes mundiales de dicho
instrumento y un coloso de la música- en calidad de solista y la despedida del
concertino Pablo Saraví tras 40 años de permanencia en la orquesta.
La dirección musical estuvo a cargo de Elías Grandy y se interpretaron las
siguientes obras:
- Concierto para violín y orquesta en Re menor, Op.47- Jan SIBELIUS (1865-
1957)
- Obertura Leonora n°3, Op.72 b- Ludwig van BEETHOVEN (1770-1827)
- Suite de “El Pájaro de Fuego” (versión 1919)- Igor STRAVINSKY (1882-
1971)
Cuando Pablo Saraví hizo su presentación sobre el escenario del Colón, el público
estalló en aplausos y vítores a modo de homenaje a este eximio artista, quien -entre sus
múltiples antecedentes y su extensa trayectoria- es miembro fundador y primer violín de
la World Orchestra for Peace (organismo creado por Sir Georg Solti en 1995), fundador
del Cuarteto Petrus y concertino de la academia Bach de Buenos Aires. Por lo tanto,
correspondía que se despidiera como concertino de la Filarmónica en su último
concierto. Tras la tradicional afinación de instrumentos, Elías Grandy y Maxim
Vengerov hicieron su presentación sobre el escenario para brindar una de las versiones
más brillantes que se recuerden del mencionado Concierto en Re menor de Sibelius.
Compuesto en 1903, es uno de los más bellos dentro de su género, pero también,
uno de los más difíciles debido a la enorme variedad de matices entre los tres
movimientos que lo integran (Allegro moderato/ Adagio di molto/ Allegro ma non tanto)
y de pasajes de extrema dificultad técnica. Debido a que despertó críticas ambiguas en
su estreno, fue revisado posteriormente y su primera interpretación tuvo lugar en Berlín
en 1905, bajo la dirección de Richard Strauss y la participación de Karl Hariř como
solista. El éxito alcanzado fue rotundo y es la versión que persiste hasta la actualidad.
Posteriormente, en 1990 se escuchó la versión original en Helsinski dirigida por el
propio compositor, con participación del violinista sueco Víctor Novaček, pero sin
éxito, dadas las profundas discrepancias existentes entre el original y su revisión. En el
Allegro moderato inicial escrito en forma de sonata en Re menor, el violín solista abre
el concierto prácticamente sin introducción orquestal previa y domina la música con un
tema típicamente escandinavo, apoyado por los clarinetes. Las cuerdas recién entran en
el segundo tema de este movimiento, pero lo interesante es que la cadenza se emplea
como parte del desarrollo. De más está decir que la excelencia del solista y de la
orquesta hicieron posible no sólo que la presente versión fuera brillante y perfecta de
cabo a rabo, sino también que el bellísimo cantábile del 2° movimiento (Adagio di
molto, en Si bemol menor) sonara como los dioses. Es el más romántico de los tres y se
inicia con una melodía a cargo de los vientos de carácter impresionista, que deja en
suspenso la frase hasta la entrada del violín, que la ejecuta de manera más
temperamental. Y, en este caso, de manera sublime, merced al virtuosismo de Vengerov
y del ímpetu de Elías Grandy, quien resultó ser un director joven y talentoso. Contagió
su entusiasmo a la orquesta, que acompañó de forma magistral al solista durante todo el
concierto; muy especialmente, con un excelente contrapunto entre el contrabajo solista y
el timbal en la introducción del movimiento final (Allegro ma non tanto, en Re menor),
previamente a la entrada del violín. El movimiento final se caracteriza por su intensidad
rítmica en ritmo de polonesa/ mazurka sobre notas dobles y ahí es donde reside su
enorme dificultad técnica. Posteriormente, la orquesta introduce el segundo tema con
matices de vals, pero brindando protagonismo al solista en un tutti lleno de armonías
con una particularidad: cuando la resolución parece inevitable, el violín regresa con el
tema inicial y con la misma frase. A partir de allí, la orquesta adquiere cromatismo y el
solista -a toda velocidad y con un fraseo sumamente dificultoso- se mueve en cascada
para terminar con una sola nota, que da lugar al final del concierto. El impecable fraseo,
técnica y la avasallante digitación de Maxim Vengerov hicieron posible -junto a una
Filarmónica que sonó como nunca- una versión antológica. El rugido del Colón se hizo
sentir y el público ovacionó al solista y al director. Tras numerosos aplausos y vítores,
se produjo otro hecho trascendental: Vengerov invitó a Pablo Saraví a afinar sus violines
y se dirigió en inglés al público para anunciar el bis: una monumental versión del 1°
movimiento del Doble concierto para violines y orquesta de cuerdas en Re menor, BWV
1043 de Johann S. Bach, donde ambos músicos hicieron gala de su virtuosismo. Al
finalizar, Maxim Vengerov y Pablo Saraví fueron ovacionados y sumamente aplaudidos;
no sólo por el público presente, sino también por los propios integrantes de la orquesta.
De las cuatro oberturas que Beethoven compuso para su única ópera (FIDELIO), la
Leonora n°3, Op.72 b es la única que se interpreta dentro del repertorio de las salas de
conciertos sinfónicos. Narra perfectamente el argumento de la obra: Leonora desciende
a las mazmorras para rescatar a su esposo Florestan -detenido injustamente por el
corregidor Pizarro-. La oscuridad, el canto de Florestan recordando días mejores, el
motivo de la libertad, el solo de trompeta fuera de escena que marca la liberación del
protagonista y una poderosa recapitulación sinfónica de carácter heroico y triunfalista
cierra esta joya orquestal, compuesta entre 1804 y 1805. La Filarmónica brindó una
versión sumamente precisa y luminosa de la consabida obertura, donde Elías Grandy
hizo gala de su ímpetu y precisión.
Concebido originalmente como un conte dansé (cuento bailado) inspirado en
leyendas rusas, El Pájaro de Fuego se estrenó como ballet en 1910 en la Ópera de París
y fue la primera colaboración que Stravinsky hizo para la compañía de Sergei Diaghilev
Les Ballets Russes, con coreografía de Mijail Fokine y vestuario de Leo Baskt. Su
estreno fue un suceso rotundo desde su inicio y, posteriormente, se hicieron varias suites
orquestales. La más conocida y representada es la de 1919, que consta de 5 números:
Introducción- Danza del Pájaro de fuego- Variación- Jorovod (Ronda de las princesas)-
Danza infernal de los súbditos de Kaschei- Berceuse (Nana)- Final. Es otro de los
“caballitos de batalla” de la Filarmónica y, en esta ocasión, el equilibrio sonoro fue
sublime, con grandes intervenciones de todos y cada uno de los instrumentistas para
lograr una versión vibrante, que fue in crescendo a medida que transcurría la melodía.
El rugido del Colón se hizo sentir una vez más y, tras los aplausos, se hizo presente el
Director General del teatro -Sr. Jorge Telerman- para despedir a Saraví entregándole un
diploma enmarcado en mérito a su labor desempeñada tras 40 años de permanencia en
la orquesta. La ovación fue total y el violinista se retiró de la mejor manera: aplaudido
por su público.
El concierto de cierre del presente Ciclo de Abono no pudo haber sido mejor. La
presencia de dos gigantes del violín sobre el escenario del Colón y la despedida de
Pablo Saraví fueron el broche de oro para una excelente temporada en materia de
conciertos. A partir de ahora, se cierra una nueva etapa en la historia de la Filarmónica y
comienza otra, que promete ser tan enjundiosa como la actual.
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