Bocelli en Viña: un triunfo sin exagerar…
Por Jaime Torres Gómez
La reciente presentación de Andrea Bocelli en el Festival de la Canción de
Viña del Mar no ha dejado indiferente al medio, en tanto y cuanto la jerarquía
del espectáculo se impuso a la chabacanería ambiente de la sociedad actual,
de la que el mismo Festival viñamarino no ha quedado exento…
El “efecto Bocelli” en la última edición festivalera (posicionado entre los más
altos ratings de la audiencia televisiva) no debe leerse como el triunfo de un
determinado género musical en supremacía de otros -en este caso, inscrito en
el Pop Lirico-, constituyendo un catalizador de una propuesta inteligentemente
concebida en base a una equilibrada dosificación de repertorio (desde arias de
ópera a la música popular no-docta), con un formato asequible (y atractivo) a
un transversal público, que devino en una completa valoración de la fineza de
un espectáculo per se, el que perfectamente podía provenir desde
otros géneros.
La visibilidad y amplitud que reviste el Festival de Viña es inmejorable, al punto
que históricamente su línea programática ha discurrido hacia lo misceláneo
dentro de lo popular, dándose jornadas debidamente focalizadas hacia
particulares segmentos de público.
Por otro lado, es insoslayable el hecho de ser un evento organizado desde la
Municipalidad de Viña del Mar, y, por lo tanto, de carácter oficial, dándose
genuinamente una democrática cobertura de géneros, adquiriendo así una
dimensión “social” e incluso “cultural” …
En este contexto, la llegada de un artista del perfil de Andrea Bocelli no es
extemporánea para lo que debiera ser el Festival, y de ahí que su impacto ante
tanta rusticidad imperante sincera la brecha con lo que hoy en día se está
demandando (en especial las jóvenes generaciones). Así, no es hiperbólico
celebrar el acierto de esta convocatoria, constituyendo un potente referente
para las futuras ediciones en no relajar la curatoría editorial inherente.
De la presentación en sí, debe destacarse lo inédito de haberse ofrecido una
cantidad no menor de arias de ópera en el mismo Festival, especialmente ante
los referentes de anteriores presencias de cantantes líricos con glorias como
Ramón Vinay, Plácido Domingo y Verónica Villarroel, de los que se tiene
recuerdo, y que no necesariamente recurrieron a este tipo de repertorio,
seguramente en el entendido no sería adecuado para el evento.
Sin embargo, Bocelli prefirió correr riesgos, saliendo victorioso con tan sólo
dejarse oír ante el “monstruo”, dándose cuenta de una genuina apertura a una
propuesta inusual (y por cierto, de calidad intrínseca) ante un espacio (no
menor) del total piezas abarcadas, dado que el gran público asocia la figura de
este cantante a sus recurrentes incursiones en la música popular, sin duda con
innegables aportes.
Con la presencia de excelentes invitados como la soprano portorriqueña Larisa
Martínez, la cantante norteamericana popular Pía Toscano, la violinista
norteamericana Carolyn Campbell, más el carismático Matteo Bocelli (hijo de
Andrea), un sólido grupo de bailarines más una muy profesional entrega de la
orquesta convocada (Orquesta Metropolitana de Santiago, agrupación
conformada por destacados músicos de agrupaciones estables del país como
la Sinfónica Nacional y otras) muy bien comandada por el conocido director
norteamericano Steven Mercurio, como una importante presencia de voces
integradas por excelentes coreutas nacionales, dieron cuenta de una sinergia
de buena factura, que, en definitiva, ha motivado un transversal reconocimiento
a una propuesta sólida en todos sus elementos.
En suma, un referente, sin exagerar, para el Festival de la Canción de Viña
del Mar, que revirtió, en parte, muchos desaciertos históricos que lo han
banalizado, e inevitablemente una gran oportunidad de mejora en propender a
una calidad programática en mayor sintonía con el buen gusto y lo cultural.
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