sábado, 13 de abril de 2024

 Muy buen concierto de Gustavo Fontana al frente de la Sinfónica Nacional en el CCK


CON LA ANUENCIA Y APROBACIÓN DEL GENIO DE BONN

Martha CORA ELISEHT


Una de las principales características dentro del ciclo de la Orquesta Sinfónica

Nacional es la presencia de numerosos directores invitados, ya que -lamentablemente y,

al igual que otros organismos sinfónicos- no cuenta con un director estable. Esta vez, le

tocó el turno a Gustavo Fontana, quien se puso al frente de la orquesta el pasado

miércoles 10 del corriente en el Auditorio Nacional del Centro Cultural Kirchner (CCK)

para dirigir un programa integrado principalmente por obras de Ludwig van Beethoven

(1770-1827) junto a la pianista polaca Anna Miernik en calidad de solista.

El repertorio elegido fue el siguiente:

- “ELÁN”- Alejandro JUÁREZ

- Concierto n°3 para piano y orquesta en Do menor, Op.37- BEETHOVEN

- Sinfonía n°7 en La mayor, Op.92- BEETHOVEN


A partir de este año, y ante la ausencia de programas de mano, las obras

comprendidas en los conciertos -al igual que los intérpretes- se anuncian por

altoparlante. Tras los anuncios y, ante un orgánico prácticamente completo, Gustavo

Fontana hizo su presentación sobre el escenario para iniciar el concierto con la

mencionada obra del compositor argentino Alejandro Juárez. Ganadora del Premio

SADAIC, ELÁN es una obra contemporánea de aproximadamente 12 minutos de

duración. Se inicia con un ostinato en percusión, arpa y celesta y posee armonías y

contrapuntos muy interesantes entre las diferentes secciones de instrumentos, que

ofrecen un clima de suspenso -con atisbos de atonalidad- y alternan con otro tema más

tonal, con ribetes de jazz y síncopa en los tutti orquestales. Las diferentes melodías se

van armando como si fuera un rompecabezas para confluir en un tema con

reminiscencias folklóricas -a modo de malambo-, que desemboca en un poderoso tutti

en fff para luego, esfumarse al final de la obra. Tuvo una muy buena recepción por parte

del público y Fontana invitó al compositor -quien se encontraba presente en la platea- a

subir al escenario, pero éste prefirió recibir los aplausos desde su butaca.

Tras retirar buena parte de los instrumentos de percusión y del grupo de los metales,

Anna Miernik hizo su presentación sobre el escenario junto a Fontana para ejecutar el

célebre Concierto n°3 en Do menor, Op.37 de Beethoven, compuesto en 1800 y

estrenado en 1803 en el Theater An der Wien con la presencia del compositor al teclado.

Beethoven ya estaba sordo al momento de su estreno, pero no le impidió demostrar que

era un pianista virtuoso. Por lo tanto, es una obra que marca un punto de inflexión

respecto del rol del intérprete. Escrito en forma de sonata con doble exposición -

introducción a cargo de la orquesta y luego, intervención del solista-, posee 3

movimientos: Allegro con brío (en Do menor, 2/2) / Largo (en Mi mayor, 3/8) y Rondó-


Allegro (en Do mayor, 2/4) y su autor se inspiró en el concierto homónimo de Mozart,

pero con una diferencia: Beethoven introduce una nueva melodía en la cadencia del 1°

movimiento -mitad recitativo, mitad aria- que se desarrolla durante toda la exposición.

En la presente versión, hubo una muy buena amalgama sonora entre solista y orquesta,

con una perfecta marcación a cargo del director. Anna Miernik demostró un profundo

conocimiento y compenetración con la obra -de hecho, la ejecutó de memoria- y brindó

una interpretación excelsa merced a su muy buena pulsación y digitación. Los crescendi

sonaron auténticamente beethovenianos y sus arabescos, trinos y arpegios, sumamente

precisos. El público aplaudió calurosa y extensivamente al final, lo que motivó a la

pianista a ofrecer un bis: una exquisita versión del Nocturno en Do sostenido menor,

Op. Póstumo de Chopin, que le valió otra ovación.

Antes de comenzar la segunda parte del concierto, Gustavo Fontana se dirigió al

público provisto de un micrófono para dedicar la Sinfonía n°7 en La mayor, Op.92 de

Beethoven a la memoria Carlos Céspedes -clarinete solista de la Orquesta Estable del

Teatro Colón, fallecido la semana pasada- a modo de homenaje. Esta celebérrima obra

data de 1812 y consta de 4 movimientos: Poco sostenuto- Vivace (en La mayor, 4/4 y

6/8) / Allegretto (en La menor, 2/4)/ Presto (en Fa mayor, ¾) y Allegro con brío (La

mayor, 2/4), que deben ser ejecutados con una precisión milimétrica (especialmente, los

dos últimos, donde es fácil caer en exceso cuando se utiliza un tempo más rápido que lo

habitual). Precisamente, el último movimiento es una variante en compás dúplice del

ritornello instrumental compuesto por el mismo Beethoven como arreglo de la canción

irlandesa “Save me from the grave and wise” (Sálvame de la tumba y del sabio), que

lleva el Op.8 de sus Doce canciones populares irlandesas, Wo.O 154. Esta monumental

obra recibió el mote de “Apoteosis de la Danza” en 1849 por Richard Wagner, quien la

definió de la siguiente manera, según sus propias palabras:

“Esta sinfonía es la apoteosis de la danza en su esencia suprema, la realización más

lograda del movimiento del cuerpo humano casi idealmente en el sonido”. Prueba de

ello han sido las fantásticas versiones coreográficas de Margarita Wallmann en el film

argentino “DONDE MUEREN LAS PALABRAS” (1946), con participación de María

Ruanova y Jorge Alario y la de Maurice Béjart en “LOS UNOS Y LOS OTROS”, de

Claude Lelouch (1981), que catapultó al argentino Jorge Donn a la fama internacional.

La orquestación, marcación y dominio de tempi por parte de Fontana fueron magníficas.

Si bien los dos últimos movimientos se ejecutaron en un tempo más rápido respecto de

las versiones discográficas que una está habituada a escuchar, la precisión milimétrica

anteriormente descripta se cumplió a rajatabla, logrando una versión de fuste y enjundia.

El Auditorio Nacional estalló en aplausos y vítores tras la ejecución de esta celebérrima

sinfonía.

Ha sido una noche auténticamente beethoveniana y una maestría en interpretación.

Y una está prácticamente segura que en caso de haberlos podido escuchar, el genio de

Bonn los hubiera aprobado.

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