Muy buena actuación de Roberto Tibiriça y Cristian Budu junto a la Filarmónica
UN PERFECTO EJEMPLO DE CALEIDOSCOPIO SONORO
Martha CORA ELISEHT
¿Se acuerdan del caleidoscopio?... Un juguete en vías de extinción, que
fomentaba la imaginación mirando a través de un tubo pedacitos de diferentes piezas de
colores, permitiendo infinidad de combinaciones y dibujos. Afortunadamente, una
todavía recuerda ese tipo de cosas que -independientemente de deleitar la infancia-
permiten titular una nota. En este caso, la impresión que una tuvo sobre una de las obras
ofrecidas dentro del concierto del Ciclo de Abono de la Orquesta Filarmónica de
Buenos Aires (OFBA), que tuvo lugar en el Teatro Colón el pasado viernes 16 del
corriente bajo la dirección de Roberto Tibiriça, con la participación del pianista Cristian
Budu como solista.
El programa estuvo formado por las siguientes obras:
- Concierto para piano y orquesta en formas brasileiras n°2, Op.105- Hekel
TAVARES (1896-1969)
- Pavana para una infanta difunta- Maurice RAVEL (1875-1937)
- Daphnis et Chloe (suite n°2)- Maurice RAVEL (1875-1937)
En el programa original del concierto estaba prevista como obra de apertura
Toccata, del compositor uruguayo Héctor Tosar (1923-2002), cuya ejecución se
suspendió en último momento. Por lo tanto, tanto el director como el pianista se
hicieron presentes sobre el escenario para iniciar con un orgánico prácticamente
completo la mencionada obra. Nacido en Satuba, Río Largo (Alagoas), Hekel Tavares
fue un compositor, pianista y arreglador brasileño que sobresalió en el campo de la
música popular y se dedicó al estudio de los ritmos folklóricos de su país natal. Estudió
orquestación con J. Otaviano en Río de Janeiro y, junto con Waldemar Henrique,
Marcelo Tupinambá y Henrique Voegeler creó un tipo de música situada entre lo erudito
y lo popular. Su concierto para piano y orquesta en formas brasileiras n°2 data de 1938
y está considerado como el único concierto romántico brasileño. Pese a que posee los
tres movimientos clásicos de un concierto (Modinha. Tempo de batuque lento con
simplicitá/ Ponteio (Largo- molto cantábile ed expressivo) y Maracatu (lento, ma
vigoroso), tiene también numerosas variaciones de velocidad, alternancia de compases
(de 4/4 a 6/8) y métrica que no respetan esa clásica división tripartita, sino que se
alternan constantemente a manera de un mosaico sonoro. Se pueden apreciar numerosas
influencias de compositores europeos de la escuela española y francesa (entre otros,
Manuel de Falla y Emmanuel Chabrier) y también, reminiscencias de Rachmaninov en
ciertos pasajes y de Mussorgsky en el 3° movimiento. Una obra tonal, de muy buena
línea melódica y muy atractiva para el oyente que, precisamente, fuera grabada por el
mismo director en 2002 junto al pianista Arnaldo Cohen -quien se presentó en el Colón
el año pasado-. Tibiriça tuvo un muy buen desempeño al frente de la Filarmónica, con
una muy buena marcación de tempi, aunque algo excedido en los tutti y forte
orquestales. Y Cristian Budu, un pianista de excepción, con un perfecto dominio y
conocimiento de la obra y las características ya mencionadas de caleidoscopio sonoro.
El público estalló en aplausos al final del concierto, motivo que obligó al pianista a
ejecutar dos bises de música brasileña que -lamentablemente- no fueron anunciados,
pero que sonaron maravillosamente bien.
Para la segunda parte del concierto, se eligieron dos celebérrimas obras de Ravel:
Pavana para una infanta difunta y la suite n°2 de Daphnis et Chloé. La primera fue
compuesta originalmente para piano en 1899 cuando Ravel todavía estudiaba con
Gabriel Fauré en el conservatorio de París -de hecho, se basó para componerla en la
Pavanne, Op.50 de su maestro- y está dedicada a su mentora, la princesa de Polignac.
Recrea la elegancia y distinción de una infanta bailando una pavana -danza lenta
renacentista muy popular entre los siglos XVI y XVII- en la corte española (de hecho,
inspirada en los cuadros de Diego Velázquez) y su título no tiene nada que ver con la
composición. Según palabras del propio Ravel: “Simplemente me gustó cómo sonaban
las palabras y así las escribí en la partitura. Eso es todo”. Posteriormente realizó una
orquestación en 1910, donde asigna la melodía principal a dos trompas naturales en Sol
(sin válvulas), debido a que la enseñanza de este instrumento persistió mucho más
tiempo en el Conservatorio de París que en el resto de Europa. Esta tradicional y
bellísima pieza fue interpretada de manera muy correcta, con los matices y líneas
tradicionales característicos y gran desempeño de los solistas instrumentales.
Seguidamente y, con su orgánico prácticamente completo, la Filarmónica brindó una
muy buena versión de la archiconocida Suite n°2 de DAPHNIS ET CHLOÉ, compuesta
originalmente para el ballet homónimo y estrenada en París en 1912. Su autor la
describió como una “sinfonía coreográfica” y, en su versión original lleva un coro
mudo -sólo murmullos y lamentaciones, como lo era en el antiguo teatro griego-. Es la
obra más extensa del genio de Ciboure y la mencionada suite sólo posee tres números
(Amanecer/ Pantomima/ Danza general) que permiten el lucimiento de la orquesta y de
los solistas de las principales secciones de instrumentos. Si bien la Filarmónica brilló en
este ítem, el final -que posee un poderoso tutti orquestal en fff- sonó un tanto excesivo
para los oídos de quien escribe. De todas maneras, el público deliró tras la interpretación
y tanto el director como los músicos se retiraron sumamente aplaudidos.
Cuando se eligen obras de cierre que poseen finales muy estridentes y que llevan
una orquestación profusa, es muy común caer en excesos. Y esto es lo que puede opacar
un concierto que -en líneas generales- ha sido perfecto, tanto por parte de la orquesta
como del solista. Hay directores que tienen esta característica – o preferencia- y se debe
ser cuidadoso en este ítem.
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