La consagración de Barenboim como
director de ópera en “TRISTÁN E ISOLDA” en el Colón
APOTÉOTICO Y SUBLIME
Martha CORA ELISEHT
Daniel Barenboim regresó al país al
frente de la Staatskapelle Berlin – orquesta de la cual, es Director Artístico
desde 2002- para irradiar la consabida magia y la excelencia de sus
interpretaciones, a las cuales tiene acostumbrado a su público desde hace ya 5
años consecutivos. En esta ocasión, para representar “TRISTÁN E ISOLDA” junto al mencionado organismo y el elenco de la
Staatsoper Unter der Linden (Berlín) en el Colón, con dirección escénica de
Harry Kupfer, escenografía de Hans Schavernoch, vestuario de Buki Schiff e
iluminación de Bernd Zeise, bajo la supervisión técnica en escena de Frank
Henze.
El estreno de esta nueva
coproducción se produjo el pasado
miércoles 11 del corriente, con el siguiente elenco: Peter Seiffert (Tristán), Anja Kampe (Isolda), Angela Denoke (Brangäne), Boaz Daniel (Kurvenal), Kwangchui Youn (König Marke), Gustavo López Manzitti (Melot), Adam Kutny (Timonel) y Florian Hoffmann (Pastor/
Marinero). En las funciones de los días 18 y 22 del corriente, el rol de Isolda será cantado por la soprano sueca
Irene Théorin, debido a compromisos artísticos contraídos con antelación por
parte de Anja Kampe (interpretará en breve el rol de Sieglinde en “LA WALKYRIA”,
junto a Jonas Kaufmann). Es una de las mejores sopranos wagnerianas del
momento- excelente interpretación de Brunhilda
en “EL ANILLO DEL NIBELUNGO” de
Copenhague, dirigida magistralmente por Michael Schönwandt (2006)- y ha sido
una decisión muy acertada el haberla convocado para interpretar el rol de Isolda.
Si tuviera que sintetizar la presente versión en dos
palabras, usaría las empleadas en el título: APOTEÓTICO Y SUBLIME. Porque, precisamente, son los términos que
mejor definen esta producción: un lujo y un placer infinito para todos los
sentidos. Excelente interpretación de los roles principales, la escenografía,
el vestuario, la iluminación, la puesta en escena y una orquesta maravillosa,
donde la batuta de Barenboim rindió un justo y merecido homenaje a la idea del
drama wagneriano. Desde el inicio, se respetó el silencio que precede al La en el Preludio, donde se exponen los
principales leitmotiv que
caracterizan la obra: la dicotomía amor/muerte, luz/oscuridad, ser/devenir.
Luego de respetar los silencios, el sonido de la orquesta fue magistral, con
vuelo en los crescendi y respetando
los pianissimi- sobre todo, al final
de la obra, en el Mild und leise
(Liebestod- Muerte de amor), donde los últimos acordes del aria final de
Isolda la acompañaron magistralmente, dando la sensación de sus últimos
estertores de vida. Si a esto se le suma el efecto de iluminación- oscureciendo
el escenario, iluminando sólo a la protagonista y bajando la luz a medida que
se acerca a la troca para expiar-, el final fue imponente y magnífico. Lo mismo
sucedió cuando Tristán arranca sus
vendajes ante la inminente llegada de Isolda
en el 3° Acto, donde la escenografía se tiñó de rojo, aludiendo a la herida
mortal del protagonista.
A medida que se usó la platina giratoria del
escenario, una se dio cuenta que la escenografía- muy sencilla, por cierto-
representaba un ángel caído. Si se lo mira con cierto detenimiento, la cabeza
del ángel representa el mundo, rodeado con ambas manos juntas, en un gesto de
redención. En este caso, cumplió perfectamente con el precepto wagneriano
característico de esta obra: la redención mediante el amor, que permanece
constante más allá de la muerte de ambos protagonistas.
En cuanto a los intérpretes, las actuaciones de los
principales cantantes fueron sumamente destacadas. Peter Seiffert – quien ya
había encarnado a Trsitán en la
versión de concierto ofrecida por Barenboim
en el 2014- se mostró sólido, con un inmenso caudal de voz,
demostrando que es un auténtico Heldentenor-
pese a cierto exceso de peso que le produjo dificultad para desplazarse en
escena-. Anja Kampe hizo una Isolda de
antología, con gran caudal de voz, excelentes matices e inflexiones durante
todo el desarrollo del drama y con muy buenas dotes histriónicas. La soprano
dramática Angela Denoke interpretó una espléndida Brangäne, luciéndose en los dúos y arias principales – Einsam wächend in der Nacht (Alguien vigila en la noche), durante el
2° Acto, cantando fuera de escena- y Boaz Daniel encarnó un muy buen Kurvenal, al igual que el bajo coreano
Kwangchui Youn, encarnando al Rey Marke.
El único punto débil fue- quizás- la participación del coro masculino al final
del 1° acto, donde lució un tanto apagado. De no haber sido por este detalle- precisamente, porque es lo que da el marco
apropiado al cierre del 1° Acto de la obra-, la preparación del Coro Estable
por Miguel Ángel Martínez fue estupenda.
Se sabía – o al menos, se creía- que la presente
versión de TRISTÁN E ISOLDA iba a ser
el gran acontecimiento operístico de este año. Y no faltaron los motivos, así
como tampoco fallaron los pronósticos. Sin lugar a dudas, marcó la consagración
de Daniel Barenboim como director de ópera en el Colón en medio de una noche
mágica, donde quedaron flotando los duendes que caracterizaban las grandes
noches del Teatro, en épocas de gloria. Ojalá sigan flotando por mucho tiempo
más bajo la batuta del gran mago Barenboim, quien- por un momento- fue capaz de transportar a todos con su arte a
Bayreuth.
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