martes, 17 de julio de 2018


La consagración de Barenboim como director de ópera en “TRISTÁN E ISOLDA” en el Colón

APOTÉOTICO Y SUBLIME
Martha CORA ELISEHT

            Daniel Barenboim regresó al país al frente de la Staatskapelle Berlin – orquesta de la cual, es Director Artístico desde 2002- para irradiar la consabida magia y la excelencia de sus interpretaciones, a las cuales tiene acostumbrado a su público desde hace ya 5 años consecutivos. En esta ocasión, para representar “TRISTÁN E ISOLDA” junto al mencionado organismo y el elenco de la Staatsoper Unter der Linden (Berlín) en el Colón, con dirección escénica de Harry Kupfer, escenografía de Hans Schavernoch, vestuario de Buki Schiff e iluminación de Bernd Zeise, bajo la supervisión técnica en escena de Frank Henze.
            El estreno de esta nueva coproducción  se produjo el pasado miércoles 11 del corriente, con el siguiente elenco: Peter Seiffert (Tristán), Anja Kampe (Isolda), Angela Denoke (Brangäne), Boaz Daniel (Kurvenal), Kwangchui Youn (König Marke), Gustavo López Manzitti (Melot), Adam Kutny (Timonel) y Florian Hoffmann (Pastor/ Marinero). En las funciones de los días 18 y 22 del corriente, el rol de Isolda será cantado por la soprano sueca Irene Théorin, debido a compromisos artísticos contraídos con antelación por parte de Anja Kampe (interpretará en breve el rol de Sieglinde en “LA WALKYRIA”, junto a Jonas Kaufmann). Es una de las mejores sopranos wagnerianas del momento- excelente interpretación de Brunhilda en “EL ANILLO DEL NIBELUNGO” de Copenhague, dirigida magistralmente por Michael Schönwandt (2006)- y ha sido una decisión muy acertada el haberla convocado para interpretar el rol de Isolda.
Si tuviera que sintetizar la presente versión en dos palabras, usaría las empleadas en el título: APOTEÓTICO Y SUBLIME. Porque, precisamente, son los términos que mejor definen esta producción: un lujo y un placer infinito para todos los sentidos. Excelente interpretación de los roles principales, la escenografía, el vestuario, la iluminación, la puesta en escena y una orquesta maravillosa, donde la batuta de Barenboim rindió un justo y merecido homenaje a la idea del drama wagneriano. Desde el inicio, se respetó el silencio que precede al La en el Preludio, donde se exponen los principales leitmotiv que caracterizan la obra: la dicotomía amor/muerte, luz/oscuridad, ser/devenir. Luego de respetar los silencios, el sonido de la orquesta fue magistral, con vuelo en los crescendi y respetando los pianissimi- sobre todo, al final de la obra, en el Mild und leise (Liebestod- Muerte de amor), donde los últimos acordes del aria final de Isolda la acompañaron magistralmente, dando la sensación de sus últimos estertores de vida. Si a esto se le suma el efecto de iluminación- oscureciendo el escenario, iluminando sólo a la protagonista y bajando la luz a medida que se acerca a la troca para expiar-, el final fue imponente y magnífico. Lo mismo sucedió cuando Tristán arranca sus vendajes ante la inminente llegada de Isolda en el 3° Acto, donde la escenografía se tiñó de rojo, aludiendo a la herida mortal del protagonista.
A medida que se usó la platina giratoria del escenario, una se dio cuenta que la escenografía- muy sencilla, por cierto- representaba un ángel caído. Si se lo mira con cierto detenimiento, la cabeza del ángel representa el mundo, rodeado con ambas manos juntas, en un gesto de redención. En este caso, cumplió perfectamente con el precepto wagneriano característico de esta obra: la redención mediante el amor, que permanece constante más allá de la muerte de ambos protagonistas.
En cuanto a los intérpretes, las actuaciones de los principales cantantes fueron sumamente destacadas. Peter Seiffert – quien ya había encarnado a Trsitán en la versión de concierto ofrecida por Barenboim en el 2014-  se mostró sólido, con un inmenso caudal de voz, demostrando que es un auténtico Heldentenor- pese a cierto exceso de peso que le produjo dificultad para desplazarse en escena-. Anja Kampe hizo una Isolda de antología, con gran caudal de voz, excelentes matices e inflexiones durante todo el desarrollo del drama y con muy buenas dotes histriónicas. La soprano dramática Angela Denoke interpretó una espléndida Brangäne, luciéndose en los dúos y arias principales – Einsam wächend in der Nacht (Alguien vigila en la noche), durante el 2° Acto, cantando fuera de escena- y Boaz Daniel encarnó un muy buen Kurvenal, al igual que el bajo coreano Kwangchui Youn, encarnando al Rey Marke. El único punto débil fue- quizás- la participación del coro masculino al final del 1° acto, donde lució un tanto apagado. De no haber sido por este detalle-  precisamente, porque es lo que da el marco apropiado al cierre del 1° Acto de la obra-, la preparación del Coro Estable por Miguel Ángel Martínez fue estupenda.
Se sabía – o al menos, se creía- que la presente versión de TRISTÁN E ISOLDA iba a ser el gran acontecimiento operístico de este año. Y no faltaron los motivos, así como tampoco fallaron los pronósticos. Sin lugar a dudas, marcó la consagración de Daniel Barenboim como director de ópera en el Colón en medio de una noche mágica, donde quedaron flotando los duendes que caracterizaban las grandes noches del Teatro, en épocas de gloria. Ojalá sigan flotando por mucho tiempo más bajo la batuta del gran mago Barenboim, quien- por un momento-  fue capaz de transportar a todos con su arte a Bayreuth.

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