domingo, 2 de julio de 2023

 Excelente actuación de Xavier Inchausti y Pablo Saraví junto a la Filarmónica

 

DOS POTENCIAS SE SALUDAN Y PISAN FUERTE

Martha CORA ELISEHT

 

            Sin intención de hacer una paráfrasis de tono político, el título de esta nota refleja fielmente lo acontecido en el octavo concierto del Ciclo de Abono de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires (OFBA), que tuvo lugar en el Teatro Colón el pasado sábado 1° del corriente bajo la dirección del venezolano Manuel Hernández Silva y donde ambos concertinos de la agrupación actuaron como solistas: Xavier Inchausti (violín) y Pablo Saraví (viola) para ejecutar el siguiente programa:

-          Diario VI: Tres piezas para orquesta- Gerardo GANDINI (1936-2013)

-          Sinfonía concertante para violín y viola en Mi bemol mayor, K.364/320d – Wolfgang A. MOZART (1756-1791)

-          Sinfonía n°7 en Re menor, Op.70 (“De mis años tristes”)- Antonin DVOŘAK (1841-1904)

  Tras la tradicional afinación de instrumentos, Manuel Hernández Silva hizo su presentación sobre el escenario para comenzar con la mencionada obra de Gerardo Gandini con motivo de homenaje por el 10° aniversario de su fallecimiento. Compuestas originalmente para piano en la década del ‘60, las tres piezas que integran Diario VI (Berceuse, In memoriam y Transfiguración del rondó en La menor de Mozart) fueron orquestadas posteriormente y su estreno tuvo lugar el 7 de Septiembre de 1998 por el compositor al frente de la Orquesta Sinfónica Nacional. Berceuse (Canción de cuna, en francés) es una obra de carácter íntimo, elaborada con el eco de fraseos en forma romántica, donde la melodía a cargo de la trompeta actúa como hilo conductor. La segunda (In memoriam) está escrita en homenaje a Tomás Tichauer, quien fuera viola solista de la Filarmónica y la Camerata Bariloche y posee numerosos contrapuntos entre piano, arpa, celesta y marimba -muy buena labor de Silvia Dabul, Alina Traine, Juan Ignacio Ufor y Federico del Castillo respectivamente, al igual que la trompeta solista a cargo de Fernando Ciancio-. La obra se cierra con una transfiguración del Rondó en La menor de Mozart, quien fuera uno de los compositores predilectos del músico argentino y donde se aprecian numerosos ecos y retumbos de otros tiempos. Y si bien la música de Gandini es mayoritariamente atonal, el público respondió con un aplauso alusivo.

            La Sinfonía concertante en Mi bemol mayor para violín y viola, K. 364/320d representa una obra emblemática en la producción del genio de Salzburgo, ya que cabalga entre la sinfonía y el concierto. Fue compuesta en 1779 durante uno de los tantos viajes de Mozart entre Mannheim y París. En aquel entonces, las orquestas europeas estaban adquiriendo una mayor complejidad y representó una excelente oportunidad para el compositor austríaco, quien ya venía experimentando con este género. Su instrumentación consta de violín solista (en Mi bemol mayor), viola solista (en Re mayor, con afinación en un semitono ascendente denominado técnica de la scordatura para permitir una mejor calidad de sonido), dos cornos, dos oboes y cuerdas. Consta de tres movimientos (Allegro maestoso/ Andante/ Presto), que fueron ejecutados de manera impecable por la dupla Inchausti/ Saraví, con un perfecto diálogo entre ambos instrumentos solistas y el resto de la orquesta, logrando un impecable equilibrio sonoro. Bien conocidas son las dotes y el desempeño de ambos violinistas y, en este caso, fue un auténtico placer escuchar a Pablo Saraví como violista, donde demostró su ya consabida maestría a cargo de este instrumento. Una ovación de aplausos y vítores coronó el desempeño de los músicos y, en particular, del binomio, quienes decidieron ofrecer un bis: una transcripción para violín y viola del Concierto n°20 de Mozart, que sonó de manera exquisita y sutil. Una vez más, la dupla Inchausti/ Saraví se llevó los laureles e hizo delirar al público.    

            Basada en la Sinfonía n°3 de Brahms y compuesta por encargo de la Sociedad Filarmónica de Londres en 1885, la Sinfonía n°7 en Re menor, Op.70 de Dvořak es, quizás, la más romántica de las nueve obras de dicho género. En aquel entonces, el pueblo checo asistía al Teatro Nacional de Praga para apoyar mediante la expresión musical las luchas políticas de su nación. Rápidamente, Dvořak se hizo eco y, ante el encargo de esta nueva sinfonía, decidió que su obra iba a tener un carácter fuertemente nacionalista y patriótico, tal como lo manifiesta en uno de sus escritos: “No puedo pensar en otra cosa más que en el encargo de Londres en este momento. ¡Quiera Dios que esta música checa mueva al mundo! El primer tema de mi nueva sinfonía sonaba dentro de mi mente como un tren festivo que traía a nuestros campesinos de Pest” (en referencia a una de las dos ciudades de la capital húngara). Sin embargo, dos nuevas desgracias golpearon fuertemente al músico: la muerte de su madre y la de su hijo mayor, a las cuales se sumó el deceso de Bedrich Smetana. De ahí deriva el nombre de la sinfonía, escrito al pie de página del 2° movimiento: “De mis años tristes”. Su estreno tuvo lugar en el St James´s Hall en Londres en 1885 con el autor al podio y gozó de tal éxito que se representó al año siguiente en New York y luego, en Berlín. Consta de 4 movimientos (Allegro maestoso/ Poco adagio/ Scherzo: vivace- poco meno mosso/ Finale: Allegro), que fueron ejecutados de memoria por Hernández Silva. El venezolano es un experto en la materia -su versión de la Sinfonía n°8 en 2019 al frente de la Filarmónica fue magistral- y lo demostró con creces en la presente versión, donde el Allegro maestoso inicial en 6/8 sonó realmente turbulento y dramático en el tutti orquestal, donde la tensión llega a su clímax para luego, pasar al Poco adagio de carácter triste y melancólico, donde el pizzicato de los violines resalta la melodía a cargo del corno -muy buena actuación de Martcho Mavrov-. El Scherzo posee una bellísima melodía típica de la región de Bohemia en 6/4, mientras que en el Allegro final, la melodía en Re menor es similar a la del 1° movimiento y presenta dos temas: el primero, introducido por el clarinete y la trompa (muy buen desempeño de Mariano Rey y Mavrov al respecto), y el segundo, a cargo de las cuerdas en tiempo de marcha, con ribetes profundamente dramáticos, que representan la resistencia del pueblo checo al yugo opresor. Por otra parte, todos los solistas de los principales grupos de instrumentos tuvieron la oportunidad de lucirse para ofrecer una excelente versión de esta bellísima sinfonía.

            A pesar de haber sido una de las mejores actuaciones de la Filarmónica durante este año y de las advertencias previamente al inicio del concierto de apagar -o silenciar- los teléfonos celulares, nunca falta un/a energúmeno/a que se olvida de hacerlo, lo que motivó a Hernández Silva a interrumpir la ejecución -por breves instantes- de la obra de Gandini. No se sabía si eran notas a cargo de la celesta -ya que sonaba muy similar- hasta que el director se dio cuenta. Fue el único detalle capaz de opacar un concierto que fue brillante de cabo a rabo en toda su dimensión, al igual que los cada vez más frecuentes aplausos entre movimientos. La calidad bien entendida empieza por casa y son normas que se deben respetar para favorecer tanto a los intérpretes como a la audiencia

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