sábado, 31 de octubre de 2020

 

Monumental transmisión histórica por streaming de “DON CARLO” desde el Met

 

ALTA TENSIÓN EN MATERIA DE INTRIGAS PALACIEGAS

Martha CORA ELISEHT

 

            La tónica para esta semana de las transmisiones por streaming desde el Metropolitan Opera House de New York es Política e historia en la Ópera. Y comenzó con una transmisión histórica de DON CARLO  de Giuseppe Verdi (1813-1901) que data de 1980 y que contó con un elenco excepcional, integrado por los siguientes cantantes: Renata Scotto (Isabel de Valois), Vasile Moldoveanu (Don Carlo), Tatiana Troyanos (Éboli), Sherill Milnes (Rodrigo, Duque de Posa), Paul Plishka (Felipe II), Jerome Hines (El Gran Inquisidor), Betsy Norden (Tebaldo, paje de Isabel), Timothy Jenkins (Heraldo), John Creek (Mensajero del Rey), Dana Talley (Conde de Lerma), Barbara Greene (Condesa d’Arenberg), Peter Sliker (Sacerdote) y Therese Brandon (voz celestial). El Coro de la institución estuvo dirigido por David Stivender; la dirección orquestal, a cargo de James Levine, con producción integral de John Dexter, escenografía de David Reppa, vestuario de Kay Diffen e iluminación de Gil Wechsler.

            Merced al streaming, es la primera vez que esta cronista pudo disfrutar en forma completa durante el transcurso del corriente año la tetralogía verdiana sobre óperas ambientadas en España (DON CARLO, ERNANI, LA FORZA DEL DESTINO e IL TROVATORE). Compuesta originalmente en 1867 al estilo de la grand opéra francesa -5 actos y un ballet-, sufrió numerosos cortes y modificaciones. Es la más larga de las óperas de Verdi –aproximadamente, 4 horas de música- y su libreto original fue escrito en francés por François Méry y Camille du Locle sobre la obra original de Schiller Dom Karlos, Infant von Spanien. La traducción al italiano fue hecha por Achille de Lauzières en 1866 y posteriormente, revisada tal como se la conoce hasta ahora por Antonio Ghislanzoni (1870) y Angelo Zanardini (1884).  Su autor la concibió como un canto a la libertad frente a la opresión política y religiosa –representadas en las figuras del rey Felipe II y el Gran Inquisidor, respectivamente- sobre hechos conflictivos en la vida de Carlos III de España (1545-1568). Su prometida –Isabel de Valois- debió casarse con su padre –Felipe II de Habsburgo- en vez de hacerlo con él con motivo del tratado de paz que puso fin a la guerra entre ambas casas reales (1555-1568). También aparecen temas históricos como la Contrarreforma, la Santa Inquisición –donde se condena a muerte en una de las escenas a dos herejes a fines del 2° Acto, que tiene lugar en un Tribunal del Santo Oficio- y la rebelión de Flandes, Brabante y Holanda. Asimismo, los sentimientos de los diferentes protagonistas se encuentran en una permanente contradicción: Isabel de Valois ama a Carlo, pero debe cumplir con sus deberes de reina. Felipe II se da cuenta que su esposa no lo ama y duda entre sacrificar a su hijo a pedido del Gran Inquisidor. Por su parte, Rodrigo jura a Carlo eterna amistad, pero también debe cumplir con sus deberes como soldado para ganar los favores del Rey, quien lo considera un leal servidor. Y Éboli –enamorada de Carlo- se siente traicionada cuando éste confiesa su amor por Isabel. Una obra maestra en materia de intrigas, traiciones e intenso dramatismo en la España regida por el Campeón del Catolicismo.

            Para reforzar más aún el ambiente de época, Gil Wechsler emplea un recurso fundamental: el claroscuro, centrando la iluminación en los diferentes protagonistas. Este recurso se aprecia durante toda la obra y los diferentes cambios de escena se hacen mediante empleo de telón con el escudo real de los Habsburgo o recursos de iluminación. La puesta en escena es sumamente fastuosa, con un espléndido vestuario de época donde abundan los galones dorados, collares isabelinos,galeras, boinas, coronas, tiaras y el solileo típico del Gran Inquisidor. Los campesinos y leñadores usan ropas sencillas de colores lúgubres, mientras las damas de la corte y la princesa Éboli, vestimentas de colores vívidos, fastuosamente decorados acorde a su rango. Isabel de Valois luce un monumental traje de cacería en terciopelo rojo con galones dorados, guantes y sombrero al tono con pluma en el 1° Acto, mientras que sus vestidos como reina son en blanco con dominó celeste, negro con vivos blancos en la escena del Tribunal del Santo Oficio y en tonos de grises y negro con toca de perlas en la última escena, portando un gran crucifijo con collar blanco respectivamente a medida que avanza la obra.  Los hombres lo hacen acorde a las vestimentas típicas de época, ricamente engalanadas, mientras que el Gran Inquisidor luce una sotana blanca con casulla roja y Felipe II, mayormente en negro.

            La dirección musical de un joven James Levine fue estupenda, mostrando su ímpetu y su precisión habituales. La fanfarria de cornos y trompetas que marca la entrada de Isabel de Valois y su séquito en el bosque de Fontainbleau  sonó muy bien, al igual que los golpes de cañón que marcan el tratado de paz y el celebérrimo duetto de la amistad entre Carlo y Rodrigo, al igual que el interludio orquestal en el 2° Acto, que marca el cambio de escena del Auto de Fe. También sonó muy bien el solo de contrabajo y de cello que abre el preludio al 3° Acto, al igual que la fanfarria de trombones en el interludio que marca la última escena en el Monasterio de El Escorial. Y el Coro actuó como un protagonista más en las escenas donde participa (los leñadores en el 1° Acto, la escena del Auto de Fe en el 2°  y dentro de la prisión en el 3°), magistralmente preparado por David Stivender. Se destacaron las voces de Barbara Greene y de Therese Brandson –esta última, fuera de escena- , al igual que la soprano ligera Betsy Norden, quien brindó un gracioso Teblado, luciéndose perfectamente como el paje de Isabel de Valois. Timothy Jenkins se destacó en su rol de Heraldo, al igual que John Creek como el Mensajero del Rey. Por su parte, Dana Talley ofreció un correcto Conde de Lerma.

            Con un elenco de primerísimo primer nivel, la excelencia vocal e histriónica para interpretar roles tan difíciles estaban aseguradas; sobre todo, para las escenas de mayor intensidad dramática. En numerosas ocasiones, el público estalló en vítores y aplausos antes de terminar las arias o dúos correspondientes. Fue magistral el dúo entre los bajos Paul Plishka y Jerome Hines como el rey Felipe II y el Gran Inquisidor respectivamente en el 3° acto. El primero es una figura histórica del Met y descolló desde su aparición en el 1° Acto, hasta su dúo con Rodrigo de Posa (“Restate!”), su participación  en la escena del Tribunal del Santo Oficio (“Del mio padre porto la corona”), el cuarteto (“Pietá”) junto a Carlo, Rodrigo e Isabel  al final del 2° Acto, para llegar a “Ella jamai m’amó”. Por su parte, Jerome Hines brindó un Gran Inquisidor de excelencia, haciendo gala de su melodiosa voz en las notas más graves. Tatiana Troyanos fue la intérprete ideal para personificar a la diabólica Éboli, descollando en cada una de sus intervenciones desde la célebre Canción del velo (“Nel giardin del bello”), merced a su magnífica coloratura y su impecable fraseo. Los matices de su voz se destacaron ante la sospecha de la tristeza de la reina (“Un mortale segreto”), en el trío con Rodrigo y Carlo y cuando le confiesa a la reina que fue ella quien robó el cofre con las joyas (“Pietá! Ascolta!”) antes del aria más famosa (“O don fatale!”), donde el Met estalló en aplausos antes de finalizar la misma. Y Renata Scotto brindó una Isabel de Valois de antología desde su aparición en escena, donde tiene lugar el dúo con Carlo y la escena del medallón (“Di quale amor, di quanto ardor”), maldiciendo su suerte cuando se ve obligada a casarse con Felipe II por orden de su padre (“Ora fatale”), en el dúo con Rodrigo (“Carlo ch’é solo il nostro amore”), cuando lamenta la partida de su dama de compañía (“Non piangere, mia compagna”), cuando reclama al Rey por el robo (“Giustizia, Sire”… Voi sapete”) y al jurar su inocencia en el cuarteto con Éboli y Rodrigo (“Ah, si maledetto sospetto fatale”) hasta culminar en el aría del 3° Acto (“Tu che la vanitá”) y la despedida junto a Carlo (“Ma lassú ci vedremo in un mondo migliore”). Todas sus intervenciones fueron destacadísimas desde el punto de vista vocal e histriónico.

            El insuperable Sherill Milnes brindó un soberbio y magistral Rodrigo de Posa desde su primera intervención en el dúo de la amistad (“Dio, che nell’alma infondere”), su cavatina y dúo junto a Isabel  (“Carlo ch’é solo il nostro amore”), su aria junto al Rey (“Di Flandria arrivo”), en el trío del 2° Acto junto a Carlo y Éboli y el posterior dúo con Carlo cuando la princesa se retira jurando venganza (“Tu sospetti di me?”) y cuando visita  a Carlo en la prisión (“Per me giunto e il di supreme”), donde es asesinado (“Ió morró, ma lieto in core”).  El Met deliró ante cada una de sus intervenciones.. En cuanto al protagonista,  Vasile Moldoveanu resultó un Don Carlo excepcional. Es un rol exigente y arduo para cualquier tenor por su gran carga dramática, que se mantiene durante toda la obra. No obstante, el rumano se destacó desde su aparición (“Ió la vidi… Quando vedo il suo soriso”) merced a su gran fraseo, un perfecto legato e insuperables agudos. Posteriormente, brindó un excelente duetto de amor junto a Renata Scotto (“Di quale amor, di quanto ardor”), el dúo de la amistad ya mencionado y la monumental “Ió l’a perduto”, donde confiesa a su amigo su amor por Isabel. Posteriormente, cuando acude a su cita en los jardines a la medianoche en el 2° Acto y se encuentra con Éboli, confiesa su amor por la reina “(Sei tu, sei tu, beldá dorata”), y posteriormente, cuando desafía a su padre pidiendo por los prisioneros de Flandes, en la prisión y en su dúo final junto a Isabel (“Ma lassú ci vedremo in un mondo migliore”). Un digno intérprete de tan difícil rol.

            La magia de Verdi descolló una vez más sobre el escenario neoyorquino, en una obra donde las intrigas, alianzas, traiciones y amores contrariados abundan por doquier. En este caso, mostrando las miserias humanas en el Imperio donde jamás se ponía el sol, en tiempos de la Santa Inquisición.

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