Monumental transmisión histórica por streaming de
“DON CARLO” desde el Met
ALTA TENSIÓN EN MATERIA
DE INTRIGAS PALACIEGAS
Martha CORA ELISEHT
La tónica para esta semana de las
transmisiones por streaming desde el
Metropolitan Opera House de New York es Política
e historia en la Ópera. Y comenzó con una transmisión histórica de DON CARLO
de Giuseppe Verdi (1813-1901) que data de 1980 y que contó con un
elenco excepcional, integrado por los siguientes cantantes: Renata Scotto (Isabel de Valois), Vasile Moldoveanu (Don Carlo), Tatiana Troyanos (Éboli), Sherill Milnes (Rodrigo, Duque de Posa), Paul Plishka (Felipe II), Jerome Hines (El Gran Inquisidor), Betsy Norden (Tebaldo, paje de Isabel), Timothy
Jenkins (Heraldo), John Creek (Mensajero del Rey), Dana Talley (Conde de Lerma), Barbara Greene (Condesa d’Arenberg), Peter Sliker (Sacerdote) y Therese Brandon (voz celestial). El Coro de la
institución estuvo dirigido por David Stivender; la dirección orquestal, a
cargo de James Levine, con producción integral de John Dexter, escenografía de
David Reppa, vestuario de Kay Diffen e iluminación de Gil Wechsler.
Merced al streaming, es la primera vez que esta cronista pudo disfrutar en
forma completa durante el transcurso del corriente año la tetralogía verdiana
sobre óperas ambientadas en España (DON
CARLO, ERNANI, LA FORZA DEL DESTINO e IL
TROVATORE). Compuesta originalmente en 1867 al estilo de la grand opéra francesa -5 actos y un
ballet-, sufrió numerosos cortes y modificaciones. Es la más larga de las
óperas de Verdi –aproximadamente, 4 horas de música- y su libreto original fue
escrito en francés por François Méry y Camille du Locle sobre la obra original
de Schiller Dom Karlos, Infant von
Spanien. La traducción al italiano fue hecha por Achille de Lauzières en
1866 y posteriormente, revisada tal como se la conoce hasta ahora por Antonio
Ghislanzoni (1870) y Angelo Zanardini (1884). Su autor la concibió como un canto a la
libertad frente a la opresión política y religiosa –representadas en las
figuras del rey Felipe II y el Gran Inquisidor, respectivamente- sobre
hechos conflictivos en la vida de Carlos III de España (1545-1568). Su
prometida –Isabel de Valois- debió
casarse con su padre –Felipe II de
Habsburgo- en vez de hacerlo con él con motivo del tratado de paz que puso
fin a la guerra entre ambas casas reales (1555-1568). También aparecen temas
históricos como la Contrarreforma, la Santa Inquisición –donde se condena a
muerte en una de las escenas a dos herejes a fines del 2° Acto, que tiene lugar
en un Tribunal del Santo Oficio- y la rebelión de Flandes, Brabante y Holanda. Asimismo,
los sentimientos de los diferentes protagonistas se encuentran en una
permanente contradicción: Isabel de
Valois ama a Carlo, pero debe
cumplir con sus deberes de reina. Felipe
II se da cuenta que su esposa no lo ama y duda entre sacrificar a su hijo a
pedido del Gran Inquisidor. Por su
parte, Rodrigo jura a Carlo eterna amistad, pero también debe
cumplir con sus deberes como soldado para ganar los favores del Rey, quien lo
considera un leal servidor. Y Éboli –enamorada
de Carlo- se siente traicionada
cuando éste confiesa su amor por Isabel. Una obra maestra en materia de
intrigas, traiciones e intenso dramatismo en la España regida por el Campeón del Catolicismo.
Para reforzar más aún el ambiente de
época, Gil Wechsler emplea un recurso fundamental: el claroscuro, centrando la
iluminación en los diferentes protagonistas. Este recurso se aprecia durante
toda la obra y los diferentes cambios de escena se hacen mediante empleo de
telón con el escudo real de los Habsburgo o recursos de iluminación. La puesta
en escena es sumamente fastuosa, con un espléndido vestuario de época donde abundan
los galones dorados, collares isabelinos,galeras, boinas, coronas, tiaras y el
solileo típico del Gran Inquisidor. Los
campesinos y leñadores usan ropas sencillas de colores lúgubres, mientras las
damas de la corte y la princesa Éboli, vestimentas
de colores vívidos, fastuosamente decorados acorde a su rango. Isabel de Valois luce un monumental
traje de cacería en terciopelo rojo con galones dorados, guantes y sombrero al
tono con pluma en el 1° Acto, mientras que sus vestidos como reina son en
blanco con dominó celeste, negro con vivos blancos en la escena del Tribunal del
Santo Oficio y en tonos de grises y negro con toca de perlas en la última
escena, portando un gran crucifijo con collar blanco respectivamente a medida
que avanza la obra. Los hombres lo hacen
acorde a las vestimentas típicas de época, ricamente engalanadas, mientras que
el Gran Inquisidor luce una sotana
blanca con casulla roja y Felipe II, mayormente
en negro.
La dirección musical de un joven
James Levine fue estupenda, mostrando su ímpetu y su precisión habituales. La
fanfarria de cornos y trompetas que marca la entrada de Isabel de Valois y su séquito en el bosque de Fontainbleau sonó muy bien, al igual que los golpes de
cañón que marcan el tratado de paz y el celebérrimo duetto de la amistad entre Carlo
y Rodrigo, al igual que el
interludio orquestal en el 2° Acto, que marca el cambio de escena del Auto de Fe. También sonó muy bien el
solo de contrabajo y de cello que abre el preludio al 3° Acto, al igual que la
fanfarria de trombones en el interludio que marca la última escena en el
Monasterio de El Escorial. Y el Coro
actuó como un protagonista más en las escenas donde participa (los leñadores en
el 1° Acto, la escena del Auto de Fe
en el 2° y dentro de la prisión en el 3°),
magistralmente preparado por David Stivender. Se destacaron las voces de
Barbara Greene y de Therese Brandson –esta última, fuera de escena- , al igual
que la soprano ligera Betsy Norden, quien brindó un gracioso Teblado, luciéndose perfectamente como
el paje de Isabel de Valois. Timothy
Jenkins se destacó en su rol de Heraldo, al
igual que John Creek como el Mensajero
del Rey. Por su parte, Dana Talley ofreció
un correcto Conde de Lerma.
Con un elenco de primerísimo primer
nivel, la excelencia vocal e histriónica para interpretar roles tan difíciles
estaban aseguradas; sobre todo, para las escenas de mayor intensidad dramática.
En numerosas ocasiones, el público estalló en vítores y aplausos antes de
terminar las arias o dúos correspondientes. Fue magistral el dúo entre los
bajos Paul Plishka y Jerome Hines como el rey Felipe II y el Gran
Inquisidor respectivamente en el 3° acto. El primero es una figura
histórica del Met y descolló desde su aparición en el 1° Acto, hasta su dúo con
Rodrigo de Posa (“Restate!”), su
participación en la escena del Tribunal
del Santo Oficio (“Del mio padre porto la
corona”), el cuarteto (“Pietá”) junto
a Carlo, Rodrigo e Isabel al final del 2° Acto, para llegar a “Ella jamai m’amó”. Por su parte, Jerome
Hines brindó un Gran Inquisidor de
excelencia, haciendo gala de su melodiosa voz en las notas más graves. Tatiana
Troyanos fue la intérprete ideal para personificar a la diabólica Éboli, descollando en cada una de sus
intervenciones desde la célebre Canción
del velo (“Nel giardin del bello”), merced a su magnífica coloratura y su
impecable fraseo. Los matices de su voz se destacaron ante la sospecha de la
tristeza de la reina (“Un mortale
segreto”), en el trío con Rodrigo y Carlo y cuando le confiesa a la reina
que fue ella quien robó el cofre con las joyas (“Pietá! Ascolta!”) antes del aria más famosa (“O don fatale!”), donde el Met estalló en aplausos antes de
finalizar la misma. Y Renata Scotto brindó una Isabel de Valois de antología
desde su aparición en escena,
donde tiene lugar el dúo con Carlo y
la escena del medallón (“Di quale amor,
di quanto ardor”), maldiciendo su suerte cuando se ve obligada a casarse
con Felipe II por orden de su padre (“Ora fatale”), en el dúo con Rodrigo (“Carlo ch’é solo il nostro amore”),
cuando lamenta la partida de su dama de compañía (“Non piangere, mia compagna”), cuando reclama al Rey por el robo (“Giustizia, Sire”… Voi sapete”) y al
jurar su inocencia en el cuarteto con Éboli
y Rodrigo (“Ah, si maledetto sospetto fatale”) hasta culminar en el aría
del 3° Acto (“Tu che la vanitá”) y la
despedida junto a Carlo (“Ma lassú ci
vedremo in un mondo migliore”). Todas sus intervenciones fueron
destacadísimas desde el punto de vista vocal e histriónico.
El insuperable Sherill Milnes brindó
un soberbio y magistral Rodrigo de Posa desde
su primera intervención en el dúo de la
amistad (“Dio, che nell’alma infondere”), su cavatina y dúo junto a Isabel (“Carlo ch’é solo il nostro amore”), su
aria junto al Rey (“Di Flandria arrivo”),
en el trío del 2° Acto junto a Carlo
y Éboli y el posterior dúo con Carlo cuando
la princesa se retira jurando venganza (“Tu
sospetti di me?”) y cuando visita a Carlo en la prisión (“Per me giunto e il di supreme”), donde es asesinado (“Ió morró, ma lieto in core”). El Met deliró ante cada una de sus
intervenciones.. En cuanto al protagonista,
Vasile Moldoveanu resultó un Don
Carlo excepcional. Es un rol exigente y arduo para cualquier tenor por su
gran carga dramática, que se mantiene durante toda la obra. No obstante, el
rumano se destacó desde su aparición (“Ió
la vidi… Quando vedo il suo soriso”) merced a su gran fraseo, un perfecto legato e insuperables agudos.
Posteriormente, brindó un excelente duetto
de amor junto a Renata Scotto (“Di
quale amor, di quanto ardor”), el dúo de la amistad ya mencionado y la monumental
“Ió l’a perduto”, donde confiesa a su
amigo su amor por Isabel. Posteriormente,
cuando acude a su cita en los jardines a la medianoche en el 2° Acto y se
encuentra con Éboli, confiesa su amor
por la reina “(Sei tu, sei tu, beldá
dorata”), y posteriormente, cuando desafía a su padre pidiendo por los
prisioneros de Flandes, en la prisión y en su dúo final junto a Isabel (“Ma lassú ci vedremo in un mondo
migliore”). Un digno intérprete de tan difícil rol.
La magia de Verdi descolló una vez más
sobre el escenario neoyorquino, en una obra donde las intrigas, alianzas,
traiciones y amores contrariados abundan por doquier. En este caso, mostrando
las miserias humanas en el Imperio donde
jamás se ponía el sol, en tiempos de la Santa Inquisición.
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