Excepcional versión de “EL LAGO DE
LOS CISNES” con Marianela Núñez
EL
SUTIL ENCANTO DE LA PERFECCIÓN
Martha
CORA ELISEHT
De
los tres ballets que compuso Piotr I. Tchaikovsky (1840-1893), EL LAGO DE
LOS CISNES (Lebedinoye ózero, en ruso) es el más conocido y admirado en
todo el mundo. Forma parte del repertorio universal del ballet y representa el
sueño de toda estudiante de danza de transformarse algún día en una étoile para
interpretar los roles de Odette y Odile. Y también, el elegido
por Mario Galizzi -Director del Ballet Estable del Teatro Colón- para inaugurar
la presente temporada, cuyas funciones han tenido lugar desde el martes 11 hasta
el 25 del corriente con diferentes elencos. Esta producción cuenta con la
siguiente ficha técnica: coreografía de Mario Galizzi; supervisión técnica coreográfica
de Sabrina Streiff; asistencia de dirección de Silvina Perillo -ex primera
bailarina del Colón-; escenografía de Christian Prego, iluminación de Rubén
Conde y vestuario de Aníbal Lápiz. Participó la Orquesta Estable del Colón,
dirigida por Carlos Calleja.
Quien
escribe tuvo la oportunidad de asistir a la representación de Abono nocturno el
pasado sábado 22 del corriente, con el siguiente reparto: Marianela Núñez (Odette
y Odile), Kimin Kim (Sigfrido), Alejo Cano Maldonado (Von
Rothbart), Jiva Velázquez (el Bufón), Analía Sosa Guerrero (la
Reina Madre), Omar Urraspuru (Wolfgang, el preceptor del príncipe), Sergio
Hochbaum (Maestro de Ceremonias); Camila Bocca y Ayelén Sánchez (pas
de trois del 1° Acto); Iara Fassi, Paula Cassano y Manuela Rodríguez
Echenique (Tres cisnes); Luisina Rodríguez, Stephanie Kessel, Luciana
Barreiro y Natalia Pelayo (pas de quatre y Danza de los pequeños cisnes). Los
roles de las princesas del 3° Acto fueron interpretados por Ludmila Galaverna (Húngara),
Paula Cassano (Napolitana), Laura Domingo (Española), Rocío
Agüero (Rusa) y Iara Fassi (Polaca). Se contrataron numerosos
figurantes para las escenas del palacio.
Esta
obra maestra representa una bisagra en la materia, ya que rompe con los cánones
impuestos por los denominados “compositores académicos” de ballet anteriores a
1877. En la Rusia imperial del siglo XIX era muy difícil ser compositor y mucho
más, de ballet. Por lo tanto, cuando un teatro de gran prestigio como el
Bolshoi de Moscú encargó a Tchaikovsky la composición de un ballet en calidad
de estreno en 1875, éste aceptó el desafío. Era un gran admirador de
compositores de dicho género de la talla de Léo Delibes – de hecho, se basó en
muchas partes de Sylvia y en Giselle de Adolphe Adam para los
leitmotives de El Lago de los Cisnes-. Era un profundo conocedor
de la orquesta y tan sólo con la cadencia de 8 notas en Fa sostenido menor que
compone el leitmotiv de Odette -introducido por el oboe al final
del 1° Acto- logró el tema principal sobre el cual gira la trama, basada
en el cuento alemán El velo robado de Johann Karl August Musäus. También
empleó material de varias de sus obras anteriores (su ópera Undina para
el Gran adagio del pas de deux del 2° Acto, al igual que el Valse
des fiancées del tercero y para el Entreacto del 4°, de su ópera El
Voievoda). Sin embargo, su estreno -ocurrido en Moscú en 1877- no tuvo una
buena recepción. Se decía que su música era “muy sinfónica, demasiado
ruidosa y wagneriana”, mientras que la coreografía original de Julius
Reisinger fue considerada como “poco imaginativa y memorable”, razón por
la cual no se la representó más. Pese a todo, se hicieron numerosas funciones para
las cuales, las grandes étoiles de la época le encargaron a Marius
Petipa - premier maître de los ballets imperiales de San Petersburgo- una
nueva coreografía para el pas de deux del 3° Acto. Así nació uno de los principales
tándems de la historia del ballet. Se siguió representando con algunas
variantes hasta 1890, cuando Marius Petipa y Josef Vsevolozhky decidieron realizar
una nueva coreografía con el visto bueno del propio Tchaikovsky, quien estaba
de acuerdo. Debido a su fallecimiento en 1893, no se pudo hacer hasta 1895,
bajo supervisión de su hermano Modest y con la revisión de la partitura
original por Riccardo Drigo. Si bien hubo diferencias entre la partitura original
y su correspondiente revisión, esta última resultó más apropiada para la
magistral coreografía de Lev Ivanov -segundo coreógrafo de los Ballets Imperiales
de San Petersburgo-, que fue aprobada unánimemente en 1895. El tándem Petipa-
Ivanov armó la coreografía de la siguiente manera: Petipa, los actos blancos
(2° y 4°) e Ivanov, los impares (1° y 3°). Esta versión es la que se
representa hasta la actualidad, con la revisión musical de Drigo. Sobre esta
coreografía se introdujeron numerosas variantes a cargo de prestigiosos
coreógrafos como Jack Carter, Yuri Grigorovich y el mismo Rudolf Nureyev -gran
intérprete de este clásico-, donde cada uno ha puesto su impronta sobre
el final. Mientras que en las versiones rusas la historia culmina con un final
feliz, tanto en la de Carter como en la versión de Mario Galizzi, Sigfrido cae
al lago impulsado por la fuerza maléfica de Von Rothbart y se ahoga. Al
no poder recuperar jamás nuevamente su forma humana, Odette se arroja al
lago en señal de amor y rompe el maleficio. El resto de los cisnes vuelve a
recuperar su forma humana, mientras la pareja protagónica se reúne en el cielo para
vivir un amor eterno, que permanece constante más allá de la muerte.
En
la presente versión, los cuatro actos de este clásico se resumen en dos para
permitir los cambios de escenografía y vestuario mediante un genial efecto de
iluminación de Rubén Conde. La escena se oscurece y se pasa del palacio de Sigfrido
y la Reina Madre a la noche junto al lago, donde reina Von Rothbart.
Lo mismo sucede luego del 3° Acto, donde el maléfico hechicero se da a
conocer tras el engaño, destruyendo el castillo hasta pasar al lago. Mediante
una alfombra verde que simula el oleaje desencadenado por el suicidio de Odette,
el hechicero agoniza sobre la misma y desaparece. El vestuario diseñado por
Aníbal Lápiz ha sido una franca demostración de lujo y buen gusto; sobre todo,
para las escenas en el palacio, donde tienen lugar las danzas de las princesas
invitadas y del séquito de Odile. La capa de Von Rothbart está
íntegramente realizada con plumas de colores verde y amarillo, que resalta
sobre el blanco de los cisnes.
Con
respecto de los protagonistas, ¿qué se puede decir de una étoile de los
quilates de Marianela Núñez?... Ha demostrado con creces que es la primera
bailarina del Royal Ballet de Londres. Radicada desde hace más de 25 años en
Inglaterra, su técnica es impecable, pero su interpretación de ambos roles ha
sido magistral. El público deliró en la impresionante fouette à 32 tournées del
pas de deux del 3° Acto encarando a Odile, al igual que en el Gran
pas de deux del 2° Acto como Odette, donde agitaba sus brazos como
las alas de un cisne mientras efectuaba un perfecto pas de bourée. Sus
dotes histriónicas, su plasticidad y expresividad sobre el escenario fueron
fundamentales para interpretar dos roles tan contrapuestos como Odette y
Odile: el cisne blanco, símbolo de pureza y bondad, doliente por estar
condenada a ser un cisne durante el día y sólo recuperar su forma humana por la
noche, mientras que Odile representa la belleza del cisne negro, símbolo
de la seducción y la maldad. Altiva y ambiciosa, no sólo pone distancia a Sigfrido
cuando éste quiere tomarla creyendo que se trata de Odette, sino que,
además, pide permiso a su padre -Von Rothbart- en señal de aprobación de
su maléfico juego de seducción. Una interpretación magistral de ambos roles en
compañía de un partenaire de los quilates de Kimin Kim, que
descolló no sólo por su excelente técnica, sino también por su elegancia y su
plasticidad. Sus pirouettes, solages y entrechats fueron de una
perfección absoluta y el público lo aplaudió a rabiar luego de cada una de sus
intervenciones. Por algo es el primer bailarín del Mariinsky de San Petersburgo
y lo demostró con creces sobre el escenario del Colón.
Si
bien Alejo Cano Maldonado compuso un muy buen Von Rothbart, se lo vio
algo inseguro al inicio del 2° Acto. Posteriormente, se fue afianzando y se
manifestó en toda su plenitud en las escenas de mayor tensión dramática y muy
especialmente, en el acto final. El otro gran protagonista de la noche fue Jiva
Velázquez, dando vida al Bufón con una demostración magistral de
técnica, plasticidad, expresividad y actuación. Junto a él y a Kimin Kim, tanto
Ayelén Sánchez como Camila Bocca se lucieron en las variaciones del pas de
trois del 1° Acto. La interpretación del trío de cisnes compuesto
por Paula Cassano, Iara Fassi y Manuela Rodríguez Echenique también fue muy
buena, tanto en el 2° como en el 4° Acto. Y el celebérrimo pas de quatre interpretado
por Luisina Rodríguez, Stephanie Kessel, Luciana Barreiro y Natalia Pelayo
también contribuyó al deleite del público. Asimismo, las bailarinas que
tuvieron a cargo los roles de las princesas invitadas a la fiesta de compromiso
de Sigfrido tuvieron una destacada actuación, al igual que las parejas
formadas por Edgardo Trabalón y Natacha Bernabei en las czardas y
Manuela Rodríguez Echenique junto a Pablo Marcilio en la danza española. La
disciplina y la coordinación impuestas por Mario Galizzi contribuyeron a que
las escenas de conjunto salieran perfectas. Unido esto a la magistral dirección
de Carlos Calleja al frente de la Estable, fue el broche de oro para que todo
saliera en condiciones inmejorables, ya que es un director que acopla la música
al ritmo y al tiempo del bailarín.
Una ha visto
innumerables versiones de este gran clásico, pero hay que referirse a las
representadas por artistas locales en las últimas temporadas. Sin lugar a duda,
la presente representación ha sido la mejor en mucho tiempo desde todo punto de
vista. Un excelente comienzo de temporada y una auténtica noche de Colón, donde
los protagonistas tuvieron que salir varias veces tras haberse bajado el telón
ante los insistentes aplausos y vítores del público. Algo que no se veía desde
hacía mucho tiempo tras una representación de ballet y con el valor agregado de
una compatriota como prima ballerina, que marca su nivel al inicio de la
temporada