ansmisión por streaming de “LA VIUDA ALEGRE” desde
el Metropolitan
ENTRE LA TRADICIÓN
VIENESA Y EL MUSICAL DE BROADWAY
Martha CORA ELISEHT
Durante esta semana, la temática de
las transmisiones por streaming desde
el Metropolitan Opera House de New York estuvo dedicada a las comedias. La
opereta vienesa no podía faltar dentro de este ítem y se hizo presente el
pasado miércoles 21 del corriente con “LA
VIUDA ALEGRE” (DIE LUSTIGE WITVE) de Franz Léhar (1870-1948), con
producción integral de Susan Stroman, escenografía de Julian Crouch, vestuario
de William Zuey Long, iluminación de Paul Constable y coreografía de Susan
Stroman. La dirección musical estuvo a cargo de Sir Andrew Davis, y la coral,
de Donald Palumbo, mientras que Joyce Di Donato actuó como presentadora.
La presente versión se cantó en
inglés –con adaptación de Jeremy Same- y
contó además con la participación de cantantes y actores provenientes del music hall de Broadway, que hicieron su
debut sobre el escenario del Met, tales como Kelli O’Hara (Valencienne), Alex Schrader
(Camille de Bouillon) y los
actores Carlson Elrod (Njegus). y James Simon (Maître). El elenco se completó con la
presencia de los siguientes cantantes: Renée Flemming (Hanna Glawari), Nathan Gunn (Conde
Danilo Danilowicz), Thomas Allen (Barón
Mirko Zeta), Jeff Matsey (Vicente
Cascada), Emalie Savoy (Sylvaine), Wallis
Giunta (Olga), Margaret Lattmore (Praskowia), Alexander Lewis (Raoul de Saint- Brioche), Daniel Mobbs (Kromew), Gary Simpson (Pritschitsch), Mark Schonwalter (Bogdanovitch) y el sexteto de
cantantes- bailarinas formado por Synthia Link (Lolo), Alison Mixon (Dodo), Emily
Pynenburg (Joujou), Leah Hofmann (Frou Frou), Jenny Laroche (Clodo) y Catherine Hamilton (Margot), quienes interpretaron a las
coristas (grisettes) del Maxim´s.
La más popular de las operetas de
este gran compositor austro- húngaro se estrenó en 1905 en el Theater an der Wien en Viena y tuvo un
suceso rotundo desde entonces. El libreto se basó en la comedia L’attaché d’Amassade del francés Henri
Meilhac, escrito en alemán por Victor Léon y Leo Stein. Fue llevada no sólo al
cine, sino también al ballet –que se representó en el Teatro Colón en 2018 y
que marcó la despedida de los primeros bailarines Karina Olmedo y Alejandro
Parente-. La obertura estaba ausente en su versión original y se agregó
posteriormente en 1940, en un concierto dirigido por el mismo Lehár junto a la
Filarmónica de Viena con motivo de su
70° cumpleaños.
Como buena coproducción del Metropolitan que se jacte de ser tal, la
escenografía y el vestuario no pudieron ser más espléndidos, característicos de
la época (París de principios del siglo XIX) y con ciertas reminiscencias de la
Viena imperial. Asimismo, la régisseuse Susan
Stroman montó una coreografía que
incluyó números de vals –que el ballet comienza a bailar hacia el final de la
obertura para dar marco a la historia- , danzas típicas del principado de Pontevedro –con reminiscencias de bailes
folklóricos de la Mitteleuropa- y el can- can que se baila en dos
oportunidades: en la transición del 2° al 3° Acto –donde la casa de Hanna Glawari se transforma en una
sucursal del restaurante Maxim´s- y en el 3°, a cargo de las grisettes (Lolo, Dodo, Joujou, Margot, Clodo
y Frou Frou), a las cuales se suma
Valencienne. El lujo y la suntuosidad se traslucen en los vestidos de los
principales protagonistas –frac para los caballeros y vestidos de fiesta para
las damas, ceñidos al cuerpo-. Dada su condición de viuda, la protagonista lo
hace en negro durante el 1° Acto, para pasar a un bellísimo traje regional en
rojo y dorado en el 2°, y luego, dos vestidos más: uno en dorado durante la
segunda escena del 2° Acto, para terminar con un monumental vestido blanco con
estola larga de piel en el 3°, mientras que la bella y provocativa Valencienne lo hace en tonos de rosa y
negro.
Por ser una obra donde existe
infinidad de roles secundarios, puede decirse que todos los cantantes a cargo
de los mismos tuvieron un excelente desempeño, al igual que la soprano de comedias musicales Kelli O’Hara,
quien debutó sobre el escenario del Met personificando a una graciosa, coqueta
y talentosa Valencienne No sólo posee
una voz fresca, rica en agudos y matices, sino que también derrochó gracia y
soltura sobre el escenario desde su dúo junto a Camille de Bouillon (“So kommen Sie”) y descolló en su aria junto a
las grisettes en el 3° Acto (“Ja, wir sind es, die Grisetten“). Sin embargo, no pudo decirse lo mismo de su
compañero Alez Schrader, quien tuvo un traspié al comienzo de la función en el
mencionado duetto. Posteriormente, se
fue afianzando a medida que transcurría
la obra en los siguientes números donde intervino (“Ja was – ein
trautes Zimmerlein“;”Mein Freund, Vernunft“”,” Wie eine Rosenknospe“) junto a O’Hara. A su vez, los actores Carlson Elrod y James Simon se lucieron
como el secretario Njegus y el
Maestro de Ceremonias respectivamente. Y ha sido un placer volver a apreciar a
un maduro Thomas Allen como el Barón
Mirko Zeta, donde se lució en dicho rol. Nathan Gunn es un magnífico comediante
y brilló como el Conde Danilo desde
la famosísima “O Vaterland!... Da geh’ich
zu Maxim” para olvidar sus penas. Y también se destacó en los duettos junto a Hanna en el 2° Acto (“Heia, Mädel,
aufgeschaut”) y en el celebérrimo vals (“Lippen,
schweigen!”). No obstante, el baile no es su fuerte y se notó mucho al
apreciarlo en el vals. ¿Y qué se puede decir de la
protagonista?.... Renée Flemming no sólo es una soprano lírica capaz de encarnar
roles dramáticos tan diversos como Rusalka,
Thaïs, la Condesa (“CAPRICCIO”, de Richard Strauss) o Tatiana (“EUGÉNE ONEGUIN”), sino que también demostró ser una
excelente intérprete de Hanna Glawari desde
su aparición (“Bitte, meine Herren”), pasando
por los dúos ya mencionados con Danilo y
la celebérrima Aria de Vilja en el 2°
Acto (“Ich bitte, hier jetzt zu
verwrilen”… Es lebt eine Vilja”), donde hizo gala de sus pianissimi y de sus magistrales agudos. Lo
mismo sucedió con su fraseo al final del 2° Acto.
Merece un párrafo aparte la destacada
actuación de las seis cantantes- bailarinas que interpretaron a las grisettes, ya que todas lo hicieron con
gran maestría y oficio. La dirección musical de Andrew Davis acompañó de forma
exquisita y brindó el marco apropiado para esta opereta. El Coro también se
lució en sus principales intervenciones.
Es muy conveniente que este tipo de
obras se interpreten en el lenguaje del país para que el público pueda
comprender los recitativos entre los diferentes números, aunque pierda parte de
su encanto. La opereta suena completamente diferente cuando se la interpreta en
su idioma original. No obstante, siempre es bueno incursionar en otros
géneros o descubrir talentos
provenientes de otras ramas. En este caso, del music hall de Broadway, alternando con figuras de la lírica
mundial. Una interesante experiencia y una fiesta para los sentidos.
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