lunes, 3 de noviembre de 2025

 

El Público, el Maestro Emmanuel Siffert y los miembros de la Sinfónica Nacional en pleno, ovacionan a Pilar Policano luego de su extraordinaria interpretación del Concierto para Violín y Orquesta de Tchaikovsky.  Agradecemos a Gonzalo Quintás el facilitarnos la fotografía tomada por Santiago García de la Dirección Nacional de Elencos Estables.


Sublime interpretación de Pilar Policano junto a la Sinfónica Nacional en el Palacio

Sarmiento


EL AUDITORIO NACIONAL SE RINDIÓ A SUS PIES

Martha CORA ELISEHT


Con tan sólo 17 años, la violinista argentina Pilar Magalí Policano no sólo es una

eximia intérprete, sino también uno de los tantos jóvenes talentos argentinos que están

triunfando en el exterior. Radicada en este momento en Lichtenstein, sigue

perfeccionándose y superándose continuamente para incorporar a su repertorio los

grandes conciertos que se han compuesto para dicho instrumento y retorna

periódicamente a la Argentina para actuar con los principales organismos sinfónicos del

país. Se presentó como solista la semana anterior con la Orquesta Sinfónica de San Juan

bajo la dirección de Wolfgang Wengeroth y el pasado viernes 31 de Octubre, en el

Auditorio Nacional del Palacio Domingo F. Sarmiento junto a la Orquesta Sinfónica

Nacional dirigida por Emmanuel Siffert.

El programa estuvo integrado por las siguientes obras:

- Kikimora, Op.63- Anatoly LIADOV (1855-1914)

- Concierto en Re mayor pr violín y orquesta, Op.35- Piotr I, TCHAIKOVSKY

(1840-1893)

- Escenas de ballet, op.52- Alexander GLAZUNOV (1865-1936)

Luego de la tradicional afinación de instrumentos a cargo del concertino Daniel

Robuschi, Emmanuel Siffert tomó su lugar en el podio para iniciar el concierto con la

primera de las obras. Compuesto en 1910, Kikimora es un poema sinfónico basado

sobre una leyenda de la mitología eslava. Las kikimoras son espíritus femeninos que

habitan las casas escondiéndose tras las paredes y son protectoras cuando la casa está en

orden; caso contrario, hacen ruidos, rompen la vajilla y es muy difícil poderlas sacar. Se

presentan en las pesadillas como mujeres hermosas que torturan a los hombres con sus

deseos (casualmente, en inglés, el término nightmare deriva de dicha raíz, al igual que

cauchemar en francés). La obra se inicia en tono menor en los instrumentos graves

hasta la introducción de una melodía típicamente rusa a cargo del corno inglés, que

alterna con un segundo tema a cargo de las cuerdas en trémolo, flauta y clarinete bajo.

La alternancia de estos dos temas da el clima de suspenso y misterio anteriormente

descripto hasta desembocar en un Allegro giocoso que posee reminiscencias de El

Aprendiz de Brujo, de Paul Dukas. En este caso y, merced a la gran sensibilidad del

director, se logró una versión sumamente precisa y expresiva en matices, planos sonoros

y entradas instrumentales, que fue muy aplaudida.

El célebre Concierto para violín y orquesta en Re mayor fue el único que

Tchaikovsky compuso para dicho instrumento en 1878 durante su estadía en Clarens

(Suiza), donde se encontraba trabajando en la composición de una sonata para piano

luego de sufrir una depresión como consecuencia de su fallido matrimonio con

Antonina Miliukova. Por dicho motivo, carecía de suficiente inspiración hasta que


recibió la visita de uno de sus alumnos de composición: el violinista Iósif Kotec, quien

le propuso tocar una transcripción para violín y piano de la Sinfonía Española de

Édouard Lalo (1823-1892). Tchaikovsky quedó tan fascinado con la obra, que decidió

suspender la composición de su sonata y comenzó a componer su concierto para violín

bajo asesoramiento de Kotec. Estuvo listo en tan sólo un mes y quería que el mismo

Kotec lo estrenara, pero éste no se sintió lo suficientemente seguro como para poder

hacerlo. Por dicho motivo, se lo ofreció al talentoso Leopold Auer, pero lo rechazó

considerándolo “intocable”, razón por la cual hubo que buscar otro solista. La elección

recayó finalmente en Adolf Brodsky, quien lo estrenó en 1881en Viena. No obstante, la

crítica fue adversa por falta de ensayo y por su extrema complejidad. Recién en 1888, la

obra gana popularidad merced a la memorable interpretación de Karel Haliř.

Cuando Pilar Policano hizo su presentación junto con Emmanuel Siffert antes de

tomar sus puestos sobre el escenario, el público comenzó a vitorearla y aplaudirla.

Luego de la majestuosa introducción por parte de la orquesta en el Allegro moderato

inicial, Pilar Policano sorprendió no sólo porque lo ejecutó de memoria, sino por su

notorio crecimiento profesional. Brindó una versión sublime y excelsa de este famoso

concierto merced a su impecable fraseo, con muy buena musicalidad en las cadencias y

pasajes en cascada en las notas agudas de extrema dificultad técnica en el movimiento

inicial. El acompañamiento y el diálogo por parte de la orquesta fue soberbio, mientras

que la solista se destacó por brindar un sonido netamente romántico en el 2°

movimiento (Canzonetta: Andante), muy preciso y con numerosas sutilezas, para pasar

de manera attaca súbito (sin interrupción, de golpe) al impetuoso Allegro vivacísimo

final, donde Tchaikovsky inserta una drushba como tema principal hasta la introducción

del 2° tema (Poco meno mosso), que luego crece en intensidad a medida que el solista

acelera el tiempo (Poco a poco stringendo) hasta la monumental coda final, donde hubo

un más que perfecto diálogo entre solista y orquesta. Se notó en todo momento una

perfecta correspondencia entre director y solista tan sólo con intercambiar un gesto o

una mirada. No hay que olvidar que Siffert es violinista y, por lo tanto, se encontraba

perfectamente compenetrado con la obra, además de poseer un perfecto conocimiento

sobre la misma. Un Auditorio Nacional completamente atiborrado de público la

ovacionó de pie al finalizar su interpretación. Luego de tan sostenido aplauso, la

violinista agradeció no sólo al director y a los músicos, sino que ofreció junto a la

orquesta un bis: una magnífica y bellísima versión de Oblivion de Astor Piazzolla,

donde Pilar Policano demostró ser una genial intérprete de tango. El público se puso de

pie una vez más, lo que obligó a Policano a ofrecer un bis para violín solo: Applemania,

del compositor austríaco Alexei Ibudesman -un sonido nuevo para el público local-,

donde la solista se lució una vez más haciendo gala de su maestría y dotes

interpretativas. Una nueva ovación de aplausos para coronar una velada inolvidable.

Escenas de Ballet, Op.52 de Glazunov es una suite orquestal de 7 números

compuesta en 1894 que -pese a su título- no fue prevista como obra coreográfica. Lleva

un orgánico que incluye cuerdas, arpa, piano, celesta, maderas por 3, 4 cornos, 2

trompetas, 3 trombones, tuba, abundante percusión -que incluye xilofón, bombo,

glockenspiel y otros-. Se inicia con una brillante fanfarria a cargo de los metales,

seguida por una melodía que posee ciertas reminiscencias italianas, mientras que el

segundo número abre con un glissandi en piccolo, arpa, xilofón y triángulo que logra un

sonido similar al de una caja de música, seguido por las cuerdas. El tercero es una


mazurka y el cuarto, una fuga a cargo de los cornos, madera y cuerdas en escalas

ascendentes y descendentes desarrollada magistralmente, que culmina con un final

suave. La quinta escena es un bellísimo adagio que se inicia con un tema de carácter

lírico y romántico a cargo del arpa y posteriormente desarrollado por la orquesta,

mientras que la sexta se caracteriza por una serenata a cargo de las cuerdas en pizzicato,

donde se insertan dos bellísimos solos a cargo del oboe y el corno inglés

respectivamente. La última escena es un vals de hermosa línea melódica, con amplio

vuelo en cuerdas, arpa y maderas. Finalmente, la obra cierra con el tema inicial

desarrollado de manera brillante en ritmo de polonesa/ mazurka por toda la orquesta y

culmina con la fanfarria inicial a cargo de los metales de modo brillante en la coda y

capitulación final. La versión ofrecida fue magistral, donde se lo aprecio a Emmanuel

Siffert con una entrega absoluta en cuerpo y alma en materia de interpretación y canto

interno de la orquesta, muy bien afinada, afiatada y gran lucimiento de todos los solistas

de los principales grupos de instrumentos. Una obra poco frecuentada, pero de línea

melódica exquisita para poner punto final a una noche mágica en el Auditorio Nacional.

Una vez más, la mejor orquesta sinfónica del país dio prueba de su capacidad

merced a la perfecta interacción y correspondencia entre los músicos y el director. Si a

esto se le suma una intérprete en ascenso de eximia jerarquía, se completa el equipo

ideal para ofrecer un gran concierto. En este caso, el Auditorio Nacional cayó rendido a

los pies de una pequeña gigante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario