lunes, 8 de julio de 2019


Otra excelente  interpretación de Manuel Hernández Silva al frente de la Filarmónica

OTRO FINAL BRILLANTE
Martha CORA ELISEHT

            El pasado jueves 4 del corriente se llevó a cabo el 8° concierto del Ciclo de Abono de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires en el Teatro Colón, bajo la dirección del venezolano Manuel Hernández Silva –quien a último momento debió reemplazar a Lionel Bringuier-, con la participación de la mezzosoprano irlandesa Tara Erraught como solista.
            El programa comprendió las siguientes obras: Ma Mère l’oye (Mi madre la Oca) de Marice Ravel (1875-1937), Les Niuts d’été (Las noches de verano) de Héctor Berlioz (1803-1869) y la Sinfonía n° 2 en Do mayor, Op. 61 de Robert Schumann (1810-1856).
            La obra de Maurice Ravel consiste en una suite orquestal formada por una serie de números tomados de cuentos de hadas (Pavanne de la Bélle du bois dormant(Pavana de la Bella Durmiente del Bosque), Petit Poucet (Pulgarcito), Laideronnette, impératrice des pagodes (La niña fea, Emperatriz de las pagodas), Les éntretiens de la Bélle et la bête ((los diálogos de la Bella y la Bestia) y Le Jardin Féerique (El Jardín de las Hadas). Fue compuesta originalmente para piano a cuatro manos en 1908 para los hijos del compositor Jean Godebski (Mimí y Jean), íntimo amigo de Ravel. Posteriormente, hizo una versión orquestal en 1910 –que es la que se conoce actualmente y la ofrecida en la presente versión- y un ballet con el mismo motivo, en 1912. Los exquisitos temas compuestos por Ravel remontan al mundo mágico de los cuentos de hadas mediante los recursos de escalas diatónicas -.características del impresionismo francés- y cromatismo. En el caso particular de Laideronnette, se utilizan escalas pentatónicas para simular las melodías orientales a cargo del xilofón, las maderas y la celesta. Muy buena actuación de Ana Rosa Rodríguez en flautín y de las maderas en general, destacándose el oboe –a cargo de Néstor Garrote- y el corno inglés –a cargo de Michelle Wong-. También tuvieron una destacada actuación los solistas Mariano Rey (clarinete) y Daniel La Rocca (contrafagot) en el vals de los Diálogos entre la Bella y la Bestia. Manuel Hernández Silva supo imprimir un equilibrio sonoro perfecto y una versión exquisita de las miniaturas ravelianas.
            En homenaje a los festejos por el  sesquicentenario del fallecimiento de Héctor Berlioz, la Filarmónica incluyó Les Nuits d’Été, ciclo de canciones para mezzosoprano y piano compuestas entre 1840 y 1843, sobre poemas de Théofile Gauthier. Posteriormente –con excepción de Absénce- Berlioz realiza la orquestación de la presente versión en 1843, mientras que la mencionada pieza se incorpora en 1856. El ciclo comienza con la alegría que representa la llegada de la primavera (Villaneile) y prosigue con “Le Spectre de la rose” (El espectro de la rosa), que narra la historia de un ramillete de rosas marchito que alguna vez lució sobre el pecho de una jovencita en su primer baile. Representa el corazón  del ciclo y está escrito en una melodía suntuosa, que termina en un recitativo. Prosigue con el motivo del desamor en “Sur les lagunes” y el poeta ruega el retorno de su amada en “Absence” (Ausencia), en una plegaria que refleja la frustración del amante. Continúa con una visión sobrenatural en “Au cimitière” (En el Cementerio), donde Berlioz imprime un tono misterioso a la melodía –que el cantante debe interpretar de dicha forma, pero también, de manera íntima-.Finalmente, “L’Île inconnue” (La isla desconocida) representa el lugar donde el amor durará eternamente. Si bien la orquesta brindó una muy buena interpretación desde el punto de vista musical, no puede decirse lo mismo de la solista Tara Ennaught, quien comenzó muy floja la primera de las canciones y que a medida que la obra se iba desarrollando, tuvo un mejor desempeño, pero tampoco es una voz sobresaliente (que, precisamente, es lo que se necesita para interpretar este tipo de obras). Entre los músicos de la orquesta, se destacaron las cuerdas con sordina –para brindar el efecto del claro de luna-, con un notable contrapunto de flauta y clarinete –Gabriel de Simone y Mariano Rey, respectivamente-.
            De todas las sinfonías del gran compositor alemán, la Segunda Sinfonía en Do mayor es, quizás, la menos conocida y la menos interpretada en los programas de conciertos. Fue compuesta en 1845, luego de un período difícil en la vida del compositor, como consecuencia de un colapso mental por su patología de base (esquizofrenia). Sin embargo, posee una gran belleza armónica y un sinnúmero de contrastes: sombras al inicio del 1° movimiento (Sostenuto assai- Un poco piú vivace- Allegro ma non troppo) a cargo de las cuerdas y los metales,  que se transforman en luz mediante una  melodía basada en cánones de Johann Bach en el 2° movimiento (Scherzo- Trio I, Trio  II y coda: Alegro vivace)- , donde el violín, la viola y las maderas interpretan un trío, y luego, los segundos violines, los cellos y las maderas replican el otro, en las siguiente tonalidad: Si- La- Do- Fa sostenido (B-A-C-H, en nomenclatura sajona, formando un acróstico con las notas que forman el apellido del compositor).  Este estilo de composición se traduce en una melodía luminosa, romántica, pero que a su vez, se diferencia de otros compositores del mismo período (Beethoven, Weber), donde Schumann pone su sello personal. El 3° movimiento (Adagio espressivo) es nada más ni nada menos que una transfiguración hacia el final (Allegro molto vivace), donde la Filarmónica ofreció una versión más académica que la escuchada recientemente por la Irish Chamber Orchestra dirigida por Jörg Widmann, que sonó más marcial y solemne –la de Widmann fue más romántica-. No obstante, Manuel Hernández Silva se destacó por brindar una versión muy compacta y sólida (sin dejar de ser romántica), donde marcó muy bien las entradas de los diferentes instrumentos y contagió su temperamento a los músicos. El contrapunto entre el oboe y el fagot en el Adagio del 3° movimiento fue magnífico  –a cargo de Néstor Garrote y Gertrud Stauber, respectivamente- y hubo una muy buena marcación de tempi en el Scuerzando y sostenuto del 2° movimiento. El final fue monumental, con un excelente equilibrio sonoro.
            Una vez más, quien escribe no puede dejar de manifestar su opinión al respecto: ¿no sería lógico convocar a una cantante nacional de categoría para interpretar la obra de Berlioz, en vez de una mediocre cantante internacional?... Hay gente en el país de la talla de Alejandra Malvino o Florencia Machado –sin ir más lejos- que son especialistas en este tipo de repertorio y que lo hubieran interpretado a la perfección. Y que -al igual que Hernández Silva, reemplazando a una batuta de los quilates de Lionel Bringuier- hubieran ofrecido otro final brillante. 

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