Vibrante concierto de música contemporánea a cargo
de la Sinfónica Nacional en el CCK
CADA DÍA TOCA MEJOR
Martha CORA ELISEHT
Dentro del Ciclo de Conciertos de
Música Contemporánea –organizado conjuntamente por el complejo Teatral de
Buenos Aires, bajo la dirección de Diego Fischerman y la Dirección Nacional de
Organismos Estables-, el pasado viernes 6 del corriente se llevó a cabo en la
Sala Sinfónica del Centro Cultural Kirchner (CCK) el segundo concierto de dicho
Ciclo a cargo de la Orquesta Sinfónica Nacional, bajo la dirección de Natalia
Salinas. Participaron el Coro Nacional de Jóvenes –rama femenina- y el
contratenor Flavio Olivier como solista, en un repertorio comprendido por las
siguientes obras: Orión (poema
sinfónico) de Kaija Saariaho (1952) (estreno argentino), Dream of the Song (Sueño de la Canción) de George Benjamin (1960)
(estreno argentino) y Popol Vuh: la
Creación del mundo maya, Op. 44
de Alberto Ginastera (1916-1983).
El poema sinfónico Orión fue compuesto por Saariaho en 2002
y consta de tres movimientos,
caracterizados por una línea melódica donde priman la sensualidad y el
misterio. Posee una orquestación profusa (cuerdas, maderas por 4, metales por
4, percusión, 2 arpas, piano, celesta, vibrafón, marimba, glockenspiel, timpani, órgano
y
doble juego de timbal) y se inicia con un glissandi
en arpas y percusión, con contrapunto en maderas hasta la entrada del
timbal en contrapunto con las cuerdas, que marcan el Adagio inicial. Posteriormente, la melodía es sostenida por golpes
de timbal y trompetas, que desembocan en un acorde fff por parte de la orquesta. La resolución del tutti se da mediante la trompeta
solista, en contrapunto con los glissandi
a cargo de las arpas, vibrafón y
flautín. A continuación, el doble juego de timbales marca la entrada del órgano
–estupenda actuación de Sebastián Aschenbach- para luego desembocar en otro fortissimo (fff). El segundo movimiento
se inicia con el primer tema mediante el flautín, para ser retomado por un solo
de violín –a cargo del concertino Xavier
Inchausti- y posteriormente, por el clarinete y el oboe en tono grave, mientras
las cuerdas realizan el contrapunto en tono agudo. Seguidamente, el piano
retoma el tema inicial mientras las violas y el cello solista realizan otro
contrapunto –muy buena actuación de Myriam Santucci- para finalizar este
movimiento. El tercero se inicia con un Allegro
a cargo del xilofón, al cual se le suman posteriormente el piano y las
cuerdas en contrapunto y posteriormente, toda la orquesta ejecuta otro acorde fff, con reminiscencias de otros
autores contemporáneos de la talla de Schnittke o Stravinsky, para luego
desembocar en un final pianissimo a
cargo del flautín, al cual se le unen las cuerdas mientras el vibrafón da una
nota monocorde al final de la obra. La dirección de Natalia Salinas fue
estupenda desde un principio, destacándose por su correcta marcación de los tempi y la precisión al dar las entradas
a los diferentes instrumentos.
Seguidamente tuvo lugar el estreno
local de Dance of the Song, del
compositor inglés George Benjamin. Nacido en Londres en 1960, este músico
inglés es compositor y director de orquesta y ha compuesto 3 óperas, abundante
música para orquesta y música de cámara. Dream
of the Song (El Sueño de la Canción) fue compuesta entre 2014 y 2015 sobre
textos de diferentes poetas (Solomon Ibn Gabirol, Samuel HaNagdid, Peter Cole y
Federico García Lorca), donde narra los dramas fundamentales del ser humano: la
injusticia, el dolor, el temor a la muerte y la calamidad, mediante una
pregunta retórica: ¿Sueñan las palabras? Se
logra un clima de misterio, duda y cierta sensualidad mediante la narración del
contratenor solista, un coral de voces femeninas y una orquestación reducida
(cuerdas, dos oboes, 4 cornos, dos arpas y numerosa percusión), que Natalia
Salinas supo dirigir a la perfección, dando su sello personal y marcando con
precisión absoluta las diferentes secciones de la obra. La labor del
contratenor Flavio Olivier fue estupenda, iniciando la obra con sólo vocalizar
la letra E antes de cantar su aria,
mientras el coro y las cuerdas realizan un contrapunto en agudo. El resultado
es una melodía agradable, audible y con cierto estilo minimalista –similar al
de Philip Glass- pero más elaborado. El color de voz de Olivier fue estupendo
–tanto en el registro de notas graves como en las más agudas-, al igual que su
interpretación de los textos. El Adagio central
posee un solo de oboe bellísimo, que anuncia la entrada del coro femenino con
un canon entre sopranos y contraltos
en tono menor, hasta que se acopla la orquesta en tono mayor, mientras el coro
y el contratenor sostienen la melodía junto al xilofón y el vibrafón. Hacia el
final del movimiento, la orquesta logra un magnífico efecto de llanto mediante
frotis de cuerdas en tono agudo y punteado de las mismas. Seguidamente, el
coro, la percusión y el resto de la orquesta entran conjuntamente para realizar
un contrapunto con el contratenor en un acorde fortissimo, para luego recapitular con el tema inicial. La
variación a cargo del magnífico solo de contrabajo contrasta perfectamente con
la interpretación del coro femenino, que murmura “a bocca chiusa” para desembocar en el glissandi final a cargo de las arpas, brindando un clima de
misterio para la pregunta retórica anteriormente planteada. Recibió numerosos
aplausos por parte del público y tanto Flavio Olivier como el Coro Nacional de
Jóvenes fueron largamente aplaudidos.
Para el final, se eligió como obra
de fondo el poema sinfónico Popol Vuh: la
creación del mundo maya, compuesto por Alberto Ginastera entre 1975 y 1983.
Lamentablemente, Ginastera falleció antes de concluir su obra y eso motivó a
que la obra sólo tenga 7 de los 8 números originales concebidos por el
compositor. Fue estrenada por Leonard Slatkin en 1989 en St. Louis y se
representó por primera vez en el Teatro Colón en 1996 por la Orquesta
Filarmónica de Buenos Aires, bajo la dirección de Guillermo Scarabino. No es
una obra que se interprete frecuentemente debido a su gran dificultad técnica y
a la poderosa orquestación que lleva (cuerdas, 3 flautas,2 flautines, 3 oboes,
corno inglés, 4 clarinetes (clarinete bajo y requinto), 3 fagotes (1
contrafagot), 4 cornos, 4 trompetas, 4 trombones, 2 tubas, timpani, doble juego
de timbal, tambores, tumbadoras, bongó, maracas, abundante percusión, piano,
celeste, dos arpas y cuerdas). Dura sólo 25 minutos y consta de siete números: La Noche de los Tiempos, el Nacimiento de la
Tierra, El Despertar de la Naturaleza, El Grito de la Creación, La Gran Lluvia,
La Ceremonia Mágica del Mar y El Sol,
la Luna y las Estrellas. Al igual que en la Biblia o el Gamle Edda de
los escandinavos, la cosmogonía maya también se basa en la creación del mundo y
la aparición de las fuerzas de la Naturaleza antes de la creación del hombre. Y
Ginastera lo hace de manera monumental desde el inicio de la obra (La Noche de los Tiempos), donde el
contrabajo, el contrafagot y el bombo sostienen una melodía en el registro más
grave, hasta desembocar en la entrada de los violines (en agudo) y la
percusión, que marca los dos números siguientes (El Nacimiento de la Tierra y
El Despertar de la Naturaleza), con reminiscencias de “La Noche de los Mayas” del compositor mexicano Silvestre
Revueltas, pero de forma mucho más elaborada y sensual, donde las tuba con
sordina y las arpas (en grave) brindan ese sonido que recuerda los orígenes del
mundo y los sonidos de la selva, mientras que los trombones con sordina crean
ese clima de magia y misterio. Los numerosos matices y la profusa orquestación
recrean cada uno de los números hasta llegar al final, en brillante tono mayor
(similar a La Mer, de Débussy), donde
toda la orquesta se une en un tutti
fortissimo. La directora se llevó los laureles y fue largamente aplaudida
al final del concierto.
A pesar de ser la mejor orquesta del
país y de ofrecer un repertorio amplio y variado –además de representar el
marco ideal para el estreno de numerosos compositores argentinos, razón por la
que fue creada en 1946- , la Sinfónica Nacional sigue exhibiendo el triste
cartel #Sinfónica Nacional en crisis, que
los músicos despliegan antes de iniciarse cada concierto en la Sala Sinfónica
del CCK. Una espera que las cosas tiendan a normalizarse con el próximo cambio
de autoridades gubernamentales, y que las próximas giras “no sean sólo por
Ramos Mejía”, como bien dijo anoche uno de los músicos. Y pese a todas las
dificultades, resurge de sus cenizas como el Ave Fénix. Y cada día toca
mejor.
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