Estupenda transmisión por streaming de “LA RONDINE”
desde el Metropolitan
CON AIRES DE OPERETA
PARISINA Y
TINTE VERISTA
Martha CORA ELISEHT
Los amantes de Puccini van a estar
en su salsa durante el transcurso de esta semana, ya que el Metropolitan Opera
House de New York ofrecerá una serie de transmisiones por streaming de las óperas más célebres del genio de Lucca. Y en el
día de la fecha, la Puccini Week abrió
con una de las óperas que menos se representan: LA RONDINE (LA GOLONDRINA) correspondiente a una transmisión por HD ofrecida en 2008 en coproducción con
la Opéra du Capitole de Toulouse y la Royal Opera House Covent Garden, que
contó con puesta en escena de Nicholas Joel y Stephen Barlow, escenografía de
Ezio Frigerio, vestuario de Franca Squarciarino e iluminación de Duane Schuler.
La dirección orquestal estuvo a cargo de Marco Armiliato; la coral, de Donald
Palumbo y la presentación, de Renée Flemming.
El elenco estuvo integrado por los
siguientes cantantes: Angela Gheorgiu (Magda),
Roberto Alagna (Ruggero), Lisette
Oropesa (Lisette), Marius Brenciu (Prunier), Samuel Ramey (Rambaldo), Mónica Yunis (Yvette), Allison Cambridge (Bianca), Elisabeth DeShong (Suzy), Tony Stevenson (Gobin), David Crawford (Crebillon), David Won (Périchaud), Marty Singleton (Adolf), Anne Nonnemacher (Georgette), Belinda Oswald (Gabrielle), Alexandra Newland (Lolette), Jason Hendrix (Rabonnier), Ashley Emerson (una Cantante) y Roger Andrews (un Mayordomo).
A pesar de ser una bellísima obra desde
el punto de vista musical, la misma tuvo muchas dificultades desde su
concepción. En 1913, los managers de la Ópera de Viena –Otto Eibenschutz y
Heinrich Berté- le ofrecieron a Puccini una fabulosa suma para escribir una
opereta. El autor se rehusó, ofreciéndoles en cambio una ópera cómica –al
estilo de EL CABALLERO DE LA ROSA de
Richard Strauss-. No es hasta Marzo de 1914 cuando el músico italiano recibe un
libreto en alemán escrito por Alfred Willner y Heinz Reichert denominado LA GOLONDRINA (LA RONDINE), cuya
adaptación al italiano fue realizada por Giuseppe Adami. Debido al estallido de
la Primera Guerra Mundial, Puccini no terminó la obra hasta 1916, donde
incorporó elementos de LA TRAVIATA con
DIE FLEDERMAUS (EL MURCIÉLAGO), de
Johann Strauss. Al igual que en la ópera de Verdi, la protagonista (Magda) es
una joven que lleva una vida ociosa y despreocupada merced a la protección del
rico banquero Rambaudo, pero que aún
no ha encontrado el amor. Y al igual que Alfredo,
Ruggero es un estudiante que proviene de una familia del interior y desea
conocer la noche de París. Irá a Bulliers
y vivirá un romance con Magda –quien
se hace llamar Paulette para ocultar
su verdadera identidad y que encuentra en el joven su tan ansiado amor-. Los
amantes huyen a Niza, donde viven un apasionado romance, pero las deudas se
acumulan. Por lo tanto, Ruggero escribe
a su padre solicitando dinero y permiso para casarse y recibe una carta donde
su madre le responde que dará su bendición si su amada es pura y honrada. A Magda no le queda otro remedio que
revelar su pasado, volver a París a llevar su antigua vida y dejar a Ruggero con el corazón roto. De ahí que
se la denominó irónicamente “La Traviata
de los pobres”. Y comparte con la opereta de Johann Strauss el rol de la
camarera, ya que Lisette es en LA RONDINE lo que Adele en EL MURCIÉLAGO. Ambas
utilizan las ropas de sus patronas para asistir al baile y se encuentran
disfrazadas para no ser reconocidas. Sin embargo, se puede trazar un
paralelismo entre Magda y Mussetta: ambas poseen un rico protector
y luego de unos años, Magda es una
especie de Mussetta de mediana edad,
más aplomada y asentada en la vida, que goza de un buen pasar tras haber vivido
su etapa de bohemia parisina.
Como consecuencia del estallido de
la Primera Guerra Mundial y la declaración de guerra por parte de Italia a los
Imperios Alemán y Austro- Húngaro en 1915, Puccini no concluyó su obra hasta
1916. Tampoco pudo estrenarse en Viena –tal como lo estipulaba el contrato- ,
de modo tal que no quedó otro remedio que representarla en un escenario
neutral: Mónaco. Se estrenó en 1917 en la Ópera de Monte Carlo, con la
participación de Gilda dalla Rizza y Tito Schipa en los roles protagónicos. El
suceso fue rotundo fuera de Italia y en Buenos Aires (1920), pero fue recibida
con frialdad y desprecio en Italia y otros escenarios europeos, ya que no era
una típica tragedia pucciniana, sino una “comedia lírica”, tal como la definía
su autor. Por eso no gozó de tanta popularidad como otras de sus obras, pero no
deja de poseer una música bellísima, rica en leitmotives y lirismo.
La presente versión está ambientada
en la París de 1920, donde la casa de Magda
es un elegante salón de estilo art-
déco con un piano blanco, mientras que el 2° Acto se desarrolla en un decorado
en blanco y negro que representa a Bulliers.
En el 3° Acto, el hotel que alberga a los amantes en Niza es una villa
mediterránea con mosaicos, vitrales y muebles de esterilla, con detalles de muy
buen gusto. El vestuario es típico de la época de “los años locos” y resulta muy apropiado para la ocasión, donde los
protagonistas usan trajes oscuros para una velada de gala, más informales para
el baile en Bulliers y colores claros
acorde al clima mediterráneo. Y al final, la escena se oscurece paulatinamente
a medida que ella se aleja, mientras que la iluminación se concentra en Magda y Rambaudo. Un efecto muy apropiado para un final triste.
La excelente preparación del Coro a
cargo de Donald Palumbo fue el marco perfecto para el lucimiento de los
protagonistas en el 2° Acto, donde Magda se
ve asediada por los estudiantes y en el
cuarteto final entre Magda, Rugero,
Lisette y Prunier. También brindó
una muy buena performance fuera de escena cuando todos se retiran, mientras Magda y Ruggero quedan a solas. Lo mismo sucedió con todos los roles
secundarios, pero la participación más significativa fue la del trío formado
por Mónica Yunis, Allison Cambridge y Elisabeth DeShong como Yvette, Bianca y Suzy respectivamente durante el 1° Acto. La conjunción de sus
voces fue estupenda y se puede decir lo mismo del trío formado por Tony
Stevenson, David Won y David Crawford como Gobin,
Périchaud y Crebillon respectivamente. Marco Armiliato es una autoridad en
la materia y ofreció una brillante versión de este clásico, imprimiendo a la
orquesta brillo, vuelo y el romanticismo necesarios para interpretar los
ribetes que requiere la orquestación típica de Puccini.
El tenor ligero Marius Brenciu ha
sido una revelación como Prunier ya
desde su primer aria (Chi bel sogno di
Doretta) acompañado por un espléndido solo de piano y violín. Se lució en
los dúos de amor junto a la gran Lisette Oropesa como Lisette (“Che silenzio!
Che mistero!”), al igual que en
el cuarteto de voces del 2° Acto. Y en el 3° Acto, en el diálogo con Magda (“Perche la tua vita non é questa”…). Posee
un fraseo y una línea de canto impecables, que le permitieron llegar al falsete
sin ninguna dificultad. El rol de Lisette
le sentó de perlas a Oropesa, donde hizo gala de su maestría vocal habitual
y de sus grandes dotes de soprano ligera. Lo mismo ocurrió con el bajo Samuel
Ramey, quien demostró su excelencia vocal dando vida a Rambaudo en los dos primeros actos. Y en cuanto a la pareja
protagónica, Angela Gheorgiu demostró con creces sobre el escenario del Met ser
una soprano de jerarquía. Poseedora de una voz aterciopelada, con un amplio
registro que abarca desde las notas más graves hasta las más agudas y unos matices
estupendos, fue una Magda perfecta
desde su primera aria, la más representativa y conocida de la ópera (“Chi bel sogno di Doretta”), el rondó donde la protagonista recuerda su
juventud (“Puó darsi! Ma che non si
dimenticano piú!”), su asombro y desesperación ante la noticia que le da Ruggero (“Che devo fare?”…) hasta
alcanzar su mayor dramatismo (“Nella tua
casa ió non posso entrare”). Naturalmente, el Met deliró ante cada una de
sus intervenciones, al igual que a Roberto Alagna desde su entrada (“Pariggi, citá dei desideri”) y en el
diálogo en Bulliers (“Nella dolce caressa
della danza”), al igual que en los dúos de amor y en el trágico final,
donde su histrionismo fue creciendo hasta el trágico desenlace. Una actuación
perfecta desde el punto de vista vocal y actoral, donde sus voces fueron las
ideales para una escena de honda intensidad dramática.
Es una pena que este gran clásico
pucciniano esté tanto tiempo ausente de los escenarios porteños. Desde 1990 que
no se representa en el escenario del Colón –paradójicamente, el primer
escenario donde se estrenó fuera de Europa- y hubo un intento de representarla
por parte del Ensamble Lírico Orquestal en 2019, pero fracasó. Y no porque no
se cuente con buenas voces como para poder representarla, sino todo lo contrario.
En el país hay mucho talento y recurso humano apropiado como para poder brindar
un espectáculo de jerarquía. Es una obra maravillosa, con una música exquisita,
que vale la pena escuchar detenidamente para no catalogarla tan a la ligera
como se hizo en sus orígenes.
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