martes, 22 de septiembre de 2020

 

Estupenda transmisión por streaming de “LA RONDINE” desde el Metropolitan

 

CON AIRES DE OPERETA PARISINA Y TINTE VERISTA

Martha CORA ELISEHT

 

            Los amantes de Puccini van a estar en su salsa durante el transcurso de esta semana, ya que el Metropolitan Opera House de New York ofrecerá una serie de transmisiones por streaming de las óperas más célebres del genio de Lucca. Y en el día de la fecha, la Puccini Week abrió con una de las óperas que menos se representan: LA RONDINE (LA GOLONDRINA) correspondiente a una transmisión por HD ofrecida en 2008 en coproducción con la Opéra du Capitole de Toulouse y la Royal Opera House Covent Garden, que contó con puesta en escena de Nicholas Joel y Stephen Barlow, escenografía de Ezio Frigerio, vestuario de Franca Squarciarino e iluminación de Duane Schuler. La dirección orquestal estuvo a cargo de Marco Armiliato; la coral, de Donald Palumbo y la presentación, de Renée Flemming.

            El elenco estuvo integrado por los siguientes cantantes: Angela Gheorgiu (Magda), Roberto Alagna (Ruggero), Lisette Oropesa (Lisette), Marius Brenciu (Prunier), Samuel Ramey (Rambaldo), Mónica Yunis (Yvette), Allison Cambridge (Bianca), Elisabeth DeShong (Suzy), Tony Stevenson (Gobin), David Crawford (Crebillon), David Won (Périchaud), Marty Singleton (Adolf), Anne Nonnemacher (Georgette), Belinda Oswald (Gabrielle), Alexandra Newland (Lolette), Jason Hendrix (Rabonnier), Ashley Emerson (una Cantante) y Roger Andrews (un Mayordomo).

            A pesar de ser una bellísima obra desde el punto de vista musical, la misma tuvo muchas dificultades desde su concepción. En 1913, los managers de la Ópera de Viena –Otto Eibenschutz y Heinrich Berté- le ofrecieron a Puccini una fabulosa suma para escribir una opereta. El autor se rehusó, ofreciéndoles en cambio una ópera cómica –al estilo de EL CABALLERO DE LA ROSA de Richard Strauss-. No es hasta Marzo de 1914 cuando el músico italiano recibe un libreto en alemán escrito por Alfred Willner y Heinz Reichert denominado LA GOLONDRINA (LA RONDINE), cuya adaptación al italiano fue realizada por Giuseppe Adami. Debido al estallido de la Primera Guerra Mundial, Puccini no terminó la obra hasta 1916, donde incorporó elementos de LA TRAVIATA con DIE FLEDERMAUS (EL MURCIÉLAGO), de Johann Strauss. Al igual que en la ópera de Verdi, la protagonista (Magda) es una joven que lleva una vida ociosa y despreocupada merced a la protección del rico banquero Rambaudo, pero que aún no ha encontrado el amor. Y al igual que Alfredo, Ruggero es un estudiante que proviene de una familia del interior y desea conocer la noche de París. Irá a Bulliers y vivirá un romance con Magda –quien se hace llamar Paulette para ocultar su verdadera identidad y que encuentra en el joven su tan ansiado amor-. Los amantes huyen a Niza, donde viven un apasionado romance, pero las deudas se acumulan. Por lo tanto, Ruggero escribe a su padre solicitando dinero y permiso para casarse y recibe una carta donde su madre le responde que dará su bendición si su amada es pura y honrada. A Magda no le queda otro remedio que revelar su pasado, volver a París a llevar su antigua vida y dejar a Ruggero con el corazón roto. De ahí que se la denominó irónicamente “La Traviata de los pobres”. Y comparte con la opereta de Johann Strauss el rol de la camarera, ya que Lisette es en LA RONDINE lo que Adele en EL MURCIÉLAGO. Ambas utilizan las ropas de sus patronas para asistir al baile y se encuentran disfrazadas para no ser reconocidas. Sin embargo, se puede trazar un paralelismo entre Magda y Mussetta: ambas poseen un rico protector y luego de unos años, Magda es una especie de Mussetta de mediana edad, más aplomada y asentada en la vida, que goza de un buen pasar tras haber vivido su etapa de bohemia parisina.

            Como consecuencia del estallido de la Primera Guerra Mundial y la declaración de guerra por parte de Italia a los Imperios Alemán y Austro- Húngaro en 1915, Puccini no concluyó su obra hasta 1916. Tampoco pudo estrenarse en Viena –tal como lo estipulaba el contrato- , de modo tal que no quedó otro remedio que representarla en un escenario neutral: Mónaco. Se estrenó en 1917 en la Ópera de Monte Carlo, con la participación de Gilda dalla Rizza y Tito Schipa en los roles protagónicos. El suceso fue rotundo fuera de Italia y en Buenos Aires (1920), pero fue recibida con frialdad y desprecio en Italia y otros escenarios europeos, ya que no era una típica tragedia pucciniana, sino una “comedia lírica”, tal como la definía su autor. Por eso no gozó de tanta popularidad como otras de sus obras, pero no deja de poseer una música bellísima, rica en leitmotives y lirismo.

            La presente versión está ambientada en la París de 1920, donde la casa de Magda es un elegante salón de estilo art- déco con un piano blanco, mientras que el 2° Acto se desarrolla en un decorado en blanco y negro que representa a Bulliers. En el 3° Acto, el hotel que alberga a los amantes en Niza es una villa mediterránea con mosaicos, vitrales y muebles de esterilla, con detalles de muy buen gusto. El vestuario es típico de la época de “los años locos” y resulta muy apropiado para la ocasión, donde los protagonistas usan trajes oscuros para una velada de gala, más informales para el baile en Bulliers y colores claros acorde al clima mediterráneo. Y al final, la escena se oscurece paulatinamente a medida que ella se aleja, mientras que la iluminación se concentra en Magda y Rambaudo. Un efecto muy apropiado para un final triste.

            La excelente preparación del Coro a cargo de Donald Palumbo fue el marco perfecto para el lucimiento de los protagonistas en el 2° Acto, donde Magda se ve asediada por los estudiantes y  en el cuarteto final entre Magda, Rugero, Lisette y Prunier. También brindó una muy buena performance fuera de escena cuando todos se retiran, mientras Magda y Ruggero quedan a solas. Lo mismo sucedió con todos los roles secundarios, pero la participación más significativa fue la del trío formado por Mónica Yunis, Allison Cambridge y Elisabeth DeShong como Yvette, Bianca y Suzy respectivamente durante el 1° Acto. La conjunción de sus voces fue estupenda y se puede decir lo mismo del trío formado por Tony Stevenson, David Won y David Crawford como Gobin, Périchaud y Crebillon respectivamente. Marco Armiliato es una autoridad en la materia y ofreció una brillante versión de este clásico, imprimiendo a la orquesta brillo, vuelo y el romanticismo necesarios para interpretar los ribetes que requiere la orquestación típica de Puccini.

            El tenor ligero Marius Brenciu ha sido una revelación como Prunier ya desde su primer aria (Chi bel sogno di Doretta) acompañado por un espléndido solo de piano y violín. Se lució en los dúos de amor junto a la gran Lisette Oropesa como Lisette (“Che silenzio! Che mistero!”), al igual que en el cuarteto de voces del 2° Acto. Y en el 3° Acto, en el diálogo con Magda (“Perche la tua vita non é questa”…). Posee un fraseo y una línea de canto impecables, que le permitieron llegar al falsete sin ninguna dificultad. El rol de Lisette le sentó de perlas a Oropesa, donde hizo gala de su maestría vocal habitual y de sus grandes dotes de soprano ligera. Lo mismo ocurrió con el bajo Samuel Ramey, quien demostró su excelencia vocal dando vida a Rambaudo en los dos primeros actos. Y en cuanto a la pareja protagónica, Angela Gheorgiu demostró con creces sobre el escenario del Met ser una soprano de jerarquía. Poseedora de una voz aterciopelada, con un amplio registro que abarca desde las notas más graves hasta las más agudas y unos matices estupendos, fue una Magda perfecta desde su primera aria, la más representativa y conocida de la ópera (“Chi bel sogno di Doretta”), el rondó donde la protagonista recuerda su juventud (“Puó darsi! Ma che non si dimenticano piú!”), su asombro y desesperación ante la noticia que le da Ruggero (“Che devo fare?”…) hasta alcanzar su mayor dramatismo (“Nella tua casa ió non posso entrare”). Naturalmente, el Met deliró ante cada una de sus intervenciones, al igual que a Roberto Alagna desde su entrada (“Pariggi, citá dei desideri”) y en el diálogo en Bulliers (“Nella dolce caressa della danza”), al igual que en los dúos de amor y en el trágico final, donde su histrionismo fue creciendo hasta el trágico desenlace. Una actuación perfecta desde el punto de vista vocal y actoral, donde sus voces fueron las ideales para una escena de honda intensidad dramática.

            Es una pena que este gran clásico pucciniano esté tanto tiempo ausente de los escenarios porteños. Desde 1990 que no se representa en el escenario del Colón –paradójicamente, el primer escenario donde se estrenó fuera de Europa- y hubo un intento de representarla por parte del Ensamble Lírico Orquestal en 2019, pero fracasó. Y no porque no se cuente con buenas voces como para poder representarla, sino todo lo contrario. En el país hay mucho talento y recurso humano apropiado como para poder brindar un espectáculo de jerarquía. Es una obra maravillosa, con una música exquisita, que vale la pena escuchar detenidamente para no catalogarla tan a la ligera como se hizo en sus orígenes.    

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