Espléndida representación de “RUSALKA” desde el
Metropolitan
CUANDO NO SE PUEDE SER
LO QUE NO SE ES
Martha CORA ELISEHT
Dentro de las numerosas
transmisiones por streaming ofrecidas
por el Metropolitan Opera House de New York, el pasado miércoles 18 del
corriente se ofreció una representación de “RUSALKA”
de Antonin Dvorak (1841-1904) con producción integral de Otto Schenk,
escenografía de Günther Schneider- Siemmensen, vestuario de Sylvia Strahammer,
iluminación de Gil Wechsler y coreografía de Carmen de Lavallade. La dirección
orquestal estuvo a cargo de Yannick Nézet- Séguin; la coral, de Donald Palumbo
y contó con la presentación de Susan Graham.
Esta producción data de 2014 y el
elenco estuvo compuesto por los siguientes cantantes: Renée Flemming (Rusalka), John Reylea (Vodnik, Señor de las Aguas), Dolora
Zajick (Jezibaba), Piotr Beczala (Príncipe), Emily Magee (La Princesa Extranjera), Vladimir
Chimelo (Vanek, un guardabosques), Julie
Boulianne (pinche de cocina), Alexei
Lavrov (acompañante del Príncipe) y
el trío compuesto por Dísela Larusdotir, Renée Tatum y Maya Lahtan (Ninfas del Bosque).
La más conocida de las óperas de
Dvorak fue compuesta y estrenada en el Teatro Nacional de Praga en 1901 con
libreto de Jaroslav Kvapil, quien a su vez se basó en el poema Undine de Friederich de la Motte Fouqué
y La Sirenita (Den lille Havfrue) de
Hans Christina Andersen. Según la mitología eslava, la rusalka es una figura muy antigua de los cuentos de hadas y
leyendas checas: una ninfa del agua, que habita en lagos o ríos. Kvapil terminó
de escribir su libro de cuentos en 1899 y estaba interesado en que algún
compositor ilustrara su obra con música. Cuando Dvorak terminó de leerlo, se
dedicó de lleno a componer una ópera en un lapso relativamente corto –menos de
un año- y logró una auténtica obra maestra. Las bellísimas melodías son
mayormente checas, aunque emplea la técnica del lied, el leitmotiv y las
arias, logrando efectos típicos del impresionismo, pero también, del
expresionismo. El éxito fue rotundo desde su estreno y es la más representada
de todas las óperas checas en la actualidad. Asimismo, el aria más famosa de la
misma –Canto de la Luna (Mésicku na nel
hlubokém)- fue inmortalizada por numerosas sopranos, destacándose las
interpretaciones de Lucía Popp, Gabriela Becñacová, Pilar Lorengar, Adrianne
Pieczonka y más recientemente, Ana María Martínez –quien la estrenó en el Colón
en 2017-, Kristine Opolais y Renée Flemming, quienes la popularizaron
interpretándola tanto de manera completa como en recitales. La primera
representación de RUSALKA en
Argentina tuvo lugar en el Teatro Avenida en 2015 organizada por Buenos Aires Lírica, con Daniela
Tabernig en el rol protagónico.
Para la presente función, Otto
Schenk creó una puesta en escena magistral: el lago en medio del bosque en el
1° y 3° Actos, donde predominan los tonos de verde y celeste –que se reflejan
en los vestidos de las Ninfas del Bosque,
Rusalka y Vodnik, mientras la
hechicera Jezibaba lo hace con una
blusa color verde agua y un vestido largo raído en marrón. Cuando Rusalka se transforma en humana, luce
una blusa blanca y un vestido largo color gris al encontrarse con el Príncipe, quien aparece con traje de
cazador. En la escena de Palacio en el 2° Acto, tanto el Príncipe como la Princesa
Extranjera y los integrantes del ballet lucen atuendos en rojo y bordó
–haciendo alusión a la pasión, cosa de la cual la protagonista carece porque es
una ninfa de agua-, mientras que Rusalka y
su padre lo hacen en tonos de celeste. La caracterización de todos los
personajes es excelente y aparecen figurantes vestidos de ranas e insectos
mientras Jezibaba prepara la poción
para la transformación de Rusalka (“Cury,
mury, fuk!” Abracadabra!), lo que le da un toque de misterio al aria. La
maldición y las advertencias sobre las desgracias que pueden suceder se logran
mediante efectos de iluminación (relámpagos, rayos).
La magistral dirección del
canadiense Yannick Nézet- Séguin se apreció desde la Obertura –donde figuran los numerosos leitmotives que caracterizan a los diferentes personajes-,
imprimiendo una impecable precisión a la orquesta del Metropolitan, pero al
mismo tiempo, brindando el vuelo y la musicalidad necesarias para lograr una
interpretación romántica. Esta línea
melódica se mantuvo desde el principio hasta el final, siendo sólo interrumpida
luego de las arias principales. A su vez, pese a que posee una breve
intervención, el Coro también sonó de manera compacta y homogénea en la escena
del baile en el Palacio. Y en cuanto a los intérpretes de roles secundarios,
todos han estado muy bien, aunque el trío compuesto por Dísela Larusdotir,
Renée Tatum y Maya Lahtan merece un apartado especial. Las tres voces de las Ninfas del Bosque sonaron muy bien, con
una buena compaginación entre las mismas. Derrocharon soltura y despliegue en
el escenario tratando de seducir al Señor
de las Aguas. El bajo John Reylea se destacó como un imponente Vodnik –tanto desde el punto de vista
vocal como actoral- en todas sus arias, pero descolló en el 2° Acto (“Béda! Béda! Ubohá Rusalko béda!” “¡Qué
desgracia! Pobre Rusalka!”). Lo mismo sucedió con Dolora Zajick, quien
encarnó una inolvidable Jezibaba merced
a sus soberbios matices dramáticos, que brindaron la profundidad necesaria que
requiere la interpretación de la hechicera. Y la soprano Emily Magee se lució
como la Princesa Extranjera, dispuesta
a brindar al Príncipe la pasión que Rusalka no puede ofrecerle (“Né, neni tu laská, knévivý je to cit”). También
se lució en el trío final del 2° Acto junto al Príncipe y Vodnik. Piotr
Beczala no sólo es uno de los mejores tenores de la actualidad, sino que el rol
del Príncipe le sentó de perlas. Su
poderosa voz descolló desde el encuentro con Rusalka al final del 1° Acto (“Zde
nihla se a zaje zmizla!”), preguntándose si es una criatura divina o real (“Vidimo divná, presladka”). Lo mismo
sucedió en el 3° Acto, cuando decide morir en brazos de Rusalka (“Bilá moje lani! Bilá moje lani!”), donde hizo gala de sus
magistrales agudos. Su voz se iba apagando a medida que agonizaba, en una
actuación magistral.
Renée Flemming no sólo ha sido la
principal intérprete de este rol en las últimas décadas, sino también quien
inmortalizó el célebre Canto de la Luna
(“Mésicku na nel hlubokém”). Apareció en escena iluminada por la luna –representada por el bellísimo acorde entre el arpa,
clarinete y oboe- y tras su exquisita
interpretación, el Met se vino abajo en aplausos. No sólo ofreció sus
consabidos agudos, sino que también se destacó al recuperar la voz tras el
encuentro con Vodnik en el 2° Acto,
que se manifiesta mediante una escala diatónica descendente. Si bien el aria
del 3° Acto es mucho menos conocida que el Canto
de la Luna, el Lamento de Rusalka posee
una melodía exquisita, donde la soprano hace gala del fraseo y la línea de
canto (“Neci telná vodni moci”), ya
que manifiesta su angustia de no poder ser ni ninfa ni humana, sino un espíritu de muerte (bludicka) que habita en la profundidad
del pantano. Su interpretación fue excelsa, al igual que sus dotes histriónicas
al no poder manifestar sus sentimientos por permanecer muda a fines del 1° Acto
y durante casi todo el 2°. Al terminar la obra, la ovación fue total.
Independientemente de la belleza de
la melodía y de las voces, este fantástico relato lleva implícita una moraleja:
no se puede ser ni aparentar lo que no se es. Al igual que La Sirenita, se transforma en humana para lograr el amor del
príncipe y fracasa en el intento. Con la única diferencia que en el cuento
original de Andersen, la sirenita muere y se metamorfosea en espuma de mar,
mientras que Rusalka no puede volver
a ser lo que era, pero tampoco puede morir. Deberá permanecer condenada en el
pantano. Una sensacional forma de decir una frase tan actual como: para obtener
algo, hay que sacrificar algo. Puede salir bien como también puede salir mal.
En este caso, ilustrada por la inmortal música del gran compositor checo.
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