Espectacular transmisión por streaming de “ANDREA
CHÉNIER” desde el Met
UN AMOR IMPOSIBLE EN
TIEMPOS DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA
Martha CORA ELISEHT
De todas las óperas de Umberto
Giordano (1867-1948), ANDREA CHÉNIER es
la más célebre y representada desde su estreno en la Scala de Milán en 1896,
con libreto de Luigi Illica sobre la vida del poeta francés (1761-1794), muerto
durante la Revolución Francesa a los 32 años de edad por sus escritos, contrarios
a los intereses de Robespierre durante la época del terror. Obtuvo un suceso
rotundo desde su estreno y fue representada en los principales teatros del
mundo, catapultando a la fama a su autor. Dentro de la denominada Verismo week, el Metropolitan Opera
House de New York ofreció el pasado 14 del corriente una versión por streaming que data de 1996 con puesta en
escena de Nicholas Joël, escenografía y vestuario de Hubert Moncoup,
iluminación de Duane Schuler, dirección coral de Raymond Hughes y la presencia
de James Levine en el podio.
Al igual que FEDORA, esta versión también se encuentra disponible en DVD merced
a su majestuosa puesta en escena, escenografía y vestuario de época y por un
elenco de notables, encabezado por Luciano Pavarotti (Andrea Chénier), María Guleghina (Maddalena de Coigny), Juan Pons (Carlo Gérard), Judith Christon (Condesa
de Coigny), Stephanie Blythe (Madelon),
Wendy White (Bersi), Michel
Sénéchal (El Increíble), Haijing Fu (Roucher), Paul Plishka (Mathieu), Yanni Yannissis (Fouquet- Tinville), Christopher
Schaudenbrandt (Fléville), Bernard
Fitch (El Abad), Bradley Garvin (Mayordomo), Jeffrey Wells (Dumas) y Richard Vernon (Schmidt).
Esta producción se caracterizó por una
puesta en escena que refleja perfectamente las diferencias sociales entre la
nobleza y los pobres, que llegan incluso a invadir el palacio de la Condesa de Coigny, donde la fiesta y la
vida sigue de manera despreocupada pese a las amenazas reinantes. En el 2°
Acto, la escena en la plaza está muy bien lograda gracias a una arcada que
alberga el busto dedicado a Marat –ideal de los revolucionarios- , donde el
protagonista lee las cartas que le envía Maddalena
mientras bebe un café en compañía de su amigo Roucher. Esa misma arcada se aprovecha luego –previa instalación de
gradas donde se ubica el Coro- para recrear la sala de audiencias del Tribunal
revolucionario que condena a muerte al poeta y a la aristócrata Idia Légray. Por último, una puerta
trabada por una barricada representa la prisión de Saint Lazare, a través de la cual entra la luz del amanecer y donde se proyecta la sombra de la guillotina, donde
serán conducidos los condenados a muerte. Los diferentes momentos del día se
logran mediante cambios de iluminación –muy a menudo centrada en los
protagonistas-. El magnífico vestuario de época diseñado por Hubert Moncoup usa
tonos de beige, naranja, ocre y amarillo para la nobleza con pelucas blancas y
típicos tocados de plumas para las
damas, mientras Maddalena se halla
impecablemente vestida de blanco con una sobrefalda amarilla. El Abad luce una sotana negra
–premonitorio de lo que va a suceder- y el protagonista, traje azul con levitón
al tono –color usado por los revolucionarios, ya que Chénier abrazó la causa en un principio como protesta ante la
tremenda desigualdad social de la época-. Quienes invaden el palacio usan tonos de celeste y azul con la escarapela
francesa –cosa que también hará Bersi en
el 2° Acto, definiéndose como “hija de la Revolución”- y El Increíble, un atuendo típico en verde y amarillo con el
tricornio. El resto de los hombres –incluidos Schmidt y Mathieu- con
gorros frigios. El protagonista lucirá un traje negro hasta el final de la
obra, mientras que su amigo Roucher
lo hará en marrón oscuro. Por su parte, Gérard
usa traje azul con la franja con los colores franceses y Maddalena, un sencillo vestido azul con
cuello blanco y chal negro para pasar desapercibida. Ya en el 3° Acto, los
miembros del Tribunal usan trajes azules con la franja tricolor –detalle que se
repite en las plumas de los tricornios- . Gérard,
en negro –al igual que Maddalena- y
el Coro, con vestimentas sencillas en tonos de gris. Desde ya, la
caracterización de los personajes ha sido perfecta.
El Coro de la institución sonó muy
bien, merced al gran trabajo y la preparación llevados a cabo por Raymond
Hughes, brindando el marco necesario en las escenas de conjunto (baile en el
palacio de Coigny, pueblo,
revolucionarios). De más está decir que la espléndida dirección de James Levine
hizo el resto, haciendo uso de su habitual énfasis en las escenas de mayor
intensidad dramática para que la orquesta del Met sonara con brillo y precisión
en este clásico del verismo italiano.
En una obra que presenta una gran cantidad de roles secundarios, donde todos y
cada uno de los cantantes interpretaron sus papeles perfectamente bien. Sin
embargo, hay que destacar la soberbia actuación de Stephanie Blythe como la
vieja Madelon, quien ofrece a su
nieto de 15 años ya que no tiene nada más que dar a la causa (“Lacrime e sangue dalla Francia!”… “Son la
vecchia Madelon”). Puede decirse lo mismo de Richard Vernon, quien brindó
un muy buen Schmidt (“Cittadino, vediamo!
É tarde assai!”), al igual que el
histórico Paul Plishka como Mathieu. El
bajo demostró con creces su oficio sobre el escenario en su aria (“Dummoriez traditore é giacobino”) y
asimismo, hay que destacar la voz melodiosa del bajo- barítono Haijing Fu como Roucher. Se destacó en el duetto con el poeta (“Roucher! Chénier! …Credo a una possanza”) y en su aria (“Calligafia invero femmini!”), donde se
da cuenta que su amigo está en peligro y le recomienda tener listo su pasaporte.
Lo hizo con gran profesionalidad merced a un hermoso color tonal y muy buena
técnica vocal. También tuvo una destacada actuación el tenor francés Michel
Sénéchal como El Increíble y la
mezzosoprano Wendy White –otra histórica del Met- en el rol de Bersi (“Temer?... Perché?) al coquetear
con el temible espía.
En cuanto a los roles principales,
Juan Pons dio vida a un Gérard de
antología, que hizo gala de su maestría vocal desde su primera aria (“Questo azzurro sofá”… “Per sesenta anni
mio padre a servito…”) hasta desafiar a la Condesa (“Questa librea me pesa”). Ya transformado en un personaje
respetado entre los revolucionarios, su calidad interpretativa aumentó a medida
que transcurría la obra. Luego de ser herido en el 2° Acto, aparece en el 3° (“Sano e salvo son’ió”) hasta tener en
sus manos la condena de su amigo y poeta (“Nemico
della Patria”), donde su interpretación fue excelsa hasta tal punto, que
recibió la ovación del Met al terminar el aria. La soprano rusa María Guleghina
fue una impecable Maddalena de Coigny desde
su primera aria, donde lleva una vida alegre y despreocupada en palacio,
pensando en la tortura que le implica vestirse para la fiesta (“Il
giorno intorno gia s’inserta lentamente “… “Soffoco, moro tutta chiusa”) hasta que cambia su
suerte y debe reunirse con Andrea Chénier
solicitando su ayuda (“Ecco l’altare”).
No sólo derrochó gracia y frescura en escena, sino que además, se reveló
como una magnífica soprano de coloratura dramática en el duetto de amor al final del 2° Acto, donde recibió una ovación de
aplausos. Pero su punto culminante llegó con el aria más conocida del 3° Acto (“La mamma morta”), donde recibió una nueva ovación de vítores y
aplausos. En el 4° Acto también se destacó junto a Schmidt al sobornarlo (“Il
vostro giuramento vi sovvegno”) para tomar el lugar de Idia Légray, al igual que en los dos duettos de amor finales (“Vicino a te s’acqueta”… “La nostra morte é
il trionfo dell’amor”). ¿Y qué se puede decir del gran Luciano
Pavarotti?.... Uno de los mejores Andrea
Chénier de todos los tiempos, donde hizo gala de su inmenso caudal de voz,
caracterizada por su prodigiosa musicalidad, su perfecto legato y por sus inefables matices desde la celebérrima “Colpito que m’aviete… Un día all’azzurro
spazio”, pasando por los monumentales agudos del duetto con Roucher en el
2° Acto (“Ió non amato ancor”) hasta encarar
su defensa frente al Tribunal (“Sí fui
soldato”) y escribir sus últimos versos aguardando la muerte en prisión (“Comme un bel dí di Maggio”). Sus
interpretaciones fueron sublimes y al finalizar cada una de ellas, el Met cayó
rendido a sus pies. Y formó una pareja espléndida junto a María Guleghina en
los duettos de amor.
Esta gran obra del verismo italiano
ha sido cantada por los principales tenores de todas las épocas y se transformó
en un clásico. Además, el aria principal de la soprano ha adquirido
trascendencia universal por su inclusión como segmento musical en el film PHILADELPHIA –maravillosa y electrizante
versión de La mamma morta interpretada
por María Callas-. En este caso, una versión antológica, que demuestra que el
amor entre personas de diferentes estratos sociales es posible y permanece
constante más allá de la muerte. Aún en una época signada por el terror, como
fueron los años inmediatamente
posteriores a la Revolución Francesa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario