martes, 16 de marzo de 2021

 

Espectacular transmisión por streaming de “ANDREA CHÉNIER” desde el Met

 

UN AMOR IMPOSIBLE EN TIEMPOS DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Martha CORA ELISEHT

 

            De todas las óperas de Umberto Giordano (1867-1948), ANDREA CHÉNIER es la más célebre y representada desde su estreno en la Scala de Milán en 1896, con libreto de Luigi Illica sobre la vida del poeta francés (1761-1794), muerto durante la Revolución Francesa a los 32 años de edad por sus escritos, contrarios a los intereses de Robespierre durante la época del terror. Obtuvo un suceso rotundo desde su estreno y fue representada en los principales teatros del mundo, catapultando a la fama a su autor. Dentro de la denominada Verismo week, el Metropolitan Opera House de New York ofreció el pasado 14 del corriente una versión por streaming que data de 1996 con puesta en escena de Nicholas Joël, escenografía y vestuario de Hubert Moncoup, iluminación de Duane Schuler, dirección coral de Raymond Hughes y la presencia de James Levine en el podio.

            Al igual que FEDORA, esta versión también se encuentra disponible en DVD merced a su majestuosa puesta en escena, escenografía y vestuario de época y por un elenco de notables, encabezado por Luciano Pavarotti (Andrea Chénier), María Guleghina (Maddalena de Coigny), Juan Pons (Carlo Gérard), Judith Christon (Condesa de Coigny), Stephanie Blythe (Madelon), Wendy White (Bersi), Michel Sénéchal (El Increíble), Haijing Fu (Roucher), Paul Plishka (Mathieu), Yanni Yannissis (Fouquet- Tinville), Christopher Schaudenbrandt (Fléville), Bernard Fitch (El Abad), Bradley Garvin (Mayordomo), Jeffrey Wells (Dumas) y Richard Vernon (Schmidt).

            Esta producción se caracterizó por una puesta en escena que refleja perfectamente las diferencias sociales entre la nobleza y los pobres, que llegan incluso a invadir el palacio de la Condesa de Coigny, donde la fiesta y la vida sigue de manera despreocupada pese a las amenazas reinantes. En el 2° Acto, la escena en la plaza está muy bien lograda gracias a una arcada que alberga el busto dedicado a Marat –ideal de los revolucionarios- , donde el protagonista lee las cartas que le envía Maddalena mientras bebe un café en compañía de su amigo Roucher. Esa misma arcada se aprovecha luego –previa instalación de gradas donde se ubica el Coro- para recrear la sala de audiencias del Tribunal revolucionario que condena a muerte al poeta y a la aristócrata Idia Légray. Por último, una puerta trabada por una barricada representa la prisión de Saint Lazare, a través de la cual entra la luz del amanecer y donde se proyecta la sombra de la guillotina, donde serán conducidos los condenados a muerte. Los diferentes momentos del día se logran mediante cambios de iluminación –muy a menudo centrada en los protagonistas-. El magnífico vestuario de época diseñado por Hubert Moncoup usa tonos de beige, naranja, ocre y amarillo para la nobleza con pelucas blancas y típicos tocados de plumas  para las damas, mientras Maddalena se halla impecablemente vestida de blanco con una sobrefalda amarilla. El Abad luce una sotana negra –premonitorio de lo que va a suceder- y el protagonista, traje azul con levitón al tono –color usado por los revolucionarios, ya que Chénier abrazó la causa en un principio como protesta ante la tremenda desigualdad social de la época-. Quienes invaden el palacio  usan tonos de celeste y azul con la escarapela francesa –cosa que también hará Bersi en el 2° Acto, definiéndose como “hija de la Revolución”- y El Increíble, un atuendo típico en verde y amarillo con el tricornio. El resto de los hombres –incluidos Schmidt y Mathieu- con gorros frigios. El protagonista lucirá un traje negro hasta el final de la obra, mientras que su amigo Roucher lo hará en marrón oscuro. Por su parte, Gérard usa traje azul con la franja con los colores franceses y Maddalena, un sencillo vestido azul con cuello blanco y chal negro para pasar desapercibida. Ya en el 3° Acto, los miembros del Tribunal usan trajes azules con la franja tricolor –detalle que se repite en las plumas de los tricornios- . Gérard, en negro –al igual que Maddalena- y el Coro, con vestimentas sencillas en tonos de gris. Desde ya, la caracterización de los personajes ha sido perfecta.

            El Coro de la institución sonó muy bien, merced al gran trabajo y la preparación llevados a cabo por Raymond Hughes, brindando el marco necesario en las escenas de conjunto (baile en el palacio de Coigny, pueblo, revolucionarios). De más está decir que la espléndida dirección de James Levine hizo el resto, haciendo uso de su habitual énfasis en las escenas de mayor intensidad dramática para que la orquesta del Met sonara con brillo y precisión en este clásico del verismo italiano. En una obra que presenta una gran cantidad de roles secundarios, donde todos y cada uno de los cantantes interpretaron sus papeles perfectamente bien. Sin embargo, hay que destacar la soberbia actuación de Stephanie Blythe como la vieja Madelon, quien ofrece a su nieto de 15 años ya que no tiene nada más que dar a la causa (“Lacrime e sangue dalla Francia!”… “Son la vecchia Madelon”). Puede decirse lo mismo de Richard Vernon, quien brindó un muy buen Schmidt (“Cittadino, vediamo! É tarde assai!”),  al igual que el histórico Paul Plishka como Mathieu. El bajo demostró con creces su oficio sobre el escenario en su aria (“Dummoriez traditore é giacobino”) y asimismo, hay que destacar la voz melodiosa del bajo- barítono Haijing Fu como Roucher. Se destacó en el duetto con el poeta (“Roucher! Chénier! …Credo a una possanza”) y en su aria (“Calligafia invero femmini!”), donde se da cuenta que su amigo está en peligro y le recomienda tener listo su pasaporte. Lo hizo con gran profesionalidad merced a un hermoso color tonal y muy buena técnica vocal. También tuvo una destacada actuación el tenor francés Michel Sénéchal como El Increíble y la mezzosoprano Wendy White –otra histórica del Met- en el rol de Bersi (“Temer?... Perché?) al coquetear con el temible espía.

            En cuanto a los roles principales, Juan Pons dio vida a un Gérard de antología, que hizo gala de su maestría vocal desde su primera aria (“Questo azzurro sofá”… “Per sesenta anni mio padre a servito…”) hasta desafiar a la Condesa (“Questa librea me pesa”). Ya transformado en un personaje respetado entre los revolucionarios, su calidad interpretativa aumentó a medida que transcurría la obra. Luego de ser herido en el 2° Acto, aparece en el 3° (“Sano e salvo son’ió”) hasta tener en sus manos la condena de su amigo y poeta (“Nemico della Patria”), donde su interpretación fue excelsa hasta tal punto, que recibió la ovación del Met al terminar el aria. La soprano rusa María Guleghina fue una impecable Maddalena de Coigny desde su primera aria, donde lleva una vida alegre y despreocupada en palacio, pensando en la tortura que le implica vestirse para la fiesta  (“Il giorno intorno gia s’inserta lentamente “… “Soffoco, moro tutta chiusa”) hasta que cambia su suerte y debe reunirse con Andrea Chénier solicitando su ayuda (“Ecco l’altare”). No sólo derrochó gracia y frescura en escena, sino que además, se reveló como una magnífica soprano de coloratura dramática en el duetto de amor al final del 2° Acto, donde recibió una ovación de aplausos. Pero su punto culminante llegó con el aria más conocida  del 3° Acto (“La mamma morta”), donde recibió una nueva ovación de vítores y aplausos. En el 4° Acto también se destacó junto a Schmidt al sobornarlo (“Il vostro giuramento vi sovvegno”) para tomar el lugar de Idia Légray, al igual que en los dos duettos de amor finales (“Vicino a te s’acqueta”… “La nostra morte é il trionfo dell’amor”). ¿Y qué se puede decir del gran Luciano Pavarotti?.... Uno de los mejores Andrea Chénier de todos los tiempos, donde hizo gala de su inmenso caudal de voz, caracterizada por su prodigiosa musicalidad, su perfecto legato y por sus inefables matices desde la celebérrima “Colpito que m’aviete… Un día all’azzurro spazio”, pasando por los monumentales agudos del duetto con Roucher en el 2° Acto (“Ió non amato ancor”) hasta encarar su defensa frente al Tribunal (“Sí fui soldato”) y escribir sus últimos versos aguardando la muerte en prisión (“Comme un bel dí di Maggio”). Sus interpretaciones fueron sublimes y al finalizar cada una de ellas, el Met cayó rendido a sus pies. Y formó una pareja espléndida junto a María Guleghina en los duettos de amor.

            Esta gran obra del verismo italiano ha sido cantada por los principales tenores de todas las épocas y se transformó en un clásico. Además, el aria principal de la soprano ha adquirido trascendencia universal por su inclusión como segmento musical en el film PHILADELPHIA –maravillosa y electrizante versión de La mamma morta interpretada por María Callas-. En este caso, una versión antológica, que demuestra que el amor entre personas de diferentes estratos sociales es posible y permanece constante más allá de la muerte. Aún en una época signada por el terror, como fueron los  años inmediatamente posteriores a la Revolución Francesa.

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