Muy buena versión de “GISELLE” por el Ballet Contemporáneo de Jorge Amarante
CÓMO TRANSFORMAR UN
CLÁSICO Y NO MORIR EN EL INTENTO
Martha CORA ELISEHT
GISELLE
es un ballet clásico/ romántico por excelencia, donde la protagonista no
sólo debe poseer una técnica impecable y pulida para interpretar la clásica
coreografía ideada por Jules Perrot y Jean Coralli –modificada posteriormente
por Maruis Petipa- con música de Adolphe Adam (1803-1856), sino también grandes dotes histriónicas para
componer los diversos estados de ánimo de este rol, que figura en el repertorio
de toda prima ballerina o étoile que se jacte de ser tal en
cualquier parte del mundo. Resulta un tanto difícil imaginar este gran clásico
en versión de danza contemporánea. No obstante, Jorge Amarante lo hizo y lo
demostró el pasado sábado 6 del corriente en el Teatro El Nacional al frente de
la Compañía de Danza Contemporánea que lleva su nombre, con coreografía propia y
producción general de Karina Battilana, vestuario del mismo Amarante –cuya
realización estuvo a cargo de Stella Maris López- e iluminación de Martín
Rebello.
El elenco estuvo formado por los
siguientes bailarines: Sofía Menteguiaga (Giselle),
Facundo Luqui (Albrecht), Tomás
Carrillo (Hilarión), Analía Sosa
Guerrero (Madre), Ludmila Galaverna (Berthilde), Iara Fassi (Myrtha, Reina de las Willis), María
Eugenia Pommorsky, Lorena Sabena, Marcone
Fonseca, Nicolás Scianca (amigos de
Giselle), Federico Cáceres Iglesias, Gastón Bongiovanni (acompañantes de Berthilde), Sofía
Sciaratta, Ingrid Molea, Agostina Sturla, Guadalupe Ojeda Chaparro, María
Eugenia Pommorsky y Lorena Sabena (Willis).
La presente versión contó con el
apoyo de PRODANZA, la Fundación Julio Bocca y el Gobierno de la Ciudad de
Buenos Aires y se trató de un estreno mundial. Si bien su argumento no difiere
básicamente del original, hay algunas variantes. Por empezar, Giselle no es una joven de salud
delicada y frágil, sino una mujer de firmes convicciones religiosas que quiere
progresar en la vida. En vez de ser hija de una posadera, es de la líder
espiritual de la aldea, que piensa que su hija tendrá una vida larga y dichosa.
Sin embargo, su manera de ser no la protege de engaños o mentiras y tendrá su
desenlace fatal cuando descubre que su amado Albrecht no es quien dice
ser. Para colmo de males, su prometida Berthilde
se encuentra esperando un hijo suyo. Esto desencadena la locura de la
protagonista, quien le quita el puñal a Hilarión
y se suicida. En el 2° Acto, es su madre quien se encarga de buscar a su
hija en el más allá y colocar sal en su tumba para que no caiga en manos de las
Willis, ya que no pudo ser sepultada
en el camposanto por haberse suicidado. Giselle
permanece en una especie de limbo hasta ser aceptada definitivamente en el
reino de las Willis, brindando a su
amado Albrecht el aliento necesario
para que sobreviva hasta la llegada del alba, que marca la desaparición de los
espectros.
Por razones de público conocimiento, se empleó
cinta magnetofónica y las escenas de conjunto se hicieron con un plantel
reducido (entre 6 a 8 bailarines). Se interpretaron los principales números
durante los 80 minutos que duró el espectáculo. La escenografía y el vestuario
fueron sumamente sencillos, donde predominaron los vestidos de colores vivaces
durante el 1° Acto para Giselle, Hilarión
y sus amigos –se reservó el negro para los miembros de la corte y la madre
de Giselle- y el blanco y negro en el
2° Acto –al igual que en la versión
original-. Las Willis lucieron
vestidos vaporosos de tul blanco sobre malla del mismo color –lo que las hacía
aún más fantasmagóricas sobre fondo negro-. Los aldeanos vistieron remeras de
colores y bermudas y todos usaron zapatillas color piel por razones de
protocolo sanitario, que simularon los pies descalzos –elemento fundamental en
danza contemporánea-. Sólo aquellos vestidos de negro usaron zapatillas del
mismo color.
La coreografía diseñada por Jorge
Amarante respetó la concepción original de la obra, logrando muy buen clima y
respetando los sentimientos de los protagonistas usando los elementos
característicos de la danza contemporánea (contracción, relajación, giros,
elongaciones y figuras en espejo).. E hizo que el rol de Berthilde adquiriera un muy merecido e inusual protagonismo. Una
bailarina de los quilates de Ludmila Galaverna se impuso en escena y compartió
sus sentimientos con Giselle y Albrecht, encarnados magistralmente por
Sofía Menteguiaga y Facundo Luqui. La pareja protagónica se destacó por su
plasticidad, expresión corporal, técnica y una conexión especial entre ambos;
sobre todo, en las escenas donde Albrecht
quiere atrapar el espectro de Giselle,
hasta que finalmente lo logra. El efecto de imágenes en espejo estuvo muy
bien logrado, al igual que la elevación de la protagonista para proteger a su
amado de la maléfica venganza de Myrtha. Iara
Fassi supo desempeñar este último rol con una jerarquía interpretativa digna de
una gran étoile y se retiró sumamente
aplaudida al final de la función. Por su parte, Tomás Carrillo dio vida a un
muy buen Hilarión, mientras que las
escenas de conjunto estuvieron muy bien logradas a cargo de la compañía. Los
aplausos se sintieron al final del espectáculo y el director recibió numerosos
vítores.
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