miércoles, 6 de marzo de 2019

ra del Ciclo de Abono de la Filarmónica con algunos altibajos en el Colón BUEN COMIENZO, AUNQUE ALGO ESTREPITOSO Martha CORA ELISEHT El pasado jueves 28 de febrero dio comienzo al Ciclo de Abono 2019 de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires en el Teatro Colón, en una sala prácticamente colmada de público. Bajo la dirección de su titular- Enrique Arturo Diemecke-, el concierto inaugural comprendió las siguientes obras: el Concierto n° 1 en Si bemol mayor para piano y orquesta, Op, 23, de Piotr I. Tchaikowsky (1840-1893 y la Suite de la ópera “El Príncipe Igor”, de Alexander Borodin (1833-1887), con la participación del pianista ucraniano Alexander Romanovsky, la soprano Jacquelina Livieri y el Coro Estable del Teatro colón, dirigido por Miguel ángel Martínez. Haciendo uso de sus habituales alocuciones al público- a juicio de esta cronista, totalmente innecesarias- el maestro Diemecke dio la bienvenida al Ciclo, realizó breves comentarios sobre la célebre obra de Tchaikowsky y presentó al solista, quien resultó una auténtica revelación. Alto, esbelto, dueño de una memoria prodigiosa y de una pulsación y digitación impecables, sorprendió al público desde los primeros pasajes del concierto, logrando un equilibrio perfecto entre los forti, titti y pianissimi de la obra en cuestión. Ejecutó los arpegios, trinos, ostinati y cantábile con una solemnidad y majestuosidad absoluta, logrando un excelente diálogo tanto con la orquesta como con lols solos de los diferentes grupos de instrumentos. . Muy buenas las actuaciones de Néstor Garrote en oboe, Gabriel De Simone en flauta, Mariano Rey en clarinete, Gertrud Stauber en fagot, Mertcho Mavrov en corno y Fwrnando Ciancio en trompeta. El equilibrio sonoro e instrumental fue perfecto y logró una aprobación unánime por parte del público; sobre todo, si se tiene en cuenta que, precisamente por ser tan celebérrimo, cualquier error que se cometa tanto por parte del solista como por la orquesta se nota. De las numerosas versiones que una escuchó este concierto en el Colón a lo largo del tiempo, se rescatan muy pocas versiones de excelencia (la más reciente, la ofrecida por Beatrice Rana y la Orquesta en 2017, bajo la magistral dirección de Antonio Pappano). Como no podía ser de otra manera, Romanovsky ejecutó un bis: el Vocalise de Alexander Liadov- eximio compositor ruso, poco frecuente en nuestro medio- y se ganó una nueva ovación por parte del numeroso público presente. Previamente a la ejecución de la segunda obra, Diemecke hizo referencia a la muerte del compositor André Previn, fallecido ese mismo día a los 89 años de edad. Aprovechó la oportunidad para realizar sus consabidos comentarios, tras los cuales, dio inicio a la Suite de “El Príncipe Igor” (compuesta por Borodin en 1869 y orquestada por Rimsky- Korsakov y Glazunov, tras la muerte del compositor en 1887, sin haberla concluido). Comprende los siguientes números: Obertura, Marcha, Coro de las Esclavas Polovtsianas y las celebérrimas Danzas Polovtsianas, cantadas y danzadas por los jóvenes de dicha nacionalidad en el campamento del Khan Kontchak, en homenaje a Igor y su hijo Vladimir, quienes cayeron prisioneros del Khan en su intento por liberar a Rusia- . En la presente versión, los dos primeros números de la mencionada Suite estuvieron correctamente ejecutados, al igual que el solo de la soprano Jacquelina Livieri en el rol de Kontchakovna – hija del Khan Kontchak, quien está enamorada de Vladimir- , acompañada por las voces femeninas del coro. Pero al ejecutar la Canción de las Esclavas, sorprendió escuchar al coro un tanto disgregado y muy inseguro en la entrada. Posteriormente, se fue afianzando con el contrapunto de las mezzosopranos y contraltos. Y, dentro de las célebres Danzas Polovtsianas, hubo un exceso por parte de la percusión en la alabanza al Khan, marcada por los golpes de bombo (muy tirante el parche de dicho instrumento a los oídos de quien escribe), que fue corregido a posteriori. No obstante, se logró un buen equilibrio vocal e instrumental; sobre todo, en el contrapunto entre el Allegro frenético de la Danza de los guerreros polovtsianos, contrastante con el Coro y danza de las Esclavas – notable y destacable los solos de los diferentes instrumentistas-, que se mantuvo hasta el final. Si bien el concierto logró aceptación por parte del público, hubiera sido bueno ofrecer un programa no tan trillado, incorporando obras quizás menos conocidas, pero igualmente bellas. O se hubiera aprovechado la presencia de un pianista de los quilates de Alexander Romanovsky para ofrecer otros conciertos para piano y orquesta de compositores rusos, no tan conocidos (ej.: Scriabin, Glière, o inclusive, el 2° y 3° Concierto para piano y orquesta del mismo Tchaikowsky). Una espera que se desarrolle un programa más variado y no se caiga en la rutina de escuchar las mismas obras todos los años

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