Filarmónica en
triunfazo nacional…
Por Jaime Torres Gómez
El
segundo programa filarmónico de la actual
temporada del Municipal de Santiago
en pandemia, constituyó la más
atrevida apuesta programática del año.
Lo
anterior, conforme el perfil histórico de obras que han conformado las temporadas de la Filarmónica de Santiago, donde
tímidamente se han ofrecido repertorios, llámese, “alternativos”…, ante una demanda de un mayoritario público muy convencional
que suele asistir al Municipal. En
este contexto, laudable haber considerado obras de compositores chilenos en todos los programas, máxime en las actuales circunstancias, donde el foco por
recuperar y ampliar las audiencias es condición sine qua non para la proyección
artística de un reconocido organismo como es la Orquesta Filarmónica de Santiago.
Con
un inteligente criterio de incluir dos obras genuinamente románticas, y como “gancho”
el famoso Concierto para Violín de P.I. Tchaikovsky, éste sirvió para
congregar a una importante cantidad de público, y a la vez “subvencionando” a la notable Sinfonía
Romántica del ilustre compositor nacional Enrique Soro.
Abriendo
con el Concierto de Tchaikovsky, y fungiendo de solista uno
de los concertinos de la Filarmónica, el ruso Alexander Abukhovic, permitió
nuevamente aquilatar el espléndido estado de la agrupación, en esta oportunidad
magníficamente dirigida por su Director
Residente, Pedro-Pablo Prudencio,
quien ha debido trabajar periódicamente con la orquesta a lo largo de toda una impresentable ausencia de quien, se
supone, es su Director Titular…
Conforme
lo presenciado (primera función), no obstante el talento y buena formación de Abukhovic, plasmado en un cálido sonido,
calibrada afinación y proyección sonora, el resultado fue sinuoso,
especialmente su lectura del primer
movimiento, con ideas musicalmente divagatorias, abusando de los ritardandi, y a ratos con súbitos y
descontextualizados cambios de tempi,
siendo una labor titánica para el maestro
concertador poder “perseguir” al solista. Felizmente, en los movimientos
restantes hubo debida coherencia del solista
más buen ajuste con la batuta y sus colegas filarmónicos,
especialmente en el segundo movimiento.
Y
como gran segunda parte, la extraordinaria Sinfonía Romántica de Enrique
Soro, la primera (y más emblemática) sinfonía compuesta por un compositor
chileno. Y haberla ofrecido en la misma sala que fuera estrenada hace justo
80 años, además de su debut con la Filarmónica,
sin duda fue un hito en sí mismo.
El
aporte de Soro
a la literatura musical del país es definitivo. Con una sólida formación
perfeccionada en Italia, asimiló lo mejor de la tradición musical europea,
adscribiendo estéticamente a un post
romanticismo de diversas fuentes, aunque también incorporando recursos de
mayor modernismo. De allí que su
música tuvo entusiasta recepción en selectas audiencias europeas y
norteamericanas. Gran cultor de la claridad formal, más su fino y natural
sentido de lo melódico, unido a una cautivante efectividad expresiva, hacen de
su música una experiencia única.
La Sinfonía
Romántica conjuga estos elementos en amplios
desarrollos temáticos, generosa eufonía, riquísima armonía y acabado oficio de
orquestación. Con atisbos estilísticos de C.
Franck, E. Chausson, V. D`Indy, hasta G.
Puccini y algo de R. Wagner, estéticamente
Soro fusiona dichas influencias,
logrando un producto de gran factura que amerita mayor difusión internacional.
La versión firmada por Pedro-Pablo Prudencio, autorizadísima
y del mayor compromiso, obteniendo de sus músicos una respuesta de completo
ajuste grupal. Enjundiosa exposición de la vena melódica como un notable manejo
de las transiciones temáticas y progresiones expresivas, brindándole completa
unidad interna (magnífico manejo de la coda
en el último movimiento), amén de un soberbio tratamiento de las transparencias
y balances. La respuesta del público, en justicia, contundente y al umbral del
paroxismo…
En definitiva, un inapelable “triunfazo nacional”…
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