Créditos. Prensa Teatro Colón, fotografía del Maestro Arnaldo Colombaroli
Muy buena reposición de “LA CIUDAD AUSENTE” en Colón Contemporáneo
AUSENCIA Y SOLEDAD, UN COMÚN DENOMINADOR
Martha CORA ELISEHT
Con motivo de cumplirse el 10° aniversario de la desaparición física de Gerardo
Gandini (1936- 2013), el Teatro Colón decidió homenajearlo con una de sus óperas: LA
CIUDAD AUSENTE que, a su vez, marcó el fin del ciclo Colón Contemporáneo y cuyas
representaciones tendrán lugar entre los días 5 al 7 del corriente, con escenografía de
Carles Berga, dirección de escena de Valentina Carrasco, vestuario de Luciana Gutman
e iluminación de Peter Van Praet. A su vez, esta producción cuenta con los siguientes
asistentes: Diego Censabella en dirección musical, Lorenzo Nencini, en dirección de
escena; Martina Nosetto, en vestuario y Mercedes Camejo, en escenografía.
La dirección musical está a cargo de Christian Baldini al frente de la Orquesta
Estable del Colón, con participación del siguiente reparto: Oriana Favaro (Elena),
Sebastián Sorrarain (Macedonio), Gustavo Gibert (Ingeniero Russo), Alejandro Spies
(Junior), Andrés Cofré (Fuyita), Mairín Rodríguez (Ana), María Castillo de Lima
(Lucía Joyce), Constanza Díaz Falú (la Mujer Pájaro), Mariano Fernández Bautista
(Hombre Viejo), Iván Maier (Estudiante de Música), Santiago Martínez (Doctor Jung),
Verónica Cano (Enfermera), Darío Leoncini (Ayudante) y el conjunto de 6 sopranos
integrado por Laura Polverini, Analía Sánchez, Natacha Nocetti, Izumi Ishigaki, Selene
Lara Iervasi y Cintia Velázquez. También participó un elenco de figurantes encabezado
por Pablo Giles Pereyra, bajo la coordinación de María Eugenia López.
Publicada en 1992, la novela LA CIUDAD AUSENTE de Ricardo Piglia es un
relato basado en una idea crítica sobre otra novela: Museo de la novela de la Eterna, de
Macedonio Fernández (1874-1952), donde su autor “no trató de producir una réplica
del hombre, sino una máquina de producir réplicas” según palabras textuales de Piglia.
En ausencia de la mujer amada (Elena de Obieta), su alma se transforma en objeto de
representación y éste, a su vez, dará origen a la réplica. Pero a diferencia de la novela de
Piglia, la ópera de Gandini no es una pieza musical basada en la obra homónima, sino
que se trata de dos objetos diferentes. En el caso particular de LA CIUDAD AUSENTE
y, a modo de palíndromo, Gandini comienza y termina el relato con dos variables en
común: la ausencia de la persona amada (Elena), cuya alma -atrapada en una máquina-
se encuentra en soledad, que es la otra variable mencionada y, además, el motivo con el
cual la ópera comienza y termina. Los diferentes personajes femeninos que aparecen en
la recorrida que el periodista Junior realiza por el museo en compañía del guardián
Fuyita – la Mujer Pájaro, la cantante lírica Lucía Joyce y el coro formado por 6
sopranos- representan diferentes facetas de Elena, al igual que la ausencia y soledad a
las que su alma se ve sometida. Un círculo brillante con forma de luz dicroica simboliza
su alma, atrapada e inmortalizada dentro de una máquina a la cual, nadie puede acceder
y aguarda desesperadamente que alguien acuda a su rescate. Sólo el periodista Junior -
quien se encuentra escribiendo un artículo de investigación sobre el tema, pese a las
recomendaciones de su amiga Ana y de Fuyita de no seguir profundizando en ello- se
atreverá y perecerá en el intento.
El estreno de LA CIUDAD AUSENTE tuvo lugar en el Teatro Colón en 1995 y,
posteriormente, se representó en el Teatro Argentino de La Plata en 2011. Ésta es la
tercera vez que la ópera de Gandini se vuelve a ofrecer en menos de tres décadas y
posee un lenguaje musical tonal, con atisbos de atonalidad y numerosos contrapuntos
entre las diferentes secciones de instrumentos, al igual que magníficos glissandi en el
dúo de pianos alternando con la percusión, metales y cuerdas. Asimismo, cuenta con
numerosos inserts de música de diferentes épocas. Para el cuadro de la Mujer Pájaro,
Gandini apela al clasicismo mozartiano; para la escena de amor entre Macedonio y
Elena, a los grandes dúos de ópera del siglo XIX y, en el caso de Lucía Joyce, alterna
parte de LA TRAVIATA con Finnegan’s Wake. En otros pasajes, también se aprecian
reminiscencias del expresionismo de Alban Berg con ribetes de La Consagración de la
Primavera de Stravinsky. Por dicho motivo, no es fácil de dirigir ni de representar. No
pareció ser un obstáculo para Christian Baldini, cuya dirección fue magnífica desde el
inicio hasta el final. Supo conducir perfectamente a la Orquesta Estable con brillo y
enjundia, al igual que al elenco de cantantes. La selección de las voces no pudo haber
sido mejor, ya que el nivel de canto e interpretación han sido excelentes. Es una obra
donde todos son protagonistas -pese a la mayor preponderancia de las voces femeninas-
y no existen los roles coprimarios. Por lo tanto, sería muy injusto destacar la labor de un
cantante por sobre otro, ya que todos estuvieron espléndidos.
Si bien la puesta en escena estuvo acorde al título de la obra, no necesariamente
tenía que tratarse de una ciudad en ruinas. En declaraciones ofrecidas a un medio de
prensa, Valentina Carrasco dijo que …”se trataba de una búsqueda en forma de capas,
como si fueran estratos arqueológicos”. No es necesario montar una escenografía a
base de bolsas de residuos negras hechas añicos, simulando escoria y restos de
máquinas, bicicletas, hierros retorcidos y oxidados para representar la ausencia. Sí
estuvieron muy correctas la iluminación y los efectos de video simulando una nebulosa
al inicio y final de la obra, con la enorme luz dicroica mencionada anteriormente en
alusión a la máquina, al igual que el uso del escenario giratorio para los cambios de
escena. Ahora bien: ¿por qué el interior de la galería de un museo tenía que estar en
ruinas?... ¿Y por qué el bar de Ana tenía que ser un auto?... Tampoco se entendía qué rol
cumplía el figurante -caracterizado como un astronauta en vez de un arqueólogo- en
medio de semejante nivel de destrucción. El estilo de Valentina Carrasco continúa
siendo el mismo: pobre y carente de recursos. Lo demostró hace años atrás en Colón
Ring y persiste en la misma tesitura. Una ya está saturada de ver puestas de escena
mersas, pedorras y carentes de imaginación, indignas de un escenario como el del
Colón.
De no ser por este detalle, la presente reposición ha sido muy buena desde el
punto de vista musical, actoral y vocal. Un merecido homenaje al creador del Centro de
Experimentación del Colón (CETC) y a uno de los músicos más brillantes que ha dado
la Argentina. Es un placer contar con títulos nacionales dentro de una temporada lírica
y, en este caso, un perfecto cierre de Colón Contemporáneo.
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