Sinfónica en triunfales Quintas…
Por Jaime Torres Gómez
La actual coyuntura sanitaria ha permitido volver a los estándares ex
ante pandemiales en la oferta de espectáculos, aunque aún con dificultades en
casos puntuales.
Así, del todo encomiable el anuncio de la Sinfónica Nacional con el retorno de
la histórica venta de abonos de su programación anual, a diferencia de
la incertidumbre en los años críticos de la pandemia, con anuncios
parciales bimensuales, no obstante la continuidad de actividades en casi toda la
emergencia sanitaria.
En el ámbito de su proyección internacional, se celebra en los últimos dos años la
gradual llegada de artistas con reconocida trayectoria, como los directores
Maximiano Valdés, Francisco Rettig, Rodolfo Fischer, Carlos Vieu, Ligia Amadio,
Yeny Delgado, José María Moreno y otros, asimismo los talentosos directores
nacionales residentes como Alejandra Urrutia, Pablo Carrasco y Christian
Lorca. Lo mismo en solistas relevantes como Pacho Flores, Sergio Tiempo,
Armands Abols, Iñaki Alberdi, Arta Arnicane, Freddy Varela, Néstor Garrote y Amid
Peled.
El inicio de la actual temporada de abono ha contemplado un interesante ciclo de
diversas Quintas Sinfonías, dirigidas en su mayoría por el solvente titular
sinfónico, Rodolfo Saglimbeni, destacándose el rescate de algunas “Quintas”
largamente postergadas, como la Quinta Sinfonía de Jean Sibelius o la Sinfonía
N° 5 “La Reforma”, de Felix Mendelssohn. A la vez, conforme las
actuales dificultades económicas…, plausible ha sido la llegada de
excelentes solistas internacionales entre marzo y abril, dando cuenta de un real
esfuerzo por retomar la presencia internacional histórica.
Las tres primeras jornadas, a cargo de Saglimbeni, consultaron
las Quintas de Beethoven, Sibelius y Mendelssohn, las que tuvieron
extraordinarias interpretaciones y en algunos casos con visos de antología,
reflejando el notable trabajo del maestro titular en calidad de sonido y ensamble.
A la vez, estos programas han sido un “barómetro” en las preferencias del público,
reflejado en demandas variables según lo más y menos
conocido, advirtiéndose la directa condicionante de las “finanzas domésticas”
(propias de marzo).
Es el caso de la inteligente estrategia de disponer en el primer (y motivador)
programa un binomio beethoveniano con el Concierto N°
5 “Emperador” para Piano junto a la siempre bienvenida Quinta Sinfonía, con
el plus de haber contado con un solista de clase mundial como Peter Donohoe,
largamente ausente, y a la vez debutante en la Sinfónica. Con una asistencia que
colmó el Teatro de la Universidad de Chile, tal como se esperaba, se trató de una
presentación de altos estándares artísticos, signada de una irrefutable autoridad
de cátedra de Donohoe (exacta digitación, delicado toucher y gran manejo de los
contrastes) más un escrupuloso trabajo global de Saglimbeni con la orquesta. Y a
su vez, gran versión de la Quinta Sinfonía (ya presenciada en varias
oportunidades a Saglimbeni, y siempre con deslumbrantes resultados), como al
inicio una atrapante versión de la Danza Fantástica, del emblemático compositor
nacional Enrique Soro (septuagésimo aniversario de su muerte), con neurálgico
pulso y eufónica sonoridad.
A la semana siguiente, y lamentablemente con una considerable merma de
público, se ofreció el Concierto N° 5 “El Turco” para Violín de W.A. Mozart junto
a la Sinfonía N° 5 de Jean Sibelius -esta última,
inexplicable e irresponsablemente, ausente desde 1996 por estas latitudes…-,
constituyendo uno de los mayores atractivos del año musical. Si bien era
esperable una buena asistencia ante el equilibrio del programa, amén de la
popularidad de los compositores, quizás obedeció a la variada oferta de conciertos
en Santiago (muchos gratis), ante lo cual ameritaría reformular la estrategia
programática para el mes de marzo.
Contándose con la joven violinista Elinor D´ Mellon (debutante en Chile), y
poseedora de una alabada técnica (formidable afinación y proyección de sonido),
empero, su abordaje estuvo mayoritariamente fuera de estilo,
con tempi aletargados y en general pesante. Saglimbeni, con cabal psicología,
acompañó sin tropiezos a la solista invitada, a quien sería interesante verla en
repertorio romántico y contemporáneo. Y en la Quinta sibeliana, autorizada y
triunfal versión del titular sinfónico. Con un enfoque de acertada limpidez (libre de
almibaramientos) y celebrada reciedumbre, sus fortalezas se dieron con notables
(y empáticas) adopciones de tempi más un soberbio manejo en tensión-distención-
expansión, de idiomática inmanencia discursiva.
Y la tercera jornada de la serie de las “Quintas”, contempló sólo dos obras de corta
duración (siendo prudente haber dispuesto alguna tercera pieza al inicio,
idealmente nacional) con el largamente ausente Concierto N° 2 para Violín “La
Campanella”, de Nicolo Paganini, más la Sinfonía N° 5 “La Reforma”, de Felix
Mendelssohn.
Completo acierto la convocatoria del joven y deslumbrante violinista Yury Revich,
en su tercera visita a Chile, y ahora debutando con la Sinfónica Nacional. Notable
cometido en esta pieza de bravura técnica, ostentando virtuosismo y musicalidad a
borbotones. Excelente acompañamiento de Saglimbeni. E inusualmente, en la
primera parte, se ofreció una triunfal Reforma mendelssoniana, al umbral de lo
antológico…
Con escrupuloso análisis, Saglimbeni hilvana una interpretación llena de detalles
inadvertidos a lo largo de los cuatro movimientos, amén de obtener una respuesta
de gran jerarquía de la decana orquestal del país. Con gran profundidad, desde la
inicial exposición del “Amén de Dresde” (utilizado después por Wagner en la ópera
Parsifal) más todos los desarrollos posteriores hasta el final con el arrebatador
coral "Ein feste Burg ist unser Gott de Martín Lutero, este último sin la usual
prosopopeya con la que se le suele abordar, optando por un genuino sentido de
elevación, dieron cuenta de un momento muy especial en lo que corre de la
temporada de la Sinfónica Nacional.
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