sábado, 5 de mayo de 2018

Ecos del Concierto de la Filarmónica de Buenos Aires ofrecido el pasado jueves en el Colón

UNA ADECUADA VERSIÓN DEL ROMANTICISMO

El Ciclo de Abono de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires presentó el jueves 3 del corriente su cuarto concierto en el Teatro Colón, bajo la dirección de Enrique Arturo Diemecke, donde se interpretaron dos obras que, hoy en día, se ejecutan en escasas oportunidades en los programas habituales de las Temporadas de conciertos: la Sinfonía n°4 en Sol mayor de Gustav Mahler y el Concierto en Re menor para violín y orquesta de Robert Schumann. Actuaron como solistas el violinista ruso Ilya Gringolts y la soprano Laura Rizzo.
Si bien el mencionado Concierto en Re menor para violín y orquesta de Schumann no posea la popularidad de sus homónimos de Tchaikowsky y Sibelius, o la brillantez de su par de Mendelssohn, es una obra bellísima y compleja, que no forma parte de los programas de concierto habituales por su difícil ejecución e interpretación por parte del solista. En este caso, la orquesta ofreció una muy buena versión, caracterizada por las indicaciones expresas en la partitura en los tres movimientos de la obra (In kräftigen, nicht zu schnellem (Poderoso, no demasiado rápido); Langsam (lento) y Lebhalft, doch nicht schnell (Animado, aunque no rápido)), donde se respetaron los tempi, el equilibrio entre la orquesta y el solista y los planos sonoros. Sin embargo, no puede decirse lo mismo de Gringolts, quien posee una muy buena técnica y un fraseo adecuado, pero cuya interpretación careció de emoción y brillo. Por momentos, el violín sonó completamente opaco y deslucido, pese al cuidadoso equilibrio que Diemecke impuso a la orquesta, para que el sonido del instrumento solista pudiera sobresalir. Tal es así, que el público respondió con un aplauso tibio, carente de vítores. No obstante, posteriormente ejecutó un bis, que fue algo más aplaudido. Su interpretación dejó mucho que desear, en comparación a su presentación anterior en el mismo escenario del Colón junto a la Filarmónica hace unos años atrás y con el mismo director en el podio.
De las nueve sinfonías de Mahler, la 4° Sinfonía en Sol mayor es la que más se representaba en los Ciclos de Conciertos de la Filarmónica y la Sinfónica Nacional hace más de 25 años atrás y la más escuchada por parte de quien escribe. Posteriormente, cayó en desuso y no figuró en los programas de conciertos; quizás, debido a la interpretación de otras Sinfonías del mismo compositor, como la 8° Sinfonía (“De los Mil”, ofrecida hace dos años atrás por Enrique Diemecke a cargo de la Orquesta Estable, con gran suceso de público y crítica, al igual que la versión ofrecida en 2010 por la Orquesta del Teatro Argentino der La Plata, magistralmente dirigida por Alejo Pérez) y la 9°(dirigida por Diemecke en la temporada de la Filarmónica el año pasado), que son más complejas, estridentes y que requieren de mayor orquestación. Afortunadamente, ha sido recuperada y la Filarmónica  demostró que, al igual que hace tanto tiempo atrás, sabe ejecutarla perfectamente. El director puso énfasis, brillo, luminosidad y una armonía perfecta en los diálogos y contrapunto entre los diferentes grupos de instrumentos. Muy destacadas las actuaciones de los solistas (el concertino Pablo Saraví utilizó dos violines: uno, afinado en Mi, y el otro, en Fa, para brindar cierta disonancia que luego, se incorpora y amalgama perfectamente con el resto de la orquesta en el 2° movimiento de la obra) y de Laura Rizzo, quien interpretó con dulzura el aria de la soprano del 4° movimiento (Sehr behaglich/ Muy cómodo), donde el sonido de los cascabeles y oboe retoma el tema original del 1° movimiento (Bedächtig, nicht eilen/ Prudente, no acelerado). Por otra parte, lo hizo sin sobresalir, siguiendo el precepto wagneriano donde la voz se comporta como un instrumento más. Pero lo mejor fue la interpretación del Adagio del 3° movimiento de dicha obra (Ruhevoll. Poco adagio), donde el equilibrio sonoro fue perfecto y el sonido, etéreo.
Previamente a la ejecución de la 4° Sinfonía, Enrique Diemecke anunció el alejamiento del flautista Luis Rocco con motivo de su jubilación, siendo el último concierto que interpretó junto a la orquesta donde se desempeñó por tantos años.  El público estalló en aplausos y vítores al final de la sinfonía, que, sin lugar a dudas, fue lo mejor de la noche. Pese a los altibajos por parte de Ilya Grinholts, el espíritu del Romanticismo se mantuvo intacto y totalmente vigente en los albores del siglo XXI.                                                                          

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