miércoles, 2 de diciembre de 2020

 

Transmisión histórica por streaming de “AÍDA” desde el Metropolitan

 

CON TODO EL LUJO Y EL ENCANTO DEL ANTIGUO EGIPTO

Martha CORA ELISEHT

 

            Si dentro de un Ciclo de Abono de ópera –o en este caso, una serie de transmisiones por streaming- no se incluyen los típicos clásicos verdianos como LA TRAVIATA, RIGOLETTO o IL TROVATORE, el mismo pierde jerarquía. Y en una temporada prolongada de transmisiones por streaming como la del Metropolitan Opera House de New York, jamás puede faltar otro gran clásico de Verdi: AÍDA, que se ofreció el pasado martes 1° del corriente en una versión histórica que data de 1984 y cuyo elenco estuvo formado por los siguientes cantantes: Leontyne Price (Aída), James Mc Cracken (Radamés), Fiorenza Cossotto (Amneris), Simon Estes (Amonasro), John Mc Curdy (Ramfis), Dimitri Kavrakos (Faraón), Therese Brandson (Sacerdotisa) y Robert Nagy (Mensajero). Participó también el Ballet Estable de la institución, con coreografía de Louis Johnson; el Coro Estable, dirigido por David Stivender y dirección orquestal de James Levine. Asimismo, contó con puesta en escena de John Dexter, escenografía de David Reppa, vestuario de Peter Hall e iluminación de Gil Wechsler.

            La idea de fomentar las artes en Egipto y fundar un teatro de ópera nació de la mano del khedive Ismail Pashá en 1869, con motivo de la inauguración del Canal de Suez. Para ello, el khedive encargó al arqueólogo francés Auguste Mariette una obra que reflejara la gloria del Antiguo Egipto y escribió una carta a Giuseppe Verdi para que se hiciera cargo de la música. Si bien Verdi no componía por encargo, el khedive quería a toda costa que el italiano lo hiciera, ofreciéndole una cuantiosa suma de dinero. Por ende, encomendó la redacción del libreto a  Antonio Ghislanzoni sobre la base de la obra de Mariette. A pesar de que el khedive quería que Verdi  estrenara su obra en El Cairo en tiempo y en forma, hubo una serie de contratiempos que se lo impidieron. En primer lugar, la escenografía, los decorados y el vestuario se hicieron en París y no pudieron llegar a tiempo debido a los retrasos provocados por la guerra franco- prusiana. Y en segundo lugar, bien son conocidos los contratiempos que tuvo Verdi en la elección del director de orquesta y los cantantes. Por lo tanto, la Khedivial Opera House – actual ópera de El Cairo- abrió sus puertas con Rigoletto en ese mismo año. Finalmente, en 1871 se produce el estreno mundial de Aída en El Cairo, transformándose inmediatamente en un éxito rotundo. 

            Para la presente versión, John Dexter empleó una puesta en escena sencilla, que permitió realizar los numerosos cambios de escena durante los cuatro actos que componen la obra. El magnífico vestuario de época – caracterizado por su suntuosidad- permitió la perfecta caracterización de todos los personajes. Y Louis Johnson supo recrear perfectamente los rituales y las danzas del antiguo Egipto en los diferentes números de baile (invocación a Ptah, aposentos de Amneris y Danza guerrera luego de la victoria contra los etíopes). En las escenas de mayor despliegue, la escenografía se enriqueció con paneles y otros elementos para simular los templos de Isis y el Palacio del Faraón. La magistral iluminación de Gil Wechsler hizo el resto (escena del juicio y sepultura de Radamés).

            Pudo apreciarse desde el inicio a un muy joven James Levine dirigiendo la orquesta del Met con sus habituales brillo y maestría, dándole el vuelo y el romanticismo necesarios que requiere la partitura verdiana (de la cual es un profundo conocedor), además de realizar una correctísima marcación de  tempi. El Coro estuvo magistralmente preparado por David Stivender, ya que juega un rol muy importante en prácticamente toda la ópera, ya que actúa como un personaje más. Prueba de ello fueron las arias principales en las que interviene (“Su del Nilo guárdate le rive”; “Guerra, guerra”; Possente, possente Ptah…”; Chi mai fra gl’imri e i plausi”; “Gloria all’Egitto, ad iside y “”O tu che sei d’Osiride”). El bailarín solista Christopher Stocker se lució en la Invocación a Ptah, con una coreografía que combinó elementos de danza clásica con danza contemporánea, mientras que el trío de las esclavas moriscas integrado por Kimberley Graves, Naomi Marritti y Ellen Rienman también tuvo una destacadísima actuación. Y en el Intermezzo de la segunda escena del 2° Acto, un grupo de bailarines interpretó escenas de combate entre egipcios y etíopes con  gran soltura y plasticidad. Tanto los cantantes que ejecutaron roles secundarios (Dmitri Kavrakos como el Faraón, Therese Brandson como la Sacerdotisa de Ptah y Robert Nagy como el Mensajero) estuvieron muy bien, al igual que el legendario bajo John Mc Curdy como Ramfis, destacándose en los dúos con Radamés y Amneris, al igual que cuando invoca a las armas (“Guerra e morte”) y da el consejo en el 2° Acto (“Ascolta, giovine guerriero”). Un habitué del Met y uno de los mejores bajos estadounidenses de los últimos tiempos.

            James Mc Cracken también ha sido una figura habitual en los repartos del Metropolitan y ofreció un muy correcto Radamés. Probablemente una tenga el sesgo de preferencia por cantantes italianos en este tipo de roles, pero lo hizo con gran solemnidad desde la celebérrima “Si quel guerrier ió fosse… Celeste Aída” con la que abre la obra. También se destacó en el trío del 1° Acto junto a Aída y Amneris, al igual que en el magistral cuarteto final del 2° Acto junto a Amneris, Aída y A,monasro (“La pietá negli occhi d’Aída”… “O Re: pei sacri Numi…”),  la cavatina junto a Aída en el dúo del 3° Acto (“Per te riveggio, mia dolce Aída… Noi fiero anelito”) y su aria final (“La fatal pietra sobre me si chiuse”). Y Simon Estes brindó un Amonasro excepcional desde su encuentro con Aída (“Non mi tradir… Quest’assisa”), pasando por el dúo del 3° Acto (“Cel, mio padre”… “Rivedrai la foreste imbalsamate”) y su encuentro con Radamés (“Napata! Mei guerrieri sei presti”).

            La dupla integrada por Leontyne Price y Fiorenza Cossotto fue monumental. Ambas han sido grandes intérpretes de Aída y Amneris respectivamente y se las pudo apreciar en su plenitud durante la presente transmisión. Han ofrecido una auténtica cátedra de canto y actuación y como buenas rivales por el amor de Radamés, se sacaron chispas sobre el escenario. Esto fue notorio desde la aparición en escena de Amneris (“Vieni, o diletta”), siguiendo en el 2° Acto (“Vieni, amor mio”) hasta la aparición de Aída (“Ió sono l’amica tua”) y  el dúo final de la misma escena (“En la sorte dell’ami”). Posteriormente, tras la acusación de traición a Radamés por parte de los sacerdotes, maldice a su rival por haberse escapado (“L’aborrita rivale a mi sfuggio”). Y en la escena final, invoca a Ptah mientras Aída y Radamés comparten su amor en la tumba y mueren juntos cantando. Por su parte, la eximia soprano afroamericana se lució en todas sus arias, comenzando por “Ritorma vincitor”, donde hizo gala de sus sublimes agudos y sus estupendos pianissimi. Lo mismo sucedió en los dúos, tríos y cuartetos ya mencionados, pero la ovación llegó a su clímax luego de haber cantado “O, patria mía” en el 3° acto. Su interpretación fue tan exquisita, que luego de terminar el aria, el público la aplaudió sostenidamente durante 15 minutos. Por último, se lució en el duetto final junto a Radamés (“Tutto é finito… Addío, terra e val de lacrime… Se chiudere il cel”). Naturalmente, el Met estalló en aplausos y vítores cuando salió a saludar al final de la ópera junto al elenco. Tampoco faltaron los tradicionales ramos de flores arrojados desde los palcos por parte del público ni una lluvia de papel metalizado.

            Al igual que en otras transmisiones históricas,  el material fílmico y sonoro se encontró en perfecto estado de conservación. Gracias al mismo y al streaming, hoy en día se puede disfrutar de estas generaciones de cantantes que ya no volverán, pero que han hecho historia. Y que permiten apreciar los grandes clásicos en todo su esplendor, con el brillo y la suntuosidad del antiguo Egipto.

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