Sensacional concierto a cargo de la Orquesta Sinfónica Nacional en el CCK
DE
MENOR A MAYOR, PARA TODOS LOS GUSTOS
Martha
CORA ELISEHT
Uno
de los objetivos primordiales de la Orquesta Sinfónica Nacional ha sido promocionar,
fomentar y difundir la producción de compositores argentinos desde su creación
como Orquesta Sinfónica del Estado en 1948, al igual que difundir los clásicos
universales tanto en grandes como pequeños auditorios. Dentro de su tradicional
ciclo de conciertos que se lleva a cabo en la Sala Sinfónica del Centro
Cultural Kirchner (CCK), el pasado viernes 19 del corriente se presentó bajo la
dirección de Hadrián Ávila Arzuza, con la participación de Pablo Bercellini
como solista para ejecutar el siguiente programa.
-
“Parkour”- Tomás
BORDALEJO (1983) (estreno mundial)
-
Concierto para violoncello
y orquesta- Esteban BENZECRY (1970) (estreno latinoamericano)
-
Sinfonía n°1 en Sol
menor- Vassily KALINNIKOV (1866-1901)
Previamente
al inicio del concierto, el concertino Luis Roggero hizo uso del
micrófono para anunciar el fallecimiento de un ex integrante de la orquesta
durante el transcurso de esta semana: el fagotista Edgardo Romero, quien
también fuera fagot solista de la Orquesta Municipal de Avellaneda. Por lo
tanto, este concierto fue dedicado a su memoria y el público respondió con el
consabido aplauso con el cual se brinda homenaje a un artista.
Seguidamente,
Hadrián Ávila Arzuza hizo uso del micrófono para anunciar las obras
comprendidas en el programa por no disponer de programas de mano -por
desgracia, una costumbre habitual en el CCK-, dentro de las cuales, la primera (PARKOUR)
se presentó en carácter de estreno mundial. Tomás Bordalejo es un
compositor argentino que reside en París desde 2005, donde se perfeccionó con Bernard
Cavanna, Peter Eötvös y Pascal Dusapin. Está considerado como uno de los
compositores más brillantes de su generación, motivo por el cual fue
galardonado con el Premio de la Fundación de la Banque Populaire. Su obra remeda
la traducción musical de esta particular disciplina, donde los jóvenes
-provistos de una patineta- realizan todo tipo de acrobacias, figuras y
piruetas sumamente audaces en lugares públicos. Se inicia con un solo de
redoblante y bombo, seguido de un tutti orquestal en tono menor, donde
el gong y el bombo brindan la entrada a las cuerdas en staccato, previo
a la entrada de los metales y la percusión, que brindan ese efecto de
acrobacia. Tras un coro de metales en disonancia, los violoncellos ofrecen un
efecto chicharra en tono ascendente hasta desembocar en otro tutti. Posteriormente,
el contrabajo toma la melodía mientras se ejerce un contrapunto entre metales y
percusión en glissandi. Un coro de cornos -notable actuación del
solista- ofrece un contrapunto con la percusión previamente al solo de trombón
tenor en escala descendente. Tras un tutti orquestal en fortissimo
(fff), la melodía se desvanece con cuerdas en ostinato en compás de
4/4. Se invitó al compositor a subir al escenario, ya que estaba presente en
sala.
A
diferencia de la obra de Bordalejo, el Concierto para violoncello y orquesta
de Esteban Benzecry se estrenó en París en 2015 con la Orchestre
Philarmonique de Radio France dirigida por Manuel López- Gómez, con
participación del prestigioso cellista Gauthier Capuçon y se presentó en
carácter de estreno latinoamericano. Consta de 3 movimientos: Veta ancestral/ Luna
nueva/ Kallpa (fuerza o poder, en quechua), que permiten el
lucimiento del instrumento solista y un desafío interpretativo. La obra se
inicia con un solo de violoncello en el registro más grave, con arpegios en
escalas ascendentes y descendentes hasta la entrada del fagot, contrafagot y
contrabajo en una línea melódica que remeda la música de los pueblos
originarios del noroeste argentino. Estas invocaciones son respondidas por la
orquesta en una especie de ceremonia ancestral, que da el nombre al movimiento
Posteriormente, el cello retoma el pedaleo en la nota más grave mientras la
orquesta lo acompaña en ritmo de baguala, para terminar con un murmullo
por parte del solista y un final abrupto, tras la recapitulación del tema
principal. Pablo Bercellini realizó una labor descomunal y una interpretación
magistral, donde hizo gala de su fraseo y digitación. El segundo movimiento (Luna
Nueva) se inicia con un arpegio por parte del cello en cantábile en
contrapunto con cuerdas y maderas, que da el efecto del reflejo de la luna
mediante un glissandi en xilofón y marimba. Un segundo contrapunto a
cargo del solista, la primera viola y la caja china ofrece ese efecto de
misterio y un eco por parte de la orquesta, donde el contrapunto de los cornos
en disonancia con las maderas posee ciertas reminiscencias impresionistas. El
violista Félix Peroni tuvo una muy buena labor, al igual que la arpista. Por
último, el movimiento final (Kallpa) retoma el tema inicial con una
cadencia por parte del instrumento solista, con pasajes de extrema dificultad
técnica y variaciones, que fueron resueltos por Pablo Bercellini de manera
admirable. En esta especie de tocata frenética, el compositor explora
los matices y el virtuosismo del violoncello para crear un cuadro de folklore
imaginario, sumamente potente. El movimiento culmina con una fuga y la
recapitulación sobre el primer tema. El Auditorio Nacional estalló en aplausos
y vítores, motivo por el cual el solista ofreció un bis: la Sarabanda
de la Suite n°3 en Do mayor para cello solo de Johann Sebastian Bach.
Una versión exquisita y una nueva ovación de aplausos para Bercellini.
La
Sinfonía nº1 en Sol menor de Vassily Kalinnikov es una obra bellísima,
pero que se representa muy poco en los
programas de conciertos, pese a que formó parte de la banda sonora del film El
Bosque de los Abedules, de Andrzej Wajda. Compuesta entre 1894 y 1895,
consta de 4 movimientos (Allegro moderato/ Andante commodamente/ Scherzo:
Allegro non troppo/ Finale: Allegro moderato) y fue estrenada en un
concierto de la Sociedad Musical de Rusia en Kiev en 1897, bajo la dirección de
Vinogradsky. La obra está dedicada a S. N. Krugilov, quien fuera amigo personal
de Kalinnikov y su profesor de composición. A diferencia de muchos de sus
contemporáneos, Kalinnikov provenía de un hogar humilde (su padre era agente de
policía) y tras ser becado para estudiar fagot en el Conservatorio de Moscú debió
abandonar sus estudios, ya que su familia no podía mantenerlo. Por lo tanto,
trabajó como pudo en numerosas orquestas para ganarse la vida y en el interín, enfermó
de tuberculosis -dolencia que le provocará la muerte a los 34 años-. Por dicho
motivo, su obra sinfónica es reducida (dos sinfonías y la música incidental
para el drama Zar Boris de Aleksey Tolstoi), pero son típicamente rusas
y poseen una inusual belleza cromática. El Allegro moderato inicial abre
con un tema lírico que permite el diálogo entre las diferentes secciones de
instrumentos. Dicho de otra manera: la orquesta debe “cantar” la melodía. Se
produce un profundo contraste en el Andante comodante, introducido
mediante un solo de arpa con cuerdas muteadas para dar lugar al bellísimo solo
de oboe central, característico de este movimiento, cuyo tema es retomado a
posteriori por el corno inglés. El scherzo del 3º movimiento abre con
otro tema típicamente ruso, seguido por los sones de una danza de campesinos,
donde la orquesta se luce en todo su esplendor. Finalmente, el último
movimiento abre con el tema inicial del primero, pero se desarrolla mediante
una monumental fuga que permite que la orquesta se expanda hasta el
paroxismo. Hadrián Ávila Arzuza demostró con creces su formación en San Petersburgo
y su especialización en música sinfónica rusa -fue alumno del Conservatorio
Estatal Rimsky- Korsakov de dicha ciudad-, brindando una versión muy equilibrada,
con un excelente equilibrio sonoro, que permitió el lucimiento del organismo
sinfónico. Si se tiene en cuenta que esta sinfonía se interpretó por la
Orquesta Filarmónica de Buenos Aires en Marzo del corriente año, puede decirse
que la versión ofrecida por la Sinfónica Nacional estuvo al mismo nivel. El
público estalló en aplausos al final del concierto.
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